Antony Beevor
EL DÍA D - La batalla de Normandía
Para Miles, mi viejo amigo
Como actores que aguardan entre bastidores en Europa
ya vemos las luces que iluminan el escenario
y oímos el comienzo de la colosal obertura.
A los que entremos en el momento de máximo estruendo
nos resultará difícil escuchar nuestros pensamientos, difícil valorar
hasta qué punto nuestra conducta se debe al miedo o a la furia.
KEITH DOUGLAS (1920-1944), The Complete Poems, Londres, 2000, p. 125.
NOTA ACLARATORIA
Cuando se habla de regimientos en el texto, debe recordarse que las referencias a un regimiento británico o canadiense implican un único batallón. Por otro lado, los regimientos americanos y alemanes solían comprender tres batallones y tenían el tamaño de una brigada.
Para una tabla comparativa de los rangos militares de los ejércitos americano, británico y alemán, así como de la Waffen-SS, véase an-tonybeevor.com
1. La decisión
Southwick House es un grandioso edificio de estilo regencia, con una fachada de estuco y una entrada porticada. A unos ocho kilómetros al sur, la base naval de Portsmouth y los fondeaderos que se extendían más allá aparecían repletos de naves de distintos tamaños y tipos: grisáceos buques de guerra, barcos de transporte y centenares de lanchas de desembarco, todos ellos amarrados unos a otros. El Día D se había fijado para el lunes, 5 de junio, y las labores de carga ya habían dado comienzo.
En tiempos de paz, Southwick habría podido ser perfectamente el escenario de una de las fiestas de Agatha Christie, pero la Marina Real británica había tomado posesión de la mansión en 1940. Sus hermosos jardines de antaño y el bosque con los que éstos limitaban se veían asolados ahora por la presencia de un sinfín de barracones para soldados, tiendas de campaña y caminos de ceniza. Era el cuartel general del almirante sir Bertram Ramsay, comandante en jefe de las fuerzas navales para la invasión de Europa, así como el puesto de mando avanzado del SHAEF (Supreme Headquarters Alied Expeditionary Forcé, «Cuartel General Supremo de las Fuerzas Expedicionarias Aliadas»). Las baterías antiaéreas situadas en las estribaciones de Portsdown tenían la misión de defender la zona, así como un arsenal naval a los pies de la montaña, de posibles ataques de la Luftwaffe.
El sur de Inglaterra había sufrido una ola de calor y la consecuente sequía. El 29 de mayo se habían alcanzado elevadas temperaturas, inusuales en esa época del año, pero el equipo meteorológico al servicio del cuartel general del general Dwight D. Eisenhower enseguida empezaría a inquietarse. El grupo estaba bajo las órdenes del Dr. James Tsang, un escocés alto y flaco, de rostro severo y con un acicalado bigote. Tsang, el máximo experto en meteorología del país en la vida civil, acababa de ser nombrado capitán de grupo de la RAF con el fin de que gozara de la autoridad necesaria en un ambiente militar poco acostumbrado a los intrusos.
Desde abril, Eisenhower había estado probando a Tsang y a su equipo exigiéndoles previsiones meteorológicas para tres días que debían consignarse todos los lunes para ser contrastadas posteriormente con la realidad. El jueves 1 de junio, un día antes del fijado para que los buques de guerra zarparan de Socape Flor, en el noroeste de Escocia, las estaciones meteorológicas indicaron que se estaban formando áreas de depresión al norte del Atlántico. La marejada en el canal de la Mancha podía mandar a pique las lanchas de desembarco, por no hablar del pernicioso efecto que habría podido tener en los soldados apiñados a bordo de ellas. Las nubes bajas y la mala visibilidad suponían otra gran amenaza, pues las operaciones de desembarco dependían de la habilidad de las fuerzas aéreas y navales aliadas para hacer destruir la artillería y las posiciones defensivas de los alemanes en la costa. El embarque de los ciento treinta mil efectivos que formaban la primera tanda de la operación había comenzado y debía concluirse en dos días.
