Catherine Coquery-Vidrovitch
Especialista en historia de África y profesora emérita de la Universidad París VII (Diderot). Ha escrito numerosos libros sobre temas africanos, de los cuales se ha publicado en España África negra de 1800 a nuestros días (Labor, 1985).
Éric Mesnard
Profesor de Geografía e Historia en la Universidad París-Est Créteil y miembro del Centro Internacional de Investigación sobre la Esclavitud. Trabaja particularmente sobre colonización y esclavitud en América y sobre didáctica de la historia.
Catherine Coquery-Vidrovitch y Éric Mesnard
Ser esclavo en África y América
entre los siglos XV y XIX
la edición de este libro ha sido patrocinada por
La traducción de este libro ha sido realizada por la Dirección General de Relaciones con África del Gobierno de Canarias en el marco del proyecto Salón Internacional del Libro Africano (SILA), iniciativa que se enmarca en el Programa de Cooperación Transnacional Madeira Azores Canarias PCT MAC 2007-2013, cofinanciado por el fondo FEDER en un 85%.
Diseño de colección: estudio pérez-enciso
Diseño de cubierta: jacobo pérez-enciso
ÊTRE ESCLAVE. AFRIQUE-AMÉRIQUES, XVE-XIXE SIÈCLE
© éDITIONS LA DÉCOUVERTE, PARIS, FRANCE, 2013
Traducción de Adolfo Fernández Marugán
© Catherine Coquery-Vidrovitch y Éric Mesnard, 2015
© casa áfrica, 2015
© Los libros de la Catarata, 2015
Fuencarral, 70
28004 Madrid
Tel. 91 532 05 04
Fax. 91 532 43 34
www.catarata.org
Ser esclavo en África y América entre los siglos XV y XIX
isbne: 978-84-1352-011-7
ISBN: 978-84-8319-995-4
DEPÓSITO LEGAL: M-12.012-2015
IBIC: HBTS
este libro ha sido editado para ser distribuido. La intención de los editores es que sea utilizado lo más ampliamente posible, que sean adquiridos originales para permitir la edición de otros nuevos y que, de reproducir partes, se haga constar el título y la autoría.
A la memoria de Michel Coquery y de Thierry Aprile
Esta obra se ha ideado, releído y discutido en común. De manera general, los capítulos dedicados a Á frica los ha redactado Catherine Coquery-Vidrovitch, y los dedicados a América, É ric Mesnard; pero no se trata de una regla absoluta, y varios de ellos, así como la introducción y la conclusión, son el resultado de intervenciones cruzadas.
Presentación
La esclavitud africana y África en la América española
La historia de la esclavitud africana en el Nuevo Mundo ha sido abordada en una perspectiva doble que se hace converger hacia 1500: de un lado, la larga trayectoria del sometimiento esclavo en Europa, heredero de tradiciones que vienen de la Antigüedad, entre Mesopotamia y la ribera oriental del Mediterráneo, antecedentes remotos y próximos de la esclavitud moderna; de otro, los descubrimientos marítimos llevados a cabo por los portugueses en el siglo XIV daban lugar al comercio masivo de cautivos africanos, convertido en suministro principal de las plazas europeas que conservaban esta figura social que conoció una reactivación notable, y que en el siglo XVI se orientó hacia América en unión de los cultivos a los que estaban siendo asociados —el azúcar— y para la sustitución de la población indígena en el trabajo de las minas. En la década de 1950, el historiador belga Charles Verlinden llamó la atención sobre la continuidad de los sistemas de plantación en el Mediterráneo bajomedieval y de la época renacentista y su trasplante a las islas del Atlántico y al mundo americano, y en especial, sobre la relevancia de la esclavitud en la península Ibérica, en la existencia de amplias redes mercantiles y financieras en las que intervenían súbditos de muy diversa procedencia dedicados al negocio de la provisión de esclavos, siervos que en el siglo XV predominantemente van siendo negros. Sus tesis de la continuidad de las esclavitudes mediterránea y americana, como de los sistemas de plantación, tesis precursoras de la Historia Atlántica, han encontrado seguidores (David B. Davis, Philip Curtin y Barbara Solow) y críticos .
