Cortázar sin barba
Eduardo Montes-Bradley
con la colaboración de
David Gálvez Casellas y Carles Álvarez Garriga
Tercera edición corregida y aumentada
Créditos
Título original: Cortázar sin barba
Tercera edición - corregida y aumentada
© Eduardo Montes-Bradley, 2014
© De esta edición: Red ediciones S.L., 2014
Editor: Henry Odell
ISBN rústica: 978-84-942474-1-5
ISBN ebook: 978-84-942474-2-2
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A Raquel, por ser la tercera edición.
But from whence, replied my father, have you concluded so soon, Dr. Slop, that the writer is of our church? —for aught I can see yet—, he may be of any church. —Because, answered Dr. Slop, if he was of ours, —he durst no more take such a licence, —than a bear by his beard: —If, in our communion, Sir, a man was to insult an apostle, —a saint, —or even the paring of a saint’s nail, —he would have his eyes scratched out.
L AURENCE S TERNE
Life and Opinions of Tristram Shandy, Gentleman
Nada que parezca capaz de acumular el tiempo y el trabajo de las personas debe tirarse a la basura, como nosotros lo hacemos constantemente con lo que creemos son nuestros desechos, pero que pueden conservar la memoria.
J OSÉ D ONOSO
Pueblos, lo que ustedes quieren de mí es la muerte
Y no es bastante acosarme por mi nombre y mi circunstancia
Más: ustedes me fuerzan al delirio de sus banderas
Encontrándome entonces semejante como para sangrar el día de vuestros días
Y el día de vuestras mujeres
Con las cuales ustedes mismos se abanican
F REDI G UTHMANN
La gran respiración bailada
Í NDICE
P RÓLOGO A LA TERCERA EDICIÓN
Si la tercera fuese la vencida, uno debería conformarse con ésta. Sin embargo, algo me dice que habrá secuela, que la última palabra no fue dicha. Cortázar es un personaje en construcción y hoy leemos más acerca de la vida del santo, que acerca de aquello que el santo pudo haber escrito. Pienso que estamos frente al advenimiento de un nuevo género al que podríamos referirnos como «biografías, y otras consideraciones en torno a Julio Cortázar». Este género sería responsable de que su faena literaria, tan cuidadosamente forjada, haya cedido lugar al culto a la figura, también cuidadosamente fraguada. Podemos pensar en este fenómeno como en un homenaje, aunque la reverencia termine por eclipsar el hecho irrefutable de que cada día se lea más a Cortázar, y mucho menos a sus libros. La obra de Cortázar está desapareciendo, lo que nos queda no es mucho más que Cortázar.
E DUARDO M ONTES -B RADLEY
Charlottesville, Virginia
D ESBARBAR A C ORTÁZAR Introito a cargo de los señores prologuistas David Gálvez Casellas y Carles Álvarez Garriga …que habrán de hacer del prólogo una rigurosa intervención
Figura 1. La mirada de Cortázar.
—Sí, pero fíjate en que desbarbar significa no sólo afeitar, o sea sacar los pelos, sino también cortar las hilachas de un papel, y que precisamente hay muchos pelos en la sopa Cortázar y mucha rebaba en los papeles a él dedicados. Por ello, el fígaro Montes-Bradley irritará a más de seis. No sé si te conté que me contó que, a la salida del estreno en el cine Cosmos de Buenos Aires de su Cortázar. Apuntes para un documental, un batallón de jovencitas quería lincharlo.
