Cristina Morató - Las Reinas de África
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- Libro:Las Reinas de África
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2003
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Las Reinas de África: resumen, descripción y anotación
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Hay algunas personas -casi todos buenos amigos- que me han ayudado a hacer realidad este viaje femenino al continente africano. En primer lugar tengo que dar las gracias a mi compañero José Diéguez, que me ayudó en las labores de traducción y documentación. También a mi paciente y entusiasta editor David Trías, que me animó desde el principio a dar forma a este libro y a Olga García, «mi duende» en este bosque encantado que es el mundo editorial. A Manu Leguineche y Javier Reverte por permitirme saquear sus bibliotecas. A Ramón Jiménez Fraile, con quien comparto la admiración por las viajeras decimonónicas, por responder a mis dudas y prestarme alguna de sus «joyas» de la literatura viajera. A Álvaro Iradier, bisnieto del explorador Manuel Iradier, por permitirme acceder a documentos y fotografías familiares que me han sido de gran utilidad para reconstruir la vida de Isabel de Urquiola. A Mª Luz Gisbert, que desde Córdoba me habló por primera vez de lady Smith y mi curiosidad me llevó a dedicarle todo un capítulo; y Jorge Ayora, que me ayudó a localizar libros tan antiguos como imposibles. A la historiadora Isabel Margarit y al antropólogo Jordi Serrallonga debo agradecerles su rigurosa documentación. No puedo olvidar las sugerencias de mi hermana Maite Morató, la voz crítica de mi padre Jaime y el entusiasmo de mi madre Mari Tere. Agradecer a la Fundación Mary Slessor los retratos cedidos de la misionera y a la Sociedad Geográfica Española su apoyo a todos mis viajes literarios.
Por último dar las gracias a Esther González-Cano, Stella Maris, Ángeles Moragón, Sonia Morales y al fotógrafo Marco Monti por participar en esta aventura. Y a mi admirada compañera, Teresa Gumiel, auténtica «Reina de África», por los días que hemos compartido en Kenia recorriendo algunos de los escenarios donde transcurre este libro.
La «Reina del Nilo Blanco»
(1835-1869)
Aquí hay unas damas holandesas viajando solas sin compañía de caballeros. Son muy ricas y han alquilado el único vapor por mil libras. Deben estar chifladas. Una joven dama sola, entre las tribus de los dinkas, es una locura. Todos los nativos van desnudos como el día en que nacieron.
Sir SAMUEL BAKER en 1862,
Jartum, Sudán
Entre los ilustres exploradores del siglo XIX que trataron de resolver el misterio de los orígenes del Nilo figura una rica dama holandesa llamada Alexine Tinne, que a los veintiséis años dirigió una expedición digna de una reina en el corazón de Sudán. Sin duda fue la viajera más original y excéntrica, se hizo acompañar de su madre viuda y de su tía, así como de una corte de sirvientes debidamente uniformados y, animales de compañía. En ningún momento renunció al lujo y al confort, se rodeó de sus muebles y objetos más queridos, y dilapidó parte de su fortuna pagando cifras astronómicas por un barco de vapor que la llevara a Gondokoro. Los exploradores como Sam Baker la criticaron sin llegar a conocerla personalmente y se escandalizaron de que tres mujeres solas se adentraran en regiones habitadas por «salvajes» completamente desnudos.
John Speke, el auténtico descubridor del nacimiento del Nilo Blanco, en una carta fechada en 1863 advertía a la señora Tinne sobre los peligros que iba a encontrarse su hija: «Mi querida baronesa, yo nunca me atrevería a viajar con más de un acompañante y sería extremadamente cuidadoso en seleccionar al personal. Sentiría mucho ver a unas damas intentando hacer un viaje de exploración en el que el fracaso es inevitable, y no por falta de valentía sino por los terribles efectos del clima africano que siempre será peor de lo que uno se imagina».
