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Luisa Isabel Álvarez de Toledo - África versus América

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Luisa Isabel Álvarez de Toledo África versus América

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1.1 La Mina de Oro

El «descubrimiento» colombino permitió al papa, Alejandro VI, aragonés de origen, conceder a Isabel y Fernando provincias del reino de Fez, cuya «conquista» estaba adjudicada a Portugal. No debió conocer Juan II la bula «Intercaetera», pues de tener noticia, su reacción al primer viaje colombino, hubiese sido más contundente. Mientras el miedo a la excomunión, que pesaba sobre quien violase el mandato pontificio, guardó costas y territorio, Portugal pudo negar el principio de «descubrimiento», introducido por Castilla. Pero un siglo XVI descreído, impuso la colaboración de las dos coronas, aconsejando a Juan III buscar fuerza moral, en la tesis del descubrimiento. Cambiado el significado del término «descubrir», hasta entonces sinónimo de «reconocer», adquirió el de topar con tierra ignota.

Según los arqueólogos, el hombre aprendió a flotar en balsas y usar el remo, unos 7.000 años a.J.C., coincidiendo con la Biblia, que sitúa la aventura de Noé, constructor de navío por inspiración divina, entre el octavo y séptimo milenio. Despoblado el planeta tras la inmersión, la especie se multiplicó con celeridad. Eran los hombres multitud, cuando Mamrod, hijo de Noé y desconfiado, emprendió la construcción de torre, que habría de llegar al cielo, por si Dios volvía a las andadas. Indignado Jahavé, borró la lengua común, inspirándolas dispares. Rota la comunicación, los hombres no pudieron coordinar sus gestos, para continuar la obra común. Abandonada, el Patriarca aprovechó la desconexión, para repartir el mundo entre sus hijos. El quinto, Tubal, recibió «la tierra donde se pone el sol». Rica en oro, plata, piedras preciosas y azúcar, se identifica con Hispania.

Pasando de puntillas por el tal, el P. Mariana, que publicó reinando Felipe III, se fija en el moreno Cam. Propietario de Arabia, Egipto y África, su hijo Arafajad, engendró a Gerión, patronímico que significa peregrino o extranjero. Padre de todos los caldeos, el gigante Yron, llegó a Cádiz. Derrotó y mató a Gerión en los llanos de Tarifa, tomando el poder. Dio a los naturales la agricultura y las leyes. Abandonándoles cuando los tuvo instruidos, dejó la corona a los hijos de Gerión.

Desagradecidos formaron armada, yendo a Egipto, donde mataron a su benefactor. Oro juró vengarle. Tomando el nombre de Hércules, Libio que no Tebano, desembarcó en la costa de costumbre. Degollados los Geriones, dominó la tierra, llamando Eritrea a Cádiz y a una isla, patria de los Atlantes, «que estaba a ella cercana y aun a la parte de enfrente». Levantados los montes o «columnas», que flanquean el estrecho de Gibraltar, entregó el gobierno a Híspalo, que puso a la tierra Hispania. Muertos ambos sin descendencia, ocupó el trono Hespero, que llamó a Cádiz Hesperia, en honor al lucero vespertino y Hespérides a «islas», que estaban en «otra parte». Atlas o Atlante, su hermano, partió de Etruria para conquistar Hispania. Ocupando el trono su hijo Sículo, arribó a Valencia flota de Jacinto. «Rescató» oro, dando a cambio «brujerías».

Es probable que nada de esto sucediese. Pero al tener toda leyenda un fondo de verdad, podemos deducir que diferentes pueblos arribaron a Cádiz, puerto de partida hacia la mítica Atlántida. Encontrada reproducción a escala de velero, en tumba sumeria del periodo de Eridú, hemos de admitir que el hombre tenía medios para emprender cualquier navegación, desde finales del cuarto milenio a. J. C. Siglo y medio después de ser fundada Troya por los aqueos, Dionisio o Baco zarpó de su puerto, para poblar Nebrija, entre las dos bocas del Guadalquivir. En torno al 1.500, Jasón partió de Tesalia, en nao construida por Argos. En la tripulación formaron Orfeo y Hércules Tebano. Por extraña ruta, pues remontó el río Tanis, que separaba Asia de Europa, recaló en el Monte Calpe o Gibraltar. Hizo fortaleza, mientras Mnesteo construía su oráculo, en el primer brazo del Guadalquivir y Ulises partía de las Fortunadas, en dirección poniente, encontrando las Hespérides, a 30 días de navegación.

