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James Boswell - La vida del Doctor Samuel Johnson

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James Boswell La vida del Doctor Samuel Johnson
  • Libro:
    La vida del Doctor Samuel Johnson
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1791
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La vida del Doctor Samuel Johnson: resumen, descripción y anotación

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BOSWELL, EL CURIOSO IMPERTINENTE

Con notable ingratitud, los suplementos culturales de los periódicos hispanos no se ocuparon nada o muy poco —seré cauteloso— del centenario de James Boswell (1740-1795). Olvido injusto, porque Boswell fue algo así como el padre del periodismo cultural y desde luego el inventor de ese género literario tan apasionante, superfluo o inexacto: la entrevista. No fueron estos sus únicos pecados. Como otros protagonistas del siglo XVIII (Voltaire a la cabeza), lo estupendo de Boswell es el contraste entre sus indudables vicios y sus irrefutables logros. Según señala con tino malicioso Lytton Strachey, la biografía de Boswell es un rotundo mentís a las pautas del moralismo barato: «Uno de los éxitos más notables de la historia de la civilización lo consiguió una persona que era un vago, un lascivo, un borracho y un esnob» (lo dice en sus Retratos en miniatura). Nada más edificante que comprobar cómo personas indecentes fueron capaces de algo mejor que la decencia.

Además de las características señaladas por Strachey, de un confuso anhelo de sobresalir a toda costa quizá derivado de su pertenencia a la pequeña nobleza escocesa y del gusto por los viajes educativos, Boswell poseyó otros dos rasgos afortunados de carácter: la curiosidad y la impertinencia. Con tales mimbres se fabricó el primer reportero. Y el gran reportaje que le ha ganado fama mientras no desaparezcan por completo los aficionados a la literatura se titula La vida del doctor Samuel Johnson. Recuerdo que hace años, paseando por Cérisy cuando asistíamos a un seminario sobre Diderot, me instó a que lo leyera Félix de Azúa (¡que delicia mordaz y profunda su Diccionario de las artes!). Como casi siempre le hice caso, recurriendo a la edición abreviada de la obra que preparó Antonio Dorta para la insustituible colección Austral. He vuelto frecuentemente a ella desde entonces y nunca sin gozo.

A los veintidós años Boswell conoció al doctor Johnson, ya reputado filólogo, autor de un excelente diccionario de la lengua inglesa, de algunas biografías de poetas y de divagaciones moralizantes que en su día tuvieron éxito. También fue crítico literario, el mejor de todos los tiempos en lengua inglesa si hemos de creer (pero no hemos de creer) a Harold Bloom. Durante otros veintidós años se convirtió en su sombra y en el cronista de su círculo de amigos: Oliver Goldsmith, Sheridan, Wilkes, el actor David Garrick, etc. Tras la muerte de Johnson y poco antes de la suya propia, publicó su Vida de Johnson, escrita a partir de las anotaciones minuciosas de su diario y de su portentosa memoria.

Lo más admirable de este libro admirable es la notable insignificancia de casi todo lo que Johnson dijo o hizo en su vida, fuera de sus trabajos estrictamente filológicos. En una época de ingenios libertinos y subversivos, los comentarios del bueno de Johnson sobre casi todo lo humano y parte de lo divino son los de un cascarrabias conservador y xenófobo, monógamo, infaliblemente filisteo (entre los nuevos valores sólo detesta a los mejores: Lawrence Sterne, Adam Smith, David Hume, los revolucionarios americanos…), aunque a veces capaz de sentido común: «no hay nada de lo ideado hasta ahora por los hombres que produzca tanta felicidad como una taberna»; «el patriotismo es el último refugio de los bribones», etcétera.

Pero Boswell consigue el arrobo del lector a base de una imperturbable acumulación de minucias. Nada escapa a su recensión detallista, ni la dieta de Johnson, ni la apariencia y calidad de su peluca, ni sus momentos joviales o enfurruñados, ni la cháchara venial con sus amigos, ni el trayecto de sus paseos, ni sus relaciones con la servidumbre, ni sus indigestiones, ni… Pegado a los talones del insoportable erudito, Boswell todo lo ve, todo lo oye y todo lo cuenta en su prosa cristalinamente exacta, como un omnisciente dios cotilla. Cuando le falta material, azuza a su vigilado con preguntas triviales o desconcertantes («si le encerraran a usted en un castillo con un recién nacido ¿qué haría?») a las que hoy sus herederos nos tienen ya acostumbrados. El resultado es tal apoteosis de la indiscreción irrelevante que el lector se sume en una especie de éxtasis, como cuando lees de cabo a rabo cinco periódicos seguidos y se te va toda la mañana sin notarlo.