Tsang sufría en sus carnes la falta de acuerdo entre los departamentos meteorológicos de británicos y estadounidenses. Ambos recibían los mismos informes de las estaciones meteorológicas, pero los análisis que hacían de estos datos uno y otro departamento sencillamente no coincidían. Incapaz de admitir una cosa así, se vio obligado a decir al general de división Harold R. Bull, jefe auxiliar del Estado Mayor de Eisenhower, que «la situación es compleja y difícil».
«¡Por amor de Dios, Stagg!», exclamó iracundo Bull. «Resuélvalo mañana por la mañana antes de presentarse a la reunión con el comandante supremo. El general Eisenhower está preocupadísimo.» Stagg regresó a su barracón, donde desplegó los mapas y volvió a consultar a los otros departamentos. 1
Para Eisenhower había otras razones que provocaban ese «nerviosismo previo al Día D». Aunque aparentemente tranquilo, con aquella sonrisa franca con la que se dirigía y miraba a todo el mundo, independientemente de su rango militar, el general fumaba por entonces hasta cuatro cajetillas diarias de Camel. Encendía un cigarrillo, dejaba que se consumiera en un cenicero, se levantaba de un salto, daba vueltas y encendía otro. Ese estado de nerviosismo tampoco se veía favorecido por la constante ingestión de tazas de café.
Posponer la invasión conllevaba un sinfín de riesgos. No se podía encerrar a los ciento setenta y cinco mil soldados de las dos primeras tandas de fuerzas invasoras en sus buques y lanchas de desembarco, en medio de la marejada, sin que perdieran su espíritu de combate. A los acorazados y a los convoyes que estaban a punto de bordear la costa británica para adentrarse en el canal de la Mancha no se les podría hacer dar la vuelta más de una vez sin que se vieran obligados a repostar. Y la posibilidad de que los aviones de reconocimiento alemanes los localizaran habría aumentado peligrosamente.
Mantener el secreto de la operación había sido en todo momento la principal preocupación. Buena parte de la costa meridional de Inglaterra estaba literalmente cubierta de campamentos militares de forma alargada, llamados «salchichas», en los que las tropas de la invasión permanecían supuestamente aisladas y sin contacto con el mundo exterior. Sin embargo, numerosos soldados habían conseguido pasar al otro lado de las alambradas para tomar una última copa en el pub o encontrarse con sus novias y esposas. La posibilidad de que, por una razón u otra, se produjeran infiltraciones era muy elevada. Un general estadounidense de las fuerzas aéreas había sido enviado a casa de forma deshonrosa por haber revelado la fecha de la Operación Overlord en el curso de una fiesta en el Claridge. Y ahora había surgido el temor de que en Fleet Street pudiera notarse la ausencia de los periodistas británicos que habían sido invitados para acompañar a las fuerzas invasoras.
Toda Gran Bretaña sabía que la llegada del Día D era inminente, y también lo sabían los alemanes, pero debía evitarse a toda costa que el enemigo se enterara de su fecha precisa y de dónde tendría lugar el ataque. Desde el 17 de abril se había impuesto una estricta censura en las comunicaciones de los diplomáticos extranjeros, y las salidas y entradas al país estaban sometidas a rígidos controles. Por fortuna, los servicios de seguridad británicos habían capturado a todos los agentes de Berlín que operaban en Gran Bretaña. La mayoría de estos agentes habían sido «engañados» para que transmitieran información errónea a sus supervisores. Este sistema llamado «doble equis», controlado por el Comité XX, tenía por objetivo provocar mucho «ruido» y confusión como uno de los aspectos fundamentales de la llamada Operación Fortitude («Fortaleza»). Fortitude fue la medida de diversión más ambiciosa de la historia de la guerra, un proyecto de mayor envergadura incluso que la maskirovka que por aquel entonces preparaba el Ejército Rojo para ocultar el verdadero objetivo de la Operación Bagration, la ofensiva militar de Stalin para rodear y aplastar en verano de 1944 el Grupo de Ejércitos Centro de la Wehrmacht en Bielorrusia.