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Francisco Rivas - 1212 Las Navas

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Francisco Rivas 1212 Las Navas

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Luz

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Prólogo

Aunque ahora mis ojos solo perciban la oscuridad, os aseguro que he visto las maravillas más gloriosas de la Creación. Aunque mi brazo apenas pueda sostener la espada, fue ella la que me proporcionó la salvación. Aunque mi voz suene seca y gastada, antaño entoné cánticos de alabanza al Redentor. Aunque ahora casi no pueda moverme, os prometo que luché ferozmente contra el enemigo.

No, yo ya no soy. Pero fui, y puesto que fui, seré.

Maldigo a los hombres sin memoria, y bendigo a los que lucharon conmigo aquel día, el día en que cambiamos el mundo. Oh, sí, nosotros fuimos como el viento del este que arrasó las naves que amenazaban Sión, como el clamor de las trompetas que derribó las murallas de Jericó, como el mar que sepultó en su oscuro seno a los ejércitos de Egipto. Y no lo merecía, pero tuve el honor de luchar aquel día por la cruz; y era indigno de ello, pero tuve el placer de saborear la victoria.

Y así, cuando cruce las puertas de la muerte y el Señor de los Ejércitos me haga la terrible pregunta que aguarda a todo mortal, cuando Él me pregunte: «¿Tú qué hiciste?», yo podré decirle: «Señor, yo combatí».

FRANCISCO RIVAS nació en Andalucía hace veintidós años Católico devoto sin - photo 1

FRANCISCO RIVAS, nació en Andalucía hace veintidós años. Católico devoto, sin embargo conoce bien la cultura y el mundo árabe, y es director sectorial del Mundo Islámico y Cuestiones Religiosas en la Asociación de Geopolítica GIN (Geopolítica Internacional).

La decisión de escribir una novela sobre la batalla de Las Navas de Tolosa se debe no sólo a la oportunidad de su octavo centenario, sino a intentar desentrañar las claves de lo que fue uno de los momentos más importantes de la Edad Media para España, Europa y el Islam norteafricano.

A mi familia Título original 1212 Las navas Francisco Rivas 2012 Retoque - photo 2

A mi familia.

Título original: 1212 Las navas

Francisco Rivas, 2012

Retoque portada: Quillito

Editor original: Quillito (v1.0)

Colaboradores: lucatoni78

ePub base v2.1

Notas

Septiembre de 1211, Anno Domini. Salvatierra, el solar de la Orden de Calatrava, ha caído. El califa almohade Al-Nasir ha reunido un ejército de decenas de miles de hombres y avanza hacia el norte con intención de completar la obra que su padre inició años atrás en Alarcos: erradicar por completo de la Península a los reinos cristianos.

Para evitar la aniquilación, los cristianos se ven obligados a emplear todas sus fuerzas. Alfonso VIII , rey de Castilla, forja alianzas y prepara la guerra con ayuda del papa Inocencio III , que declara la Cruzada e insta a todos los hombres de la Cristiandad a que acudan a combatir en España.

A través de los ojos de cuatro cristianos y tres musulmanes, esta novela coral narra cómo se gestó la épica campaña que desembocó en la batalla de Las Navas de Tolosa, una de las más trascendentes y sangrientas de toda la Edad Media.

Francisco Rivas 1212 Las navas ePUB v10 Quillito 211112 PRIMERA - photo 3

Francisco Rivas

1212 Las navas

ePUB v1.0

Quillito21.11.12

PRIMERA PARTE EL FUEGO El sol arrasaba el páramo de Castilla convirtiéndolo en - photo 4

PRIMERA PARTE
EL FUEGO

El sol arrasaba el páramo de Castilla convirtiéndolo en un mar de luz y sangre. Mientras moría, sus rayos araban la tierra como si quisieran dejar en ella una marca indeleble antes de desaparecer en las tinieblas, cual si fueran el último y glorioso estertor del héroe que por fin sucumbe. Algunas nubes, escasas, rompían la perfecta uniformidad del firmamento y recogían los destellos del astro, un coro que lloraba su caída y buscaba empaparse de lo que de él quedaba, de su esencia, de su alma.

