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Manuel Rivas - Una espía en el reino de Galicia

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Manuel Rivas Una espía en el reino de Galicia
  • Libro:
    Una espía en el reino de Galicia
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2005
  • Índice:
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Una espía en el reino de Galicia: resumen, descripción y anotación

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Andar por libre

L a geografía de este libro consta de cuatro lugares comunicados por caminos de quita y pon en el tiempo y en el espacio. Galicia contada a un extraterrestre es una nueva versión del informe dirigido a un alien llamado Golf Oscar Delta. La espía (1º viaje) es una selección de la serie publicada en La Voz de Galicia (1990-1992), sometida a un trabajo de restauración con el que disfruté mucho. ¡Allá va el siglo XX! La espía despertó de su estado de hibernación refugiada en las páginas del semanario A Nosa Terra (2003-2004): La espía (2º viaje). Y el último lugar de esta geografía gallega del humor con una pizca de nostalgia y salada con ironía es El blog del rumbar, recién pescado, que nació en A Nosa Terra y que es un ser vivo que va a su aire. Agradecido a toda la gente que hizo y hace posible este andar por libre.

Manuel Rivas

LA ESPÍA.
1º viaje
El país de las goteras

S e habla mucho de la arquitectura popular, pero no se habla de la gotera. Una casa gallega sin gotera es como una casa portuguesa sin certeza.

Cuando el gallego fetén va a comprar o alquilar una casa, en lo primero que se fija es en el número de goteras. El propietario acostumbra a explicar con todo detalle las magníficas condiciones del hogar que oferta, que si tantas habitaciones, que si tantos metros cuadrados, que si el material es de lo mejorcito, que si el parqué fue colocado con mano de santo, que si está soleado por aquí, que si tiene vistas al mar por allá… Mientras lo recorre, el gallego va mirando al techo como un apache en busca de una nube en las Montañas Rocosas.

—Qué, ¿qué le parece? —pregunta el dueño, muy orgulloso de su inmueble.

—La casa está muy bien, pero…

—No se preocupe por el precio. Eso podemos hablarlo.

—No, no se trata del precio —observa el gallego con expresión preocupada—. A mí me parece que le falta algo, pero no sé qué… ¡Las goteras!

—Hombre, eso tiene arreglo. Estamos en confianza. ¿Cuántas goteras necesita?

—Somos cuatro de familia. Creo que una por cabeza sería lo ideal.

—Hecho. Mañana mismo dejamos listas cuatro goteras estupendas. ¿Cómo las prefieren, resbalando por la pared, deslizándose por las láminas de la persiana o en caída libre?

—Ponga un surtido.

El gallego se entretiene mucho con las variedades autóctonas de goteras. Cuando se aburre en casa, se pone a contemplar con ojos melancólicos la doméstica gotera, con la misma pose que el Rey Sabio cuando componía las Cantigas de Santa María.

—¿Qué haces, Manolo?

—Miro la gotera, Carmiña. ¿A que es bonita?

—Natural como un manantial. ¡Qué suerte hemos tenido!

Una de las características de las goteras autóctonas es que, una vez instaladas, son inmortales y adquieren la entrañable condición de una señal de identidad, de un blasón familiar. Forman parte de la casa, igual que los duendes o los espíritus de los antepasados. Por nada del mundo el gallego fetén se desprendería de su gotera.

—Fijaos en la gotera esa de la esquina del dormitorio —les dice a sus invitados para darles envidia—. Sí, esa que ya ha criado musgo. ¡Es de la época de mi abuelo!

—¡Qué maravilla, qué pedigrí! —exclama uno de los invitados—. ¿Y cómo haces para conservarla así, tan húmeda, tan auténtica, cuando no llueve?

—¡Ah, pues muy fácil! Cuando veo que va a menos, intento taparla del todo.

Eso es. El mejor remedio para mantener bien viva y lucida una gotera es intentar taparla. Cuando el gallego observa con preocupación que la gotera empieza a secarse y está en fatal trance de desaparición, comienza a tratarla con todo tipo de material específico para la reproducción de goteras, esas cosas llamadas aislantes de las que en Galicia hay una nutrida oferta. Para mayor garantía de que la gotera reaparecerá en plena forma, el gallego le pone tela asfáltica, aguaplás, cemento blanco, pintura de barco, todo al mismo tiempo. En pocos minutos comprueba con alegría que la gotera vuelve a manar.

