Las vidas de estas reinas distan mucho de ser un romántico cuento hadas. Aunque infinidad de películas y novelas nos han mostrado el rosto más amable de su reinado, fueron, en general, muy desdichadas. Todas tienen en común la soledad, el desarraigo, la nostalgia, la falta de amor o el sufrimiento por no poder dar un herede ro al trono. También comparten la dolorosa pérdida de sus hijos, los fracasos matrimoniales y el sentirse extranjeras en una corte donde no eran bien recibidas. Las suyas no fueron grandes historias de amor porque sus matrimonios eran asuntos de Estado. Algunas como Sissi fueron emperatrices en contra de su voluntad y enfermaron de melancolía, otras como Cristina de Suecia escandalizaron con su extravagante comportamiento y ansias de libertad. María Antonieta y Alejandra Romanov comparten un trágico final, mientras que la reina Victoria de Inglaterra y Eugenia de Montijo asumieron con extraordinaria dignidad su papel en momentos difíciles. A través de sus diarios personales y cartas familiares, Cristina Morató nos descubre el lado más humano y menos conocido de unas reinas y emperatrices maltratadas por la historia, que no pudieron elegir su destino. Excéntricas, caprichosas, rebeldes, ambiciosas
Más allá de un mundo de privilegios, riqueza y poder, todas fueron mujeres de carne y hueso obligadas a llevar sobre sus hombros la pesada carga de un imperio.
«La corona de Francia es una corona de espinas». Eugenia de Montijo, emperatriz de los franceses.
Cristina Morató
Reinas malditas
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Morwen 25.06.14
Título original: Reinas Malditas
Cristina Morató, 2014
Portadillas interiores: Roger-Viollet; Mary Evans Picture Library (general history) (general history) / ACI; Musée des Beaux-Arts, Béziers, France / Giraudon / The Bridgeman Art Library; UIG via Getty Images; The Maas Gallery, London / The Bridgeman Art Library; Time & Life Pictures / Getty Images.
Fotografía de la cubierta: Shutterstock
Diseño de cubierta: Gemma Martínez
Editor digital: Morwen
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A mi hermana, Maite Morató,
que tanto me ha enseñado
CRISTINA MORATÓ (Barcelona 1961). Periodista y escritora. Desde muy joven ha recorrido el mundo como reportera, realizando numerosos artículos y reportajes en América Latina, Asia, África y Oriente Próximo, escenario de dos de sus libros. Durante años alternó los viajes con la dirección de programas de televisión y sus colaboraciones en la radio y la prensa. Su interés por recuperar del olvido a las grandes viajeras y exploradoras de la historia la ha llevado a escribir los libros: Viajeras intrépidas y aventureras, Las reinas de África, Las damas de Oriente y Cautiva en Arabia, publicados por Plaza & Janés. En su libro anterior, Divas rebeldes, nos descubre las luces y las sombras de siete mitos del siglo XX . Todas sus obras han sido acogidas con extraordinario éxito de crítica y público, y han sido traducidas a varios idiomas. En la actualidad tiene una columna de opinión en la revista Mujer Hoy. Es miembro fundador y actual vicepresidenta de la Sociedad Geográfica Española, y miembro de la Royal Geographic Society de Londres.
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Una extraña en la corte
No me quedó otro remedio que vivir como una ermitaña. En el gran mundo me persiguieron y me juzgaron mal, me hirieron y me calumniaron tanto… Y sin embargo, Dios, que ve en mi alma, sabe que jamás le hice daño a nadie.
Confesiones de Isabel de Baviera
a su profesor de griego,
Constantin Christomanos, 1891
A l cumplir los treinta y cinco años de edad, Isabel de Baviera —la famosa Sissi— decidió ocultar su rostro tras un abanico y protegerse con una sombrilla de la mirada de los curiosos. Ella, que había sido considerada la emperatriz más hermosa de Europa, estaba harta de ser contemplada por el pueblo como un ídolo. También se negaba a interpretar su papel de encantadora emperatriz del poderoso Imperio austrohúngaro en una corte anticuada y perversa donde siempre se sintió una extraña. No se dejó retratar nunca más y nadie pudo ser testigo de su decadencia física, que tanto le angustiaba. Porque la leyenda sobre su belleza iba paralela a la de su excéntrico comportamiento. Durante más de cuarenta años asombró a todas las casas reales con sus desplantes y su menosprecio al rígido ambiente de los Habsburgo. Sissi rompió todos los moldes de la época y, desde luego, no fue la dócil y ñoña princesa de las películas. Se podrían llenar páginas enteras enumerando sus rarezas y extravagancias, fruto de una enfermedad que hizo de su vida un infierno.
Isabel era anoréxica y bulímica; no comía apenas, se agotaba haciendo ejercicio, se sometía a curas de sudor para adelgazar y su hiperactividad la obligaba a estar en constante movimiento, para queja de sus damas de compañía. El emperador Francisco José la amó hasta el final de su desdichada vida pero nunca la entendió. Ella, golpeada por las tragedias familiares y las presiones de la corte, bordeó la locura y acabó refugiándose en su propio mundo, olvidando sus deberes y viviendo sólo para sí misma.
La legendaria Sissi vino al mundo en el palacio ducal de Munich la fría noche del 24 de diciembre de 1837. Al ser domingo y día de Nochebuena, su llegada fue recibida como un feliz augurio. Su madre, la princesa real Ludovica de Wittlesbach, era hija del rey Maximiliano I de Baviera y de su segunda esposa, Carolina de Baden. Ludovica era la pariente pobre de sus poderosas hermanas, todas ellas muy bien casadas con reyes y emperadores. Una era reina de Prusia, otra de Sajonia y la mayor, Sofía, habría sido emperatriz de Austria si no hubiera obligado a su débil esposo a renunciar al trono en favor de su hijo mayor, Francisco José.
La mayoría de las princesas de su época tuvieron que dejar a un lado los sentimientos para cumplir con las obligaciones propias de su rango. Ludovica no fue una excepción y, en 1828, contrajo matrimonio con un primo segundo, el duque Maximiliano de Baviera —o Max, como le llamaban—, hombre liberal, bohemio y bastante excéntrico que pertenecía a una rama menor de la Casa de Wittlesbach. Desde un principio, Max le confesó a su esposa que no la amaba y que si había accedido a casarse con ella era por temor a enojar a su enérgico abuelo. Aunque fue un matrimonio de conveniencia y mal avenido, tuvieron diez hijos, de los que dos murieron al poco de nacer.
Ludovica, una mujer de notable belleza en su juventud, contó más tarde a sus hijos que había pasado su primer aniversario de boda llorando todo el día porque se sentía inmensamente desgraciada. Le costó mucho acostumbrarse a la vida bohemia de su esposo, a sus escándalos y a tener que cuidar ella sola de su numerosa prole. Era una esposa sumisa que soportó con abnegación las infidelidades del duque, que solía almorzar en sus aposentos del palacio ducal con sus dos hijas ilegítimas a las que quería con ternura.