Por tan elegíaco paisaje cabalgaban unas sombras blancas en dirección a las tinieblas que se arremolinaban hacia el norte. Eran unos sesenta o setenta caballeros, no más. Los restos de la orgullosa Orden de Calatrava, la primera en toda España en tomar las armas para defender su reino contra el Islam, pero incapaz ahora de defender su propia casa. Salvatierra, la fortaleza por la que habían combatido todo el verano, quedaba a sus espaldas, cada vez más lejana a medida que huían hacia el castillo de Zorita. El emblema de la santa cruz había sido sustituido en sus torreones por la media luna.

Era uno de los primeros días de septiembre. Cincuenta y un días antes, a comienzos de julio, los frailes que defendían Salvatierra habían visto cómo un inmenso ejército almohade caía sobre ellos. Tomando una decisión tan valiente como suicida, cuatrocientos de estos guerreros salieron de la fortaleza y cargaron contra el enemigo, cargaron contra su perdición. Ninguno sobrevivió, pues por cada calatravo había cien musulmanes, y los aullidos de rabia y dolor que brotaban de las gargantas de los cristianos al caer derrotados no eran sino agorero presagio de lo que estaba por venir.

El resto de la guarnición se preparó para resistir y encomendó su alma y su fuerza al Señor de los Ejércitos. Absolutamente rodeados y sin esperar auxilio alguno del exterior, pues la frontera castellana se hallaba a varias leguas al norte, los frailes no pudieron más que observar llenos de impotencia cómo el castillo de Dueñas, hermano de Salvatierra, caía; no lograron impedir que parte del ejército que les cercaba se separara y saqueara impunemente los campos toledanos ni que el pueblo situado al amparo de la fortaleza fuera arrasado, y sobre sus humeantes restos emplazaran los musulmanes las catapultas que ellos conocían como almajaneques hasta en número de cuarenta, temibles armas con las que hostigaron incesantemente los muros del castillo intentando abrir una brecha por la que penetraran los sitiadores.

Estos lanzaron ataque tras ataque, firmemente determinados a acabar de una vez con la orden que tanto les había ultrajado en la última década. Muchos monjes murieron, pero fueron más los atacantes que dejaron su vida en las murallas, ya que los defensores combatieron con un fervor solo igualado por su desesperación. Todos ellos preferían morir diez mil veces y sufrir los tormentos del infierno antes que permitir que Salvatierra, la daga clavada en el centro del imperio almohade, por la que, según los propios mahometanos, «sufría el corazón de la fe musulmana», la única llama de esperanza para el Cristianismo en España tras la matanza de Alarcos, se perdiera. A medida que pasaban los días, más aumentaba la ira de los almohades por ver lo difícil que les estaba resultando tomar la fortificación, y con más fuerza eran rechazados en sus furiosas acometidas.

Mas si las armas cristianas podían sostener, aunque a duras penas, las embestidas del ejército musulmán, nada podían hacer contra la sed. La escasez de agua, irónica tras una primavera excepcionalmente lluviosa, y unida al calor del verano manchego, causaba tantas bajas como los soldados del ejército islámico, y condenaba a los defensores a una lenta e inevitable derrota.

Por esto, viendo los almohades que no podían tomar Salvatierra sin que la sangre corriera a raudales, y sabiendo los calatravos que no podrían derrotar a sus enemigos, se pactó la capitulación. El castillo fue ocupado por los musulmanes, quienes no tardaron en quitar todas las cruces que había en él, y convirtieron la capilla en mezquita. Cánticos de alabanza a Alá fueron entonados por todos los combatientes musulmanes al ver que su fe era recompensada con la victoria; amargas lágrimas corrieron por los ensangrentados rostros calatravos, más dañinas que el acero enemigo o la sed.

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