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Axel Rivas - ¿Quién controla el futuro de la educació?

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Axel Rivas ¿Quién controla el futuro de la educació?
  • Libro:
    ¿Quién controla el futuro de la educació?
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    Siglo XXI Editores
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    2019
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¿Quién controla el futuro de la educació?: resumen, descripción y anotación

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4 Construir escenarios para América Latina Un programa de acción para la nueva - photo 2

1. La ciudad de los deseos fugaces

Bienvenidos a la ciudad digital

Un suave cosquilleo emerge en las mentes. Son vibraciones neuronales que moldean, expresan y expanden nuestros deseos. Millones de personas se arrastran por las pantallas y piden algo nuevo, repitiendo clics infatigables. Las pupilas se agitan e intentan tocar los deseos, como si esto fuese posible. Al igual que en el mito de Sísifo, condenado a subir una y otra vez la roca por la montaña, el juego vuelve a empezar con rapidez: aparecen nuevos deseos fugaces en busca de su concreción. El proceso se repite, se ramifica, se cristaliza en patrones neuronales (Carr, 2010). Parece un movimiento frenético pero tiene un orden con sus propios trayectos, reglas, objetivos, efectos. Hay una ciudad digital invisible donde depositamos de manera creciente nuestro tiempo. El sentido de este capítulo es descifrar el poder de esta nueva vida digital para preparar, contextualizar e inspirar una política educativa que atienda las posibilidades actuales.

Como indican estudios recientes (Cepal, 2016), las tecnologías digitales se han desarrollado en tres plataformas sucesivas. La primera plataforma estaba basada en la informática de las computadoras centrales y los equipos terminales; la segunda, centrada en el modelo cliente-servidor, surgió con la invención de la computadora personal, en la década de 1980, y se expandió gracias a la masificación de internet con la telefonía móvil; la tercera apenas acaba de comenzar: se centra en la ubicuidad y movilidad de la conectividad y posibilita los servicios en la nube, el desarrollo de la internet de las cosas y el poder predictivo de big data. La primera plataforma tenía millones de usuarios con miles de aplicaciones y soluciones; la segunda sumó a cientos de millones de usuarios y decenas de miles de aplicaciones; la tercera abarca a miles de millones de usuarios (tres mil seiscientos millones usan internet en 2018) y millones de aplicaciones que se multiplican cada día. Kevin Kelly (2016) también habla de tres fases para analizar la historia de internet. La primera fase imitaba la era industrial. Cuando se masificaron las computadoras personales, su metáfora era la vida en una oficina: las pantallas tenían “escritorios”, “carpetas” y “archivos”. Cada elemento residía en un lugar asignado, había un orden jerárquico y categorías fijas.

La segunda etapa fue el triunfo de internet. Los archivos fueron reemplazados por las “páginas”, cuya organización ya no era en carpetas sino en redes hipervinculadas. Millones de sitios en la web reunieron y conectaron de manera inédita la información generada por la humanidad. El “escritorio” fue reemplazado por una nueva interfaz centrada en el “buscador”, una ventana uniforme que atravesaba el océano interminable de internet para escanear todas las páginas y devolvernos un mapa accionable de nuestros deseos. Ese mapa se unificó de a poco en un motor de búsqueda omnipresente: Google.

En la tercera etapa las páginas y los buscadores les dan paso a otras formas de organización del tiempo y los deseos. Es la era de los algoritmos, en la que los flujos de deseos-acciones-búsquedas en tiempo real se suceden sin solución de continuidad y en la que las notificaciones nos marcan el compás. Se trata de la era del streaming, una fuerza múltiple y constante que convierte nuestros íntimos deseos en software: se nos ofrecen videos, series, relaciones sociales o novedades que siguen nuestros patrones de conducta sobre la base de la acción de algoritmos predictivos.