Gárgoris, rey de Tharsis, fue coetáneo de Moisés. Lucas de Tuy ofrece versión original, de la aventura del patriarca. Invadido Egipto por los etíopes, pidieron ayuda al judío, reputado de «sabio» y «batalloso». Retirando el ejército del Nilo, posición defensiva, le hizo atravesar un desierto, plagado de serpientes, practicable gracias a bandada de cigüeñas. Enviadas por Dios precedían a la tropa, engullendo ofidios. Sitiada Salba o Meroz, capital de Etiopía, Tarbis, hija del rey, se enamoró de Moisés, ofreciéndole la ciudad, a cambio de matrimonio. Abidis, nieto de Gárgoris, ocupó el trono del abuelo, en torno al siglo IX a.J.C., cuando David reinaba en Israel. En su tiempo se inició la «gran seca». Los ríos de Hispania dejaron de correr, a excepción del Ebro y el Guadalquivir, concentrándose la vida en sus cuencas y las costas. Según fuentes cristianas, el desastre se prolongó 26 años; según las granadinas, un siglo, emigrando la población de al-Andalus y «la otra orilla del Estrecho», estampida que confirma estrato del subsuelo gaditano, sin huella de presencia humana.

Repartidos los expatriados entre Afâriqa e Ifrîquiya, se multiplicaron en exceso, agotando los recursos de la tierra de asilo. Habiendo caído en el canibalismo, pensó el rey impartir muerte, por razón de estado, pero una de sus hijas, «que se ocupaba de los asuntos de gobierno», le aconsejó embarcar a los extranjeros, dejando su destino en manos de Dios. La mar los llevó a Ifranya, donde se encontraron cómodos, por practicar los naturales, su misma religión. Cultivaron la tierra, crecieron y terminaron por molestar. Embarcados por segunda vez, ahora dotados de simientes y ganados, para iniciar nueva vida, fueron empujados por el viento, al Cádiz de origen. Terminada la seca en grandes lluvias, encontraron tierra vacía y feraz, en la boca del Guadalquivir, junto al oráculo de Mnesteo.

De las navegaciones de Salomón, a principios del primer milenio, nos informa la Biblia. Dotado para el comercio, se asoció con Hiram de Tiro, que aportó navegantes y embarcaciones. Judíos y fenicios armaban dos flotas: la de Ofir, que hacía viaje de doce meses, importaba 666 talentos de oro, piedras preciosas y maderas de Algumin: «nunca en tierra de Judá, se había visto madera semejante». La de Tharsis, que navegaba tres años, además de oro, traía plata, marfil, simios, pavos reales, especies y ungüentos. Curiosa la reina de Saba, país de Etiopía, se personó en Jerusalén, con regalo de incienso, piedras y metales preciosos, para conocer al promotor del negocio. Del encuentro surgió inclinación recíproca, realizando Salomón viaje de tres años, para devolver la visita. Recuerda el pasaje la isla de Saba, una de las Vírgenes.

Arias Pérez, hijo de Martín Alonso Pinzón, rememoró al rey judío. Estando con su padre en la biblioteca vaticana, le vio departir con familiar de Inocencio VIII, en torno a cartas de marear y el «mapamundi» del Papa. Antes de marchar le instó a «descubrir», entregándole «escritura»: «era sentencia del tiempo de Salomón, que rezava: navegarás por el Mar Mediterráneo hasta el fin de España e allí al poniente del sol, entre el norte e el mediodía, por la vía temperada hasta 95º del camino e fallarás una tierra de Çipango, la qual es tan fertyl e abundosa, que con la su grandesa sojuzgaras África e Uropa».

Pigmalión, refundador de Gadira, dedicó templo a Hércules, en el extremo de la isla. Sus fenicios rescataron oro y «copia de plata» en la Bética, dando a cambio aceite, trueque insólito en tierra de acebuches. Ofuscada Dido con su hermano, se expatrió en torno al 814 a.J.C., a la tierra de Tharsis, donde estaba la factoría de Carquedón, propia de Tiro. Compró a los tartesios el solar de Cambia, ciudad tiria del siglo XVI a.J.C., construyendo la fortaleza de Birsa. Unidos los enclaves por una muralla, formaron el núcleo de Cartago. Débil, pagó parias a Tharsis, para engullir parte del reino, al hacerse fuerte. Fragmentado, surgieron los de Geta y Mauritania. Fernández de Oviedo recoge de Aristóteles noticia, que enlaza con Dido: «después de haber salido por el estrecho de Gibraltar hacia el mar Atlántico, se dice que se halló por los cartagineses mercaderes una gran isla, que nunca había sido descubierta ni habitada… muy remota e apartada de la Tierra Firme de África e por muchos días de navegación, a la cual llegaron algunos mercaderes de Cartago… Comenzaron allí a poblar e… se prohibió publicarlo, por miedo a que se formase una gran nación». La manía de descubrir América, tiene precedente.

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