La expedición Tinne fue una de las más trágicas de su tiempo, en su difícil travesía remontando el Nilo murieron casi todos sus miembros. Unos años más tarde la misma Alexine sería asesinada en el Sáhara. Tenía treinta y tres años y con su muerte surgieron muchas leyendas en torno a su misteriosa desaparición en el desierto, los había incluso que afirmaban que vivía alejada de la civilización casada con un gran jefe africano. Esta joven extravagante pero generosa con los suyos, que viajaba por placer y no para ocupar un puesto en la historia como sus coetáneos, nunca publicó un libro de viajes pero llevó una vida de increíbles aventuras impensable para una mujer de su tiempo y clase social.
Ricas y nómadas
Alexine Tinne vino al mundo en La Haya en 1835 en el seno de una acomodada y aristocrática familia holandesa. Fue la única hija del segundo matrimonio de su padre, Philip Tinne, un hombre de negocios viajero que cuando ella nació tenía sesenta y tres años. Su madre, Harriet van Capellen, veinte años más joven que su marido, también pertenecía a una noble familia muy próxima a la Casa Real holandesa. Era una mujer culta e inquieta que idolatró a su única hija, con quien compartió peligrosas aventuras en remotos países. «Ali», como apodaban cariñosamente a Alexine, había heredado el espíritu aventurero de su padre que vivió largas temporadas en Surinam, antigua Guayana Holandesa donde poseía extensas plantaciones de caña de azúcar. Cuando el señor Tinne regresaba de sus largos viajes le traía a su hija extraños recuerdos de tribus perdidas y le contaba entusiasmado cómo eran aquellos países de selvas impenetrables habitados por extraños animales.
Durante unas vacaciones familiares en Roma, el padre de Alexine murió repentinamente y la niña, que entonces contaba nueve años de edad, heredó una fortuna de sesenta y nueve mil libras, unos cinco millones de euros de los de ahora (ochocientos cincuenta millones de pesetas). La baronesa Harriet van Capellen se convirtió en una acaudalada viuda entregada a la educación de su única hija con la que siempre le unió una gran complicidad. Alexine animada por ella aprendió varios idiomas, entre ellos el árabe, y adquirió una vasta cultura general que le sería muy útil en sus expediciones. Era además una buena pianista y dotada pintora como lo demuestran sus ilustraciones botánicas conservadas en el herbario de Viena. Su afición a la fotografía la llevó a convertir uno de sus carruajes en un auténtico cuarto oscuro donde revelaba sus negativos.
Con veintiún años Alexine era una muchacha rica, atractiva y bien educada pero demasiado emprendedora y engreída para la mayoría de los hombres que la pretendían. Fue justamente un asunto amoroso el detonante de sus primeros viajes a Egipto. La joven se enamoró de un apuesto oficial alemán destinado en Sajorna hijo de una conocida y rica familia como ella. Parecían estar hechos el uno para el otro pero al cabo de un tiempo y sin motivo aparente la muchacha anunció que no deseaba volver a ver jamás a su pretendiente. Fue entonces cuando Harriet decidió apuntarse a la moda del Grand Tour y se llevó a su hija a recorrer las más importantes capitales europeas visitando museos, ruinas y templos. Aunque confesaba en su diario que se sentía demasiado vieja a sus cincuenta y siete años para llevar una vida nómada y que las alteraciones de su rutina diaria la incomodaban, tenía una hija ansiosa por conocer mundo a la que no podía abandonar. Con ella atravesó a caballo los Pirineos por peligrosos pasos de montaña y, cuando visitaron Francia, recorrieron muchos kilómetros a través de polvorientos caminos en precarias diligencias. Era sólo el aperitivo de sus extraordinarios viajes por desconocidas regiones del continente negro que nunca habían sido visitadas por una mujer blanca.
En 1856 llegaron a Venecia con la idea de quedarse unos días en la ciudad, pero muy pronto se sintieron atraídas por los barcos de pasajeros que partían desde Trieste rumbo a Alejandría. Egipto estaba de moda entre los viajeros y artistas europeos, su nombre evocaba un mundo exótico, sensual y misterioso que ahora se encontraba al alcance de su mano. Así fue como madre e hija, convertidas en acaudaladas y extravagantes turistas, embarcaron en su primera aventura rumbo al gran río de África. En El Cairo se alojaron en un hotel mítico de la ciudad antigua, el Shepheards, donde se reunían los viajeros más distinguidos atraídos por su atmósfera de
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