La búsqueda permanente de nuevos estímulos ordena nuestra vida digital. Todas las aplicaciones solicitan notificarnos sus novedades para acceder de manera sutil y constante a nuestra atención. Diseñadores expertos estudian cómo navegamos en sus plataformas para descifrar nuestros deseos, incluso aquellos que ni siquiera nosotros podríamos verbalizar. Vivimos un tiempo de gigantesco control de la vida inconsciente. Las nuevas plataformas están creando un mundo digital diseñado para no querer escapar de él, tallado sobre nuestros gustos particulares y los de otros millones de depositantes de datos, que informan sobre su vida, sus placeres, sus creencias. Allí entregamos nuestra intimidad –el recorrido detallado de lo que miran nuestros ojos durante las horas del día– para que la máquina digital nos acerque una y otra vez un momento efímero de satisfacción.

En esta era del streaming, el flujo es un presente constante, volátil y etéreo. Lo que sucede en el mundo digital pasa fluyendo frente a nosotros. Algunas aplicaciones lo muestran en su máxima expresión: operan por completo en el presente. Snapchat, por ejemplo, ofrece mensajes destinados a desaparecer. Si los observamos en el momento están allí, pero luego se desvanecen y no vuelven jamás. El mecanismo busca atraer magnéticamente la atención bajo la amenaza de perder de vista la novedad, el tesoro más preciado. La construcción de este presente absoluto despoja al mundo de su historia (Virilio, 2012), nos sitúa en un presente permanente que implica, además, la disolución del pasado, de todo lo anterior.

Integrados al fluir constante de los pixeles, nos vemos llamados a convertirnos en seres de las pantallas. Estos seres están mudando de las pantallas de cine y televisión a las pantallas de computadoras, tabletas y celulares, a la realidad virtual y, en el futuro cercano, pasarán a vivir en la “pixelación” de toda superficie fija, que se convertirá en una extensión digital de nuestra vida (Kelly, 2016). La próxima etapa de la vida digital es la internet de las cosas. Cuando todo pueda ser proyectado en cualquier superficie, ¿nuestro mundo será una pantalla interminable?

La cultura de las pantallas es un constante flujo de imágenes, anuncios, instantáneas de la vida privada, mensajes personales y públicos, novedades del mundo y de los entornos interpersonales, ideas, anuncios y caudales de información que buscan atrapar nuestra atención. En la tercera fase de la vida computacional ya no estamos anclados a sucesos ordenados según la fecha, algo que todavía era un reflejo de la época industrial, con el horario de oficina, y de los medios de comunicación del siglo XX, organizados por las noticias del diario. La nueva era nos coloniza en tiempo real.

La evolución de la vida digital hacia un presente absorbente tiene una fecha de nacimiento simbólico fijada en el año 2005. En 2004 todavía no existían Facebook, Twitter, YouTube, Uber, Airbnb, Snapchat, Instagram, Spotify, Dropbox o WhatsApp. En 2005 el porcentaje de celulares conectados a internet por banda ancha en América Latina era nulo, en 2017 ascendía a más del 60% de la población.

Consideradas según su valor de mercado, las empresas más poderosas del mundo en 2006 eran Exxon, General Electric, Total, Microsoft y City. En 2016 el poder había pasado a los cinco gigantes tecnológicos: Apple, Alphabet (perteneciente a Google), Microsoft, Amazon y Facebook. Estas empresas utilizan la lógica de las plataformas de multiplicación de usuarios, sobre la base de ecosistemas de productos y servicios. Se trata de un modelo de mercados interdependientes que funciona mediante los híbridos de competencia y cooperación de la economía colaborativa, algo novedoso en la historia de los poderes económicos que se expresa en el crecimiento de startups como Uber, Alibaba, Airbnb, PayPal, Square, WeChat y Android (Kelly, 2016).

La emergencia de esta etapa ha modificado radicalmente el paisaje cultural, en el más amplio de los sentidos, en apenas una década. En ese lapso se combinó un acceso masivo a internet con un crecimiento exponencial de los contenidos digitales. Esta nueva etapa de la historia de la humanidad, en la que somos maniatados por nuestros propios deseos fugaces, está moldeada por las ciencias de datos digitales basados en algoritmos. Como resultado de este proceso, el software, entendido como una capa que permea la cultura y modela las formas de comunicación, representación, simulación y análisis, los procesos de decisión, la memoria, la visión, la escritura y la interacción, ha ganado el control de la organización de los modos de existencia (Manovich, 2013).

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