Catherine Merridale - El tren de Lenin
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- Libro:El tren de Lenin
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- Año:2016
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El tren de Lenin: resumen, descripción y anotación
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En los primeros meses de 1917, cuando se iniciaba en Rusia la revolución, en medio de las intrigas de agentes y espías que trataban de sacar partido de la confusa situación del país, el gobierno alemán decidió ayudar a un grupo de revolucionarios exiliados en Suiza para que regresaran a Rusia, con la esperanza de que contribuyesen a apartarla de la guerra. Lenin y sus acompañantes atravesaron Alemania en un vagón sellado y, a través de Suecia y de Finlandia, consiguieron llegar a Petrogrado. Una vez allí, Lenin combatió los propósitos de quienes se contentaban con que la revolución condujese a establecer una república burguesa, y fijó como objetivo el paso inmediato al socialismo: a una sociedad sin estado y sin clases. Así comenzó un nuevo rumbo para una revolución que iba a cambiar la historia del mundo. Catherine Merridale nos ofrece una fascinante y documentada interpretación de estos acontecimientos y de sus protagonistas: una visión innovadora que nos ayudará a superar los tópicos establecidos.
Catherine Merridale
Los orígenes de la revolución rusa
ePub r1.0
Titivillus 23.05.18
Título original: Lenin on the train
Catherine Merridale, 2016
Traducción: Juan Rabasseda
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
[1] Para este episodio y algunas fotos del tren, véase http://www.historiskt.nu/normalsp/staten/sb_bd_haparanda/haparanda_station_07.html (página visitada en enero de 2016).
[2] Al menos, en principio. En el otoño de 2015, cuando los nacionalistas finlandeses iniciaron el pánico general por el número de nuevos emigrantes que podían inundar el país a través de Haparanda, volvieron a aparecer controles aduaneros esporádicos.
[3] John Buchan, Greenmantle (Londres, 1916), capítulo 3.
[4] F. W. Heath (ed.), Great Destiny: Sixty Years of the Memorable Events in the Life of the Man of the Century Recounted in his own Incomparable Words (Nueva York, 1965), pp. 388-389.
[5] El principal culpables es Martin Gilbert, Russian History Atlas (Londres, 1972), cuyo mapa (p. 87) señala una ruta alrededor del Báltico desde Estocolmo a través de Hangö hasta Petrogrado, recortando así en más de mil quinientos kilómetros la verdadera ruta seguida por Lenin. El mismo mapa fue reproducido en posteriores versiones del libro (The Routledge Atlas of Russian History, Londres, 2002 y 2007). Siguiendo a Michael Pearson (The Sealed Train, Newton Abbot, 1975), casi todos los demás historiadores envían a Lenin por la costa de Suecia arriba a lo largo de una vía férrea que ni siquiera fue puesta hasta los años veinte.
[6] Edmund Wilson, To the Finland Station: A Study in the Writing and Acting of History (Nueva York, 1940).
[7] Alan Moorehead, The Russian Revolution (Londres, 1958).
[8] Pearson, Sealed Train.
[9] Marcel Liebman, Leninism under Lenin (Londres, 1975), p. 22.
[10] Citado en Maksim Gorki, Days with Lenin (Londres, 1932), p. 52.
Fuerzas oscuras
Hoy ministro y mañana banquero; hoy banquero y mañana ministro. Un puñado de banqueros, que tiene el mundo entero en sus manos, está haciendo una fortuna con la guerra.
V. I. LENIN
En marzo de 1916, un oficial británico llamado Samuel Hoare puso rumbo a Rusia. La última cosa en la que pensaba era en socialismo revolucionario. Si alguien le hubiera preguntado, probablemente habría comentado que quería ser soldado —tras el estallido de la guerra con Alemania, había sido uno de los primeros en alistarse en el Norfolk Yeomanry—, pero su fragilidad física lo había hecho inútil para el servicio activo en combate. No obstante, a sus treinta y seis años, había sido reclutado por sir Mansfield Smith-Cumming, el legendario «C», para trabajar en los servicios secretos de inteligencia británicos en la capital rusa, Petrogrado.
La misión que había sido asignada a Hoare era compleja. Debía averiguar si los aliados rusos de su país cumplían con el embargo comercial impuesto a Alemania durante la guerra. Los británicos tenían un interés particular en ello; esperaban entrar en el mercado ruso después de ganar la guerra. Mientras tanto, también temían que los lazos comerciales que quedaban entre Rusia y Alemania pudieran servir como tapadera de operaciones de espionaje y quizá de sabotaje. Como trabajaba con el azaroso Comité para las Restricciones de Suministros al Enemigo de Rusia, Hoare tendría que supervisar los sistemas de importación rusos, a sus comerciantes, sus mercados y cualquier queja relativa a posibles escaseces».
Se trataba de un trabajo que exigía mucho tacto. Por una razón: los franceses eran los que realmente tenían experiencia con los rusos. Durante décadas, habían ido estableciéndose en la corte zarista en calidad de socios comerciales e inversores, árbitros de la moda y proveedores de champán. Los oficiales franceses tenían los mejores contactos en los servicios secretos rusos. En cierta medida, esta circunstancia resultaba de ayuda, pues Gran Bretaña y Francia eran aliadas, unidas la una a la otra y a Rusia por medio de un sistema de tratados denominado la Triple Entente, pero en 1916 el entendimiento entre estas potencias ya no era lo suficientemente bueno. Al fin y al cabo, cuando llegara el momento de que los exportadores británicos entrasen en un imperio zarista de posguerra, aquellos mismos franceses representarían la competencia.
En primer lugar, «C» tenía una serie de problemas en Rusia. Había habido tensiones desde un principio entre sus agentes y el coronel Alfred Knox, el agregado militar británico, y el oficial al que «C» había confiado inicialmente la cuestión rusa, el comandante Archibald Campbell, había sido llamado de vuelta a Inglaterra tras recibir un sinfín de quejas». La frase era un claro ejemplo del típico comedimiento británico. Como miembro de un Parlamento y en su calidad de barón, Hoare era el hombre perfecto para resolver los problemas.
El nuevo espía tuvo que arreglárselas para llegar a su destino. Hoare reservó un camarote en un vapor noruego llamado Jupiter que partió de Newcastle. Entre los pasajeros, acurrucados en medio de la niebla como un montón de aves exóticas, había un grupo de modistos franceses que se dirigían a Rusia con su séquito de modelos. El suyo era un negocio arriesgado, pues la ruta marítima constituía un imán para los submarinos germanos. Cuando el Jupiter dejó atrás el río Tyne, todo el mundo se puso a vigilar atentamente cualquier movimiento extraño que pudiera producirse entre las olas. Sin embargo, en esta ocasión, la travesía discurrió tranquilamente, y Hoare pudo desembarcar sano y salvo en el puerto de Bergen, entre los oficiales vestidos con uniformes grises y los hombres de negocios, entre los contrabandistas y las maniquíes. Desde allí, el viaje continuó hasta llegar a Cristianía (Oslo), la capital de Noruega, para luego seguir en tren, en coche cama, hasta Estocolmo.
Hoare tuvo que atravesar los países escandinavos «de paisano… ocultando mi espada en una caja de paraguas. El Báltico, al fin y al cabo, más que dividir a los dos países, los unía. Cuando se dejó caer por el Grand Hotel de Estocolmo, Hoare, tras colgar su abrigo de pieles en una percha, pudo entretenerse contemplando cómo aparecía inmediatamente un agente alemán para escudriñar en los bolsillos de la prenda.
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