INTRODUCCIÓN
Por más que haya quien se empeñe en que los clásicos brillen por su ausencia en los planes de estudio, su presencia entre nosotros es tan persistente que muchas veces ni siquiera somos conscientes de ella; fíjense si no en las negritas que salpican estos párrafos. Esta obra pretende romper una lanza en su favor, pues, sin soñar con quimeras, no cejamos en nuestro propósito de que el lector tome conciencia de la importancia y la repercusión que las civilizaciones griega y romana han tenido y siguen teniendo sobre la nuestra. Si con nuestro anterior libro, Peccata minuta, pudimos comprobar el gran número de latinismos que pueblan nuestra lengua, en esta ocasión nos proponemos demostrar que un buen número de frases hechas y expresiones que usamos con mucha frecuencia encuentran su origen o su explicación en realidades históricas, culturales, literarias o mitológicas de la Antigüedad clásica.
Tal vez piense alguno que nos hemos dejado llevar por cantos de sirena y que nos damos unos humos y unas ínfulas literarias que no corresponden a nuestro oficio. Pero, aunque nos suelten agrias filípicas, el legado clásico es patrimonio de todos y da amplias muestras de que no le gusta permanecer encerrado en los estrechos márgenes de las instituciones culturales. Su presencia entre nosotros debe ser defendida por todos los medios, con gritos estentóreos si es necesario. Y es que esta es indiscutible en ámbitos tan sorprendentes como la retransmisión de un partido de fútbol, una película o una serie de televisión, un cómic o un videojuego. Ese es nuestro objetivo, que todo el mundo conozca, o refresque en su memoria, estas expresiones y, sobre todo, que las use y que lo haga conociendo su origen y sentido exacto, pues, si uno no anda con cien ojos, es muy fácil equivocarse.
Por ello, hemos recopilado un ramillete de frases, escogidas con criterios como su frecuencia en nuestra lengua o el uso erróneo que se hace de algunas de ellas, y hemos tratado de explicarlas con claridad, sin usar palabras sibilinas, y con intención de entretener. Víctor Amiano, monstruo de tres cabezas, busca, amable lector, tu comprensión: absténganse narcisistas, cacos, heliogábalos y furias.
Sin duda, muchas de las expresiones que vamos a comentar se utilizan con frecuencia en la lengua coloquial, pero es indudable que otras tienen ya un uso bastante restringido, por ejemplo, «pasar por las horcas caudinas» o «ni buscado con un candil», dichos que en otro tiempo tuvieron una importante vigencia y no solo entre los más instruidos. Lamentablemente hemos dejado a un lado otras frases que han caído en desuso, pero cuyo interesante origen serviría para ilustrar mejor la presencia del legado clásico en nuestra cultura: «estar en el Aventino», «estar hecho un heliogábalo», «tener odios africanos», «armar un tiberio» y un largo etcétera, que no hace muchas décadas se oían con relativa frecuencia y muchas veces mal pronunciadas, el mejor indicio de su popularidad: «arcas claudinas», «espada de Democles o de Demóstenes», «grito ostentóreo» y otras más.
En nuestros días, muchas de las frases que aquí explicamos empiezan a emplearse solo entre personas de cierto nivel intelectual, como «necesitar la lámpara de Diógenes», «Roma no paga traidores», aunque otras muchas siguen siendo de utilización frecuente. No es fácil, desde luego, establecer la popularidad de una determinada expresión. Además del nivel cultural del hablante, hay que tener en cuenta el ámbito geográfico, el familiar y la edad. La expresión «estar en el Aventino» pretende indicar que alguien se ha enfadado o «mosqueado» y es bastante empleada en ámbitos rurales del norte de Castilla por hablantes de todos los niveles culturales de una cierta edad, sin embargo es muy poco conocida en otros lugares de España. De manera semejante, la expresión «estar hecho un heliogábalo», con la que algunos éramos reconvenidos en nuestra infancia cada vez que nos excedíamos en la ingesta de alimentos, resulta hoy completamente desconocida para la mayoría de los hablantes por debajo de cierta edad, e incluso para los profesores de lenguas clásicas más jóvenes. Y otras muchas de ellas se encuentran en franca regresión; al menos, así se deduce de nuestras conversaciones con los alumnos.
Probablemente, en otras épocas la utilización de estas expresiones pudo ser un signo de distinción, una especie de código que permitía al hablante medir el nivel cultural de su interlocutor. Hoy podríamos decir que tal aspecto se ha perdido y que el uso de estos dichos con tales fines sería calificado de pedantería. Es curioso comprobar cómo entre las expresiones más utilizadas es difícil encontrar nombres propios. Van cayendo en el desuso casi todas las que contienen una referencia concreta a un personaje o lugar cuya correcta pronunciación exige un mayor conocimiento de la anécdota histórica a la que se refiere: «tener su ninfa Egeria», «ser arrojado por la roca Tarpeya», «padecer un hambre calagurritana»...
No está de demás apuntar aquí la evidente utilidad que puede tener en la enseñanza el empleo de estas expresiones. Tenemos comprobado que volver la oración por pasiva a veces da buenos resultados didácticos. Por ejemplo, en lugar de contar a nuestros alumnos directamente quién era el rey Pirro o qué principios sostenía la filosofía estoica, resulta más eficaz empezar preguntándoles si conocen las expresiones «victoria pírrica» o «tener un comportamiento estoico». Parece que haciéndolo así la atención del auditorio es mayor, y entonces ya podemos hablarles de ese quijote de la Antigüedad que se llamaba Pirro y de la doctrina estoica y su enorme influencia en el pensamiento occidental.
Del mismo modo, esta es una excelente forma de adentrarse en la lectura de los textos clásicos, tal y como hemos hecho en este libro. Para ilustrar las frases elegidas, hemos acudido a textos que pertenecen, como es lógico, a géneros literarios distintos; especialmente útiles han sido los autores de la fábula, la historiografía y la poesía épica, que suministran muchas de las anécdotas o relatos de donde proceden la mayor parte de las expresiones comentadas. Y hemos acompañado los textos antiguos con ejemplos contemporáneos del uso de estas frases, que demuestran fehacientemente su actualidad y su vigencia.