No le den más vueltas a la psicología del gallego. Cuando un gallego fetén anda bajo, triste, deprimido, puede ser porque no tiene una gotera en casa. Va al bar y pide un café.

—¡Unas gotas, por favor!

¿A qué viene este cariño, esta relación apasionada entre el gallego y la gotera? Seguramente se trata de una herencia remota, de un vínculo con sus antepasados, transmitido de padres a hijos por los secretos atajos del subconsciente colectivo. Es posible una interpretación de Galicia en función de los materiales utilizados para cubrir los hogares, desde la techumbre de paja a la uralita. Siempre hay un nexo común, nunca estudiado por arquitectos, antropólogos o etnógrafos. Es la gotera. Galicia ha conservado su ser, su esencia, entre otras cosas porque ha conservado la gotera.

Gracias a la institución popular de la gotera, el gallego no se olvida de que, por encima del provisional techo o tejado, está siempre el cielo, la tía Lluvia, hermana de la Madre Tierra. El gallego puede sentarse delante de la televisión para ver el último partido de la NBA, tomar una malta, comer cuscús o leer Le Monde Diplomatique pero al fondo de la estancia resonará, como una campanilla telúrica, gota a gota, la gotera.

La gotera autóctona, tan importante en el diseño tradicional del hogar gallego, tiene algunos inconvenientes, sobre todo cuando es obra de inexpertos constructores, malformados al abrigo de la especulación. La auténtica gotera era de caudal prudente, muy vistosa pero sin ostentación, y de una humedad brumosa, romántica, como un cuadro de Ovidio Murguía. Ahora uno se encuentra con goteras desaforadas, carentes de armonía, y de manchas sucias como purín. La gotera tradicional tenía un centro a modo de caño, por donde salía un agua clara de manantial. Las goteras de ahora no tienen esa cosmogonía. Se difunden sin weltanschaunng. Un desastre. Sería muy interesante que en el proyecto arquitectónico de viviendas se obligase a incluir un apartado específico sobre la gotera, su localización, curso, tipología, etc. De la misma forma que en la escuela de Arquitectura alguien versado en la materia debería impartir clases de Estructura y Estética de la Gotera, para lo que sería conveniente un previo estudio de campo. Está claro que no tiene nada que ver una gotera de Vigo con una de Coruña. La de Coruña es modernista, la de Vigo, minimalista. La de Santiago es barroca: ese supremo expansionismo de la gotera compostelana.

El gallego fetén quiere a su gotera y ésta, en justa correspondencia, no lo abandonará mientras viva. Y aún después. Cuando el gallego muere y se instala en el nicho, no tarda en escuchar, gota a gota, la música de arpa de su querida gotera. Ese eco familiar del cósmico big bang.

Los Observadores de Obras

P aul Lafargue, el yerno de Marx, consideraba a los gallegos como una raza maldita, igual que a los chinos, los escoceses, los auverneses o los pomeranos. Para el autor de El derecho a la pereza la primera obligación de un trabajador consciente era trabajar lo menos posible. Una manera de hacer la revolución que, desde luego, resultaría insultante para un gallego fetén. El tal Lafargue, por mucho y bien que escribiese, en Galicia sería sólo un charlatán. Ahora sabemos que Lafargue metió a los gallegos en su libro enfadado porque un afilador de Ramuín le dijo en París: «Il faut travailler, qui veut manger, machiño».

Siendo bien cierto que a los gallegos les gusta trabajar, no lo es menos que lo que más le gusta al gallego es ver cómo se trabaja. Allí donde hay una obra, sea un gallego que atornilla un tornillo o un grupo de gallegos que agujerea un agujero, hay un grupo de gallegos fascinados ante la faena. Pasan horas y horas, tantas o más que los operarios, a pie de obra. No son mirones exactamente. Son auténticos Observadores, en el sentido de la ONU. Hacen indicaciones, comentan la marcha del trabajo y llegan a agudas conclusiones sobre la calidad de los clavos o el potencial de la perforadora. En cierta forma sustituyen voluntariamente y con entusiasmo la normal ausencia del arquitecto o del ingeniero. Los gallegos espectadores de obras son en realidad asesores que trabajan gratis. Cuando aparecen dificultades en la construcción aconsejan siempre con muy buen tino e incluso contrastan con experiencias internacionales.

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