Pero Johnson no fue el único paciente al que dedicó sus pesquisas el insaciable escocés. En Môtiers entrevistó a Rousseau, tras preparar un memorándum con las cuestiones que pensaba plantearle («Suicidio. Hipocondría. ¿Es hoy practicable el Emilio? ¿Podría vivir en nuestro mundo actual? ¿Qué piensa de Mahoma?», etc.). Le espetó al ginebrino la definición de los innovadores dada por JOHNSON: «Son esos que, cuando se le acaba la leche a la vaca, se empeñan en ordeñar al toro». Con melancolía, Rousseau admitió: «Pues si me conociese a mí me tendría por un corruptor, porque soy de los que han intentado ordeñar al toro». También entrevistó a Voltaire y jugó al ajedrez con él, anotando sin escrúpulo todas las procacidades joviales que profirió en inglés el gran hombre al perder la partida. A ninguno de ellos le regateó Boswell su admiración, que quizá fue aún mayor por otro de sus interrogados, el general Paoli, héroe del independentismo corso, de quien obtuvo el siguiente comentario: «Si lograse hacer feliz a este pueblo, no me importaría ser olvidado. Soy de un orgullo indecible: me basta con la aprobación de mi corazón». También mosconeó en torno al moribundo Hume, acosándole con preguntas sobre la inmortalidad y sorprendido por la imperturbable serenidad con que el filósofo afrontó la nada de la que estaba cierto. «Pero —insistió el reportero— ¿no le gustaría a usted hallar a Fulano y a Zutano, sus buenos amigos, en una vida futura?». Y Hume repuso tranquilamente: «Me sorprendería hallarlos allí, porque ninguno creía en ella».

Algunos, entre los que no me cuento, han llegado a la conclusión de que el secreto de Boswell estriba en que era imbécil. De ahí su impudicia y la extraña diafanidad de su trato con grandes y pequeños. En cambio, nadie duda de que fue toda la vida un auténtico salido. Sus diarios suelen repetir con variantes la misma peripecia: en casa de amigos respetables Boswell se extralimita con el oporto; sale a la calle enardecido («no puedo contener mi ardor», anota el pobrecillo) y dando tumbos para liarse con una o varias putas; días después se descubre poseedor de una hermosa blenorragia. Eso le aleja por un tiempo del female sport, como él lo llama. Acude entonces a Child’s, se sienta junto a Johnson y otros caballeros, anota cuanto dicen y les cuestiona para que digan más. Un dibujo humorístico publicado en un periódico británico con motivo de su centenario recoge la escena: los caballeros empelucados pontificando en torno a la mesa y el camarero que grita «¡más cerveza para el doctor Johnson y más tinta para Boswell!». Así marchan ambos, caricaturescos y sublimes, rumbo a la eternidad.

FERNANDO SAVATER

ESTA EDICIÓN

Esta selección de la obra original comprende ciento ochenta y un fragmentos, escogidos entre aquellas partes que pueden dar una visión de conjunto de la misma. Se ha querido, además, prescindir de lo que puede tener un interés más local, para escoger los rasgos más universales de la famosa biografía. Se han numerado los párrafos para mayor claridad.

A. D.

NOTA PRELIMINAR
BOSWELL

El 29 de octubre de 1740 nació en Edimburgo, hijo y nieto de jueces y perteneciente a una familia de la nobleza de Escocia, James Boswell. Destinado por tradición familiar a seguir la carrera de Derecho, el destino propio llamaba a Boswell por otras sendas. Desde pequeño, frente a los rígidos principios whigs y presbiterianos de su padre, James se sentía inclinado a rogar por la salud del rey Jacobo, y no hubiera cambiado de actitud si su tío Cochrane, conocedor de las debilidades infantiles, no le hubiera ofrecido un chelín a cambio de sus rezos por el rey Jorge. (Cuando muchos años después conoció el doctor Johnson esta anécdota de su biógrafo, la comentó así: «Los

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