—¡Juás! ¡Un remake de «Las ménades»! Supongo que la cara de fauno al relatarlo notificaba su felicidad por haber acertado en el escandalizativo pronóstico. De todos modos, sobrino, no me parece una buena estrategia empezar previniendo al ocasional lector acerca del delirio que se avecina. Ya lo hizo el bruselense en 62, o en Libro de Manuel y, la verdad, no me gustan los prólogos «galeatos», cultismo que, te recuerdo, se aplica a los vestíbulos bibliográficos significando que están cubiertos con casco o celada… A lo que iba: si vas a reciclar esta voluble charla en prólogo ficcional, como hizo también aquél en Territorios remontándose a una tradición en la que habría que citar desde La vida de Marian de Walter Scott hasta las palabras liminares de Gervasio Montenegro a los enigmas policiales de Bustos Domecq, sin olvidar el prefacio a la Lolita de Nabokov o los de los propios personajes de Raymond Queneau en la saga de Sally Mara, en vez de hescribir el hacadémico hensayo de un hespecialista en su hobra como debieras, justifica mejor lo que dijiste antes: que después de esta biografía ya nadie podrá volver sobre el período y, en especial, que este libro hubiera complacido al propio Cortázar.
—Bueno. Con la venia, empecemos por el final para terminar en el principio, aunque no siendo macedoniano el recorrido ha de ser arduo. Te acuerdas de Imagen de John Keats, claro; de cómo ahí Cortázar se paseaba del bracito del poeta inglés por el barrio de Flores, y de cómo esa informalidad contribuyó a la consternación de un señor del British Council «extraordinariamente parecido a una langosta» que leyó en diagonal algún capítulo del mecanoscrito original. Aquí pasa algo parecido. Montes-Bradley se permite acercarse tanto al personaje en épocas desiertas y remotas, aun sin haberlo conocido, que quien lee está casi seguro de que inventa o, si lo prefieres, de que crea a sus expensas. Si sumas ese hecho, que denunciarán muchos pusilánimes horrorizados por la confusión Vida-Literatura, a irreverencias tipo las continuas intervenciones del dúo sacapuntas, te encuentras con algo tan antisolemne como las entrevistas de Dalí. Algo que no hubiese disgustado al propio Cortázar.
—Puede que no, quién sabe. No estoy muy seguro de que él mismo se tomara tan a broma, pero en fin. Y, ¿en lo que atañe a la imposibilidad de que otro biógrafo vuelva sobre el período?
—Ese argumento cae en nuestro saco por su propio peso, y ahí está la maravilla del libro: que el discurso es un poco locatis pero está asentado sobre fierro. Ya apenas se escriben biografías como ésta. Ya ni los biógrafos son Richard Ellmann ni las fundaciones vacían sus huchas para financiar estudios como el presente. Porque, dime: ¿Quién es capaz de conseguir el árbol genealógico de los Cortázar-Arias de manos de la nieta del tío del biografiado?, ¿quién es capaz de hacerse en un plis con la receta del cóctel demaría?, ¿quién es capaz de indagar la identidad del tipo que acompaña a Cortázar en una fotografía que tiene más de cincuenta años, y averiguar además en qué lugar fue tomada, siendo que sólo se ve un balcón y, en él, una verja?, ¿quién logra determinar cosas de una importancia tan cabal como el número de teléfono del hotel de Zürich en el que se alojó Cortázar al año de edad? ¿Quién dispone, en suma, de una tal red de espionaje?
—Vale, vale. Ya me hice una idea.
—No, no: ¡Ahora sigo! ¿Quién, dicho todo esto y no siendo un cortazariano medular, podrá cometer desacato al canon, precisamente por no serlo?
—¿Desacato al canon? ¿Cortazariano medular? ¿De qué demonios hablas?
—Verás, tío, una de las mayores enfermedades que debe combatir el que trata con un biografiado como éste es la afección contraída por la picadura de la mosca tsétsé. No insinúo, entiéndeme bien, que el Don fuera cansador, al contrario, pero convengamos en que lo enmarcan páginas soporíferas. Recuerda las dos biografías oficiales. Recuerda con qué parsimonioso apresuramiento el primero recompuso mohosas notas para una clase o cómo el segundo, con su telegráfica prolijidad, a punto estuvo de reencarnarse en el Harry Belafonte de la anécdota.
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