Horario cotidiano en la vida de un templario
22 h a 02 h: Dormir
02 h: MAITINES. Primer oficio religioso en la capilla. Revisión de caballos y equipo
03 h a 07 h: Dormir
07 h: PRIMA. Segundo oficio religioso y misa en la capilla. Revisión de caballos y equipo
08 h: Asueto
09 h: TERCIA. Tercer oficio religioso en la capilla
10 h a 12 h: Asueto
12 h: SEXTA. Cuarto oficio religioso en la capilla
13 h: Comida en el refectorio
14 h: Oración de acción de gracias en la capilla
15 h a 17 h: Asueto
17 h: NONA. Quinto oficio religioso en la capilla
18 h: Asueto
19 h: VÍSPERAS. Sexto oficio religioso en la capilla
20 h: Cena en el refectorio
21 h: COMPLETAS. Séptimo oficio religioso en la capilla. Revisión de caballos y equipo
Capítulo 1
Introducción
La sola mención de la Orden del Temple suele despertar sentimientos contrapuestos: para unos se trató de un grupo de caballeros orgullosos y ávidos de poder, ansiosos de riquezas y de gloria mundana, que se comportaron con una soberbia y una altanería impropia de cristianos; para otros fueron creyentes modélicos que dejaron de lado todo para dedicar su vida al servicio y defensa de la cristiandad. Y no faltan quienes los consideran una secta de personas iniciadas en cultos esotéricos, practicantes de ritos cabalísticos y mágicos, guardianes de reliquias y poseedores de grandes secretos y tesoros ocultos.
A nadie dejaron indiferente; ya desde el mismo siglo XII los templarios contaron con defensores y detractores: el cronista Guillermo de Tiro, que nació en Jerusalén hacia 1130, vivió en Francia e Italia y llegó a ser canónigo en San Juan de Acre y archidiácono de Tiro, muestra en su crónica, escrita hacia 1170, muy poca simpatía hacia los caballeros del Temple, y aprovecha cualquier circunstancia para atacar su forma de comportarse; el cronista inglés Mathieu París lanzó duras acusaciones contra ellos. Por el contrario, Jacques de Vitry, nacido hacia 1165 y fallecido en 1240, se mostró en su crónica de manera muy favorable a los templarios; y Bernardo de Claraval, uno de los santos más influyentes del Medievo, los elogió de manera superlativa en una obra escrita hacia 1130.
Pero sin duda, lo que ha hecho del Temple la orden religiosa más atractiva de la cristiandad y sobre la que más se ha debatido es la manera en que desapareció. Desde que se decretó su supresión, a principios del siglo XIV, no han cesado de producirse especulaciones, algunas absolutamente fantasiosas, sobre las actividades de los templarios, su modo de vida, sus relaciones con otras sectas, sus pactos y convenios con los musulmanes o su pretendido secretismo.
Durante siglos se ha debatido sobre su inocencia o su culpabilidad, y ambas posturas han sido defendidas por notables intelectuales. Los cronistas medievales, mayoritariamente clérigos, han sostenido que la gente de la época sentía desprecio por el Temple, basándose en el rechazo que provocaba el rumor extendido y argumentado por individuos muy poderosos de que a los templarios sólo les guiaba la ambición de poder y la avidez de dinero.
Dante Alighieri, que incluso ha sido adscrito al Temple por algunos estudiosos, colocó en La Divina Comedia en el Purgatorio (Purgatorio, Canto XX) a la dinastía de los Capetos, reinante en Francia entre fines del siglo X y principios del XIV, a cuyos monarcas recrimina su avaricia; y amonesta en el día del Juicio Final al rey Felipe IV el Hermoso, al que acusa de hacer daño «junto al Sena, falsificando la moneda, el que morirá herido por un jabalí» (Purgatorio, Canto XIX). El poeta florentino no dudó en ubicar en el mismísimo infierno al papa Clemente V, el pontífice signatario de la supresión de la Orden del Temple, junto a los simoníacos (Infierno, Canto XXX).
Voltaire escribió poco después de 1741 un breve texto titulado «El suplicio de los templarios», que incluyó en su obra Ensayo sobre las costumbres , donde se muestra partidario de los templarios, a los que exime de culpa y considera inocentes.
En su contra, el gran escritor escocés Walter Scott, en su legendaria novela Ivanhoe , atribuye a un caballero templario, al que llama Brian de Bois-Guilbert, todos los vicios que los detractores les asignaban, es decir, el orgullo, la arrogancia, la voluptuosidad y la crueldad.
Los estudios más actuales suelen mostrarse más amables con la actitud de los templarios; en la historiografía más reciente se presentan como una instancia rebelde y no sometida al poder eclesiástico de los obispos, con un balance final favorable y considerándolos inocentes de cuanto se les acusó en el proceso que se incoó contra ellos a comienzos del siglo XIV. En la inmensa mayoría de los juicios de valor a que son sometidos por la historiografía contemporánea, suelen salir indemnes y con el marchamo de inocencia.
Creada para la defensa de los peregrinos, la Orden del Temple constituyó la principal línea de defensa de la cristiandad en Tierra Santa. Su historia corre paralela a la historia de las Cruzadas y el tiempo en el que se desarrolló desde su fundación hasta su desaparición (1119-1312) coincide de manera mimética con la presencia de los cruzados en los Santos Lugares (1097-1291).
El Temple es, indiscutiblemente, el más ajustado paradigma de ese tiempo en el que las Cruzadas marcaron las discrepancias entre musulmanes y cristianos, sin duda la causa principal del rechazo mutuo que se extendería durante siglos y aún hoy continúa.
A comienzos del siglo XXI la historia de los templarios sigue ofreciendo un extraordinario atractivo, aumentado si cabe por el recrudecimiento, tanto verbal como práctico, de la tensión entre el mundo occidental y el mundo islámico, que radicales cruentos y visionarios insensatos de ambos lados abogan por mantener vivo, y si es posible incrementado, para que no se disipe el «enfrentamiento entre civilizaciones».
Son los mismos que añoran el «espíritu cruzado» y el «sentimiento yihadista », los que desde un bando, el occidentalista, no denuncian la injusta situación en Palestina, el terrorismo de Estado que practican algunas autoridades israelíes o la salvaje explotación de los recursos de los países árabes por ciertas multinacionales, y los que, desde el otro, el islamista, no arremeten contra el sangriento terrorismo que pretende justificarse por el islam, ni luchan por acabar con los gobiernos corruptos, dictatoriales y criminales de muchos países musulmanes.
Estas dos posturas, enfrentadas pero con postulados fundamentalistas similares, son en buena medida la consecuencia de siglos de desconocimiento, intransigencia y rechazo mutuo entre Occidente y el islam, fiel reflejo de una situación que con otros parámetros históricos ya se dio en el tiempo de las Cruzadas, y que parecen heredadas de esa época.
Hace tiempo que el Temple es historia, pero una idea similar a la que motivó su creación no deja de aparecer una y otra vez sobre la conciencia del mundo. Y es probable que no desparezca por completo mientras siga existiendo la causa que la originó: la obsesión de algunos seres humanos por imponer sus creencias religiosas y sus ideales políticos y sociales a la fuerza.