Siempre es útil distinguir entre los antecedentes y los fenómenos de los que aquellos son precursores. La esclavitud euromediterránea ha de ser contextualizada en las formas de trabajo sometido y de sujeción jurídica que impera en el Viejo Continente, alguna de cuyas modalidades fue exportada asimismo a las Indias (la servidumbre escriturada, los contratos de aprendices). La esclavitud colonial era heredera, además, de las variantes de sometimiento indígena adaptadas por los colonizadores y del sometimiento inicial de la población nativa americana a esclavitud, que precede a la importación de africanos. La esclavitud es una realidad histórica, y como tal conoce sucesivas adaptaciones; el contexto social en el que opera esa relación y esa propiedad varía de manera considerable: desde el siglo XVI en unión con el desarrollo del capital comercial; en los siglos XVII-XIX, sujeta a una demanda antes desconocida, mientras tiene lugar la transformación de amplias superficies naturales en plantaciones y en haciendas, en condiciones de ausencia de mano de obra, en términos absolutos, o de mano de obra dispuesta a someterse a las condiciones que reclaman las exigencias productivas. Esa esclavitud conoce en el Nuevo Mundo una profunda transformación respecto a sus antecedentes. Y vuelve a experimentar un cambio intenso hacia finales del siglo XVIII y en el siglo XIX en determinadas regiones, aquellas que conocen una fuerte expansión económica —Cuba, Brasil y el sur de los Estados Unidos (EE UU)— en coincidencia y formando parte del fenómeno de la revolución industrial, la llamada “segunda esclavitud” (Dale Tomich).
En paralelo se había creado otra esclavitud urbana, numerosa, sujeta a condiciones distintas, básicamente dedicada al servicio de unos colonos que demandan sirvientes y cierto número de artesanos y que, al no proporcionarlos la emigración europea, exige la instrucción de sus esclavos, que de esta manera y en determinada proporción, adquieren y transmiten oficios, y hasta perciben un salario según su habilidad y eficacia. Esto hará posible, según las leyes castellanas y la predisposición de sus dueños, la manumisión retribuida, el rescate que, gracias al ahorro, reintegra al dueño el precio del esclavo después de una vida laboral a su servicio; así se irá creando una capa de negros “horros” y de los descendientes de los libertos, en la tradición española llamados pardos (por mulatos) y morenos (por negros), puesto que en el lenguaje corriente al esclavo africano y criollo simplemente se le designa con el sustantivo negro .
Las historias de la esclavitud americana suelen apuntar el antecedente ibérico y mediterráneo, argumentan la demanda de trabajo sometido y señalan su aprovisionamiento desde África. El capítulo africano del comercio se explicaba en términos mercantiles bastante exactos: la formación de empresas y la preparación de expediciones en puertos europeos que enviaban sus embarcaciones repletas de mercancías a las costas africanas, donde una serie de agentes (factores) instalados en el lugar habían negociado con jefes tribales y “reyezuelos” un acopio de esclavos, que eran tomados prisioneros por estos a pueblos rivales. A los africanos los conoceríamos por las denominaciones que les daban los captores o los comerciantes, por la toponimia de los puntos de embarque, por la lengua que usaban o su familia lingüística, por una deformación en la pronunciación de unos y otras, tomados por grupos étnicos. En ocasiones, estos últimos resultaban bien conocidos y en razón de los caracteres que se les atribuía eran preferidos de los tratantes porque así los deseaban los clientes en ultramar. Sus “naciones” eran anotadas en los registros de los buques, en los de la venta y en los libros de las plantaciones. La información de la travesía intermedia, el funcionamiento de los mercados de esclavos, las sociedades creadas al efecto y la vida de los esclavos en su destino se ha documentado cada vez mejor. La vertiente económico-mercantil ha dado lugar a una fructífera línea de investigaciones acerca del papel desempeñado por el comercio de esclavos en la acumulación de capitales y en el estímulo de la demanda de bienes manufacturados, que habrían tenido un puesto importante en la explicación de la revolución industrial (Williams, 2011), como de las tesis opuestas que matizan o niegan esa relevancia (Seymour Drescher). El modelo del “comercio triangular”, Europa-África-América (manufacturas por esclavos, esclavos por dinero y adquisición de material para su traslado a Europa), convertido en paradigmático, en realidad lo fue durante una época de la trata. En sus inicios del siglo XVI, muchas de las expediciones retornaban con la carga humana a Europa antes de reembarcar hacia América. El XVII fue quizá la etapa dorada de ese triángulo. En el siglo XVIII fueron frecuentes los intercambios bilaterales entre América y África, para abastecer a las trece colonias angloamericanas, el Caribe o Brasil, que encuentra en Angola y en Mozambique su gran mercado de siervos. Después de la autorización en 1789 a los súbditos de la Monarquía española para realizar por su cuenta el comercio de africanos, la mayoría de las embarcaciones parten de puertos americanos, aunque también se incentivan las expediciones de Cádiz, Santander y las costas vasca y catalana. El comercio directo del XVIII y XIX supone comercializar productos de las Américas —ron, aguardientes, tabaco, pólvora— junto a otros de Europa —tejidos, cuchillería y armamento— que son situados en depósitos comerciales de la costa africana, donde los adquieren los traficantes.