INTRODUCCIÓN
E L D UQUE DE R IVAS EN SU TIEMPO Don Ángel de Saavedra y Ramírez de Baquedano, más conocido en la Historia de la Literatura Española como Duque de Rivas, nació en Córdoba el 10 de marzo de 1791. Su padre, don Juan Martín Pérez de Saavedra, fue el primer duque de Rivas. Hasta 1793 el título había sido sólo de marqués, dignidad que databa de 1641. Curiosamente su lema «Padecer por vivir» parece pensado para el protagonista de D ON Á LVARO O L A FUERZA DEL SINO . Era hijo segundo y, por tanto, no destinado al título y a todo lo que esto llevaba consigo. Tuvo una educación rigurosa con dos preceptores franceses que habían huido de la Revolución.
Se sabe que su padre hacía versos imitando a Quevedo y que en su educación tuvo también maestros españoles que, desde muy niño, le pusieron en contacto con la historia y la literatura de su patria. Cuando en 1802, a los once años, murió su padre, el niño se trasladó a Madrid, como interno, al Seminario de Nobles, lugar frecuentado por los segundones de las familias aristocráticas que destinaban a sus hijos al ejército. Al parecer no fue muy buen estudiante, aunque dio muestras de ingenio y afición especial por la literatura, escribiendo ya por entonces versos a imitación de Herrera y otros autores de nuestra Edad de Oro. A los dieciséis años tuvo su primer destino como militar en Zamora, pero, dado el peligro de que pudiese entrar en guerra, la duquesa viuda consiguió que permaneciese en Madrid entrando en el Cuerpo de Guardias de la real persona. En estos años de adolescencia se une a otros jóvenes aristócratas con inquietudes intelectuales y políticas. En 1808 compuso un poema heroico de carácter neoclásico titulado «A la victoria de Bailén», que marca el inicio de su carrera literaria.
Durante la Guerra de la Independencia luchó en varios frentes —Sepúlveda, Logroño, Tarazona y Ocaña— y fue herido de gravedad en esa última batalla. Una vez recuperado volvió a la guerra y en 1811 se encuentra defendiendo Cádiz, sitiada por los franceses, y al año siguiente, una vez finalizada la guerra, pide el retiro de su carrera militar y se instala en su querida ciudad de Sevilla. La famosa Constitución de Cádiz de 1812 marca un profundo hito en la historia de España y, de hecho, toda la actividad política hasta la madurez de nuestro autor (hasta la Constitución de 1837) gira en torno a ella. La profunda crisis social surgida a finales del siglo XVIII , las consecuencias de la Revolución Francesa, el nacimiento de una España agostada, empobrecida y analfabeta (el 94 por 100 de la población no sabía leer ni escribir a comienzos del siglo XIX ), todo ello se ve reflejado en la Constitución de Cádiz y en la mentalidad de nuestro autor por esos años. Retirado, pues, de la vida militar con el grado de teniente coronel, permaneció don Ángel en la capital andaluza entre 1812 y 1820, es decir, entre la Restauración de Fernando VII y el Pronunciamiento del general Riego que obligó al rey a jurar la Constitución de Cádiz, que el monarca había abolido por el decreto de Valencia en 1814. En esa época se desató la primera gran persecución de liberales, pero ni el escritor ni su hermano —segundo duque de Rivas— fueron perseguidos.
Esos años marcan la parte más calmada e idílica de la existencia de nuestro autor. Se dedicó a la pintura y a la poesía iniciándose también en el arte del teatro. En Sevilla tuvo amistad con intelectuales, eruditos y escritores. A fines de 1813 publica un tomo de poesías que se caracteriza por su tono imitativo y bastante convencional de claras huellas neoclásicas. Entre 1814 y 1827 escribe siete tragedias que constituyen parte importante, aunque no esencial, de su teatro y que más tarde comentaremos. Cuando en 1820 vuelve la Constitución de Cádiz, Saavedra la saluda con entusiasmo al igual que todos los liberales de su tiempo.
