EL MAPA FANTASMA
LA EPIDEMIA QUE CAMBIÓ LA CIENCIA LAS CIUDADES Y EL MUNDO MODERNO
STEVEN JOHNSON
Título original: The Ghost Map: The Story of London's Most Terrifying Epidemic and How it Changed Science, Cities and the Modern World (2006)
© Del libro: Steven Johnson
© De la traducción: Cristina Mbarichi Lumu
Edición en ebook: mayo de 2020
© Capitán Swing Libros, S. L.
c/ Rafael Finat 58, 2º 4 − 28044 Madrid
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ISBN: 978-84-121913-8-7
Diseño de colección: Filo Estudio - www.filoestudio.com
Corrección ortotipográfica: Victoria Parra Ortiz
Composición digital: leerendigital.com
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A las mujeres de mi vida.
A mi madre y hermanas por su increíble
trabajo en la salud pública.
A Alexa, por el regalo de Henry Whitehead,
y a Mame, por enseñarme Londres por
primera vez hace ya muchos años…
«Un cuadro de Paul Klee llamado Angelus Novus nos muestra a un ángel que parece ir a alejarse de pronto de algo que contempla fijamente. Sus ojos clavados en lo que mira, la boca abierta, las alas desplegadas. Así es como uno se imagina al Ángel de la Historia. La cara vuelta hacia el pasado. Allí donde nosotros percibimos una cadena de acontecimientos, él solo ve una única catástrofe que, una y otra vez, lanza náufragos a sus pies. El ángel quiere quedarse donde está, despertar a los muertos y reconstruir lo destruido. Pero un fuerte viento sopla desde el Paraíso y se queda atrapado en sus alas con tanta violencia que nuestro ángel no puede volver a cerrarlas. Este viento huracanado lo empuja hacia el futuro, al que vuelve la espalda, mientras la montaña de escombros se alza hacia el cielo ante él. Ese viento tormentoso es lo que nosotros llamamos progreso.»
WALTER BENJAMIN,
Tesis sobre la filosofía de la historia
PREÁMBULO
Esta es una historia con cuatro protagonistas: una bacteria letal, una inmensa ciudad y dos hombres con un talento muy especial, aunque muy distintos el uno del otro. Una oscura semana, hace ciento cincuenta años, en medio del miedo y del sufrimiento humano, sus vidas se encontraron en Broad Street, una calle de Londres en el margen oeste del Soho.
Este libro es un intento de contar la historia de ese encuentro de forma que haga justicia a las múltiples escalas de existencia que lo hicieron posible: desde el reino invisible de las bacterias microscópicas hasta la tragedia, el coraje y la camaradería de algunos individuos; desde la esfera cultural de las ideas y las ideologías hasta la extensión geográfica de la propia ciudad de Londres.
Es la historia del mapa que se forma en la intersección de todos esos vectores. Un mapa creado para ayudar a dar sentido a una experiencia que desafió al entendimiento humano. Es, al mismo tiempo, un caso práctico que ilustra cómo los cambios se suceden en la sociedad humana y la compleja forma en la que las ideas equivocadas o inútiles son sustituidas por otras correctas, mejores. Pero por encima de todo, es un argumento para ver aquella terrible semana como uno de los momentos que más han influido en la definición de la vida moderna, como hoy la conocemos.
LUNES, 28 DE AGOSTO
LOS LIMPIADORES DE LETRINAS
Es agosto de 1854 y la ciudad de Londres es una ciudad de carroñeros. Sus propios nombres evocan ahora una especie de catálogo de animales exóticos: recolectores de huesos, traperos, buscadores de materias puras, dragadores, hurgadores del barro, cazadores de las cloacas, captores de polvo, limpiadores de excrementos humanos, hurgadores del río, hombres de la orilla… Eran las clases bajas de Londres, una comunidad de al menos cien mil personas. Tan notable era su presencia que si se hubieran separado de la ciudad para formar la suya propia, habrían creado el quinto núcleo urbano más extenso de toda Inglaterra. Pero su diversidad y la precisión de sus rutinas destacaban más que su proporción. Los madrugadores que paseaban por las orillas del Támesis podían presenciar cómo los hurgadores del río se adentraban en él en busca de la basura arrastrada por la marea, vestidos con un aire un tanto cómico, con largos y anchos abrigos de pana cuyos enormes bolsillos se llenaban de pedazos sueltos de cobre que recuperaban en la orilla. Caminaban con una linterna sujeta al pecho mediante una correa de cuero para poder disponer de luz en la oscuridad que precedía al amanecer, y llevaban un palo de unos dos metros y medio de largo para examinar el suelo ante el que se encontraban y para facilitarse la salida en caso de tropezar con un cenagal. El palo y la espeluznante luz de la linterna a través de sus vestidos les hacían parecer magos harapientos recorriendo la sucia orilla del río en busca de monedas mágicas. Junto a ellos revoloteaban los hurgadores del barro, a menudo niños, vestidos con andrajos y contentos de poder recoger todos los desechos que los hurgadores del río rechazaban por no cumplir los requisitos: pedazos de carbón, madera vieja, trozos de cuerda.
Por encima del río, en las calles de la ciudad, los buscadores de materias puras se ganaban la vida recogiendo heces caninas (coloquialmente conocidas como «purezas»), mientras que los recolectores de huesos buscaban cadáveres de animales de todo tipo. En el subsuelo, en la apretada pero creciente red de túneles subterráneos de las calles de Londres, los cazadores de las cloacas se abrían paso a través de la basura flotante de la metrópolis. Cada cierto tiempo, una bolsa de gas metano inusualmente densa entraba en combustión a causa de una de las lámparas de queroseno que utilizaban, y algún alma desafortunada se incineraba a seis metros bajo tierra, en medio de una corriente de inmundas aguas residuales.
En otras palabras, los hurgadores de basura vivían en un mundo de excrementos y de muerte. Dickens empezó su última novela, Nuestro amigo común, con dos de estos personajes, padre e hija, que tropiezan con un cadáver flotando sobre el Támesis al que sustraen solemnemente las monedas que lleva encima. «¿A qué mundo pertenece un hombre muerto?», pregunta el padre retóricamente cuando un colega le recrimina que robe a un cadáver. «A otro mundo. ¿A qué mundo pertenece el dinero? A este». Lo que Dickens insinuaba de esta forma es que ambos mundos, el de los vivos y el de los muertos, habían empezado a coexistir en esos espacios marginales. El bullicioso comercio de la gran ciudad había dado lugar a su fenómeno paralelo, una clase fantasma que imitaba, a su manera, las señas de identidad y los criterios de valor del mundo material. Ejemplo de ello sería la precisión selectiva de la rutina diaria que seguían los recolectores de huesos, tal y como se describe en la obra pionera de Henry