Consiguió entonces el permiso para viajar al extranjero que durante el período absolutista se le había negado, recibiendo además el encargo de recorrer y examinar los establecimientos militares de varios países europeos. En enero de 1821 se publicó el segundo tomo de sus poesías, ya mucho más personal que el primero, y poco después partió a Francia y se estableció en París durante bastantes meses hasta finales de ese mismo año. En la capital francesa tuvo amistades y frecuentó los cenáculos literarios y artísticos, además de cumplir con la misión que se le había encomendado. Cuando se disponía a partir para Italia, hubo de regresar precipitadamente a Madrid ante la gravedad de los sucesos políticos. Convencido por su amigo Alcalá Galiano, el militar, escritor y ahora político, se presentó a las elecciones legislativas de 1822 y fue elegido diputado a Cortes. Fue un liberal convencido e incluso exaltado y duro opositor al gobierno que entonces presidía Martínez de la Rosa.
Pero su trabajo como diputado liberal duró poco. El 1 de octubre de 1823 entraron en España las tropas francesas de la Santa Alianza conocidas como los Cien mil hijos de San Luis y Fernando VII recobró sus poderes absolutos, la Constitución de 1812 fue abolida y dio comienzo la llamada ominosa década. Al igual que otros muchos liberales significados, don Ángel Saavedra tuvo que huir y marcharse de España. La Audiencia de Sevilla lo había condenado a muerte y todos sus bienes fueron confiscados. Con su amigo Alcalá Galiano pasó a Gibraltar y en la colonia británica permaneció algunos meses. De Gibraltar se fue a Londres en mayo de 1824, pero el clima inglés le sentaba mal y a finales de ese año regresó a Gibraltar y se casó con su prometida, doña Encarnación de Cueto.
En el verano de 1825 intentó establecerse en Italia, pero las intrigas de Fernando VII lograron que las autoridades italianas le impidiesen permanecer en el país. Como tampoco podía establecerse en Francia, decidió regresar a Inglaterra dirigiéndose a la isla de Malta, para embarcarse allí hacia Londres. Sin embargo, una vez en Malta decidió quedarse en espera de mejores tiempos, y la tranquilidad de la isla y su buen clima hicieron que su estancia se prolongase durante cinco años. En Malta nacieron sus tres primeros hijos y escribió una parte significativa de su obra poética. Pero la lejanía de España le disgustaba, y en 1830, creyendo que la situación en Francia era más permisiva, se trasladó a París. Sin embargo, la policía francesa lo confinó en Orleans, aunque por poco tiempo.
El 27 de julio de ese año tuvo lugar la sublevación del pueblo de París contra la monarquía de Carlos X; el rey fue destronado y hubo un cambio dinástico en la figura de Luis Felipe I, que juró una constitución liberal. Trasladado a París, Saavedra vivió la apoteosis del Romanticismo. Permaneció en Francia —París y Tours— hasta la muerte de Fernando VII, cuando su viuda, la reina Cristina, promulgó una amplia amnistía. Nuestro autor regresó a España el 1 de enero de 1834 después de más de diez años de exilio. A los pocos meses de su llegada a Madrid, el 15 de mayo, falleció fulminantemente, de una pulmonía, su hermano mayor, el duque, y al ser éste soltero los derechos de sucesión pasaron a don Ángel, que se convirtió así en el tercer duque de Rivas. A partir de este momento su vida cambia sustancialmente.
Si en los años de destierro tuvo ocasión y tiempo de amplias lecturas —nuestros clásicos sobre todo, pero también Shakespeare, Byron, Walter Scott, además de la siempre presente literatura francesa— y de dedicarse a su propia obra de creación, ahora la actividad política del nuevo duque será su principal ocupación. Sólo que ha habido un cambio profundo en sus convicciones políticas. El antiguo liberal exaltado es ahora un hombre mucho más moderado e incluso conservador. Si en un principio admira la labor de Mendizábal, el único que parecía capaz de salvar a España de la bancarrota en la que la había sumido la desastrosa política de Fernando VII, no tardó mucho en pasarse a la oposición, y ya para 1836, caído Mendizábal, Rivas fue nombrado ministro de la Gobernación dentro de un gabinete claramente conservador. El gobierno duró poco. Durante el verano del 36 hubo levantamientos de signo liberal en toda España y el 12 de agosto se produjo la llamada Sublevación de sargentos de La Granja; los sargentos de guarnición del palacio de La Granja obligaron a la reina Cristina a firmar la restauración de la Constitución de 1812 y Mendizábal volvió a ser ministro de Hacienda.