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Geraldine Mccaughrean - El Cid

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Geraldine Mccaughrean El Cid

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Genial recreación literaria de la figura histórica de don Rodrigo Díaz de Vivar (1045?-1099), el CANTAR DE MIO CID ha cautivado a los lectores desde hace ocho siglos por su verosimilitud y vigor narrativo. Desterrado de Castilla por el rey Alfonso VI, Rodrigo el Campeador se ve obligado a «ganarse el pan» y recuperar la honra perdida mediante la conquista de tierras musulmanas. Pero tras adueñarse de la codiciada ciudad de Valencia y recobrar al fin su honra pública, el Cid habrá de afrontar un nuevo deshonor cuando sus ruines yernos, los infantes de Carrión, maltratan alevosamente a sus dos hijas en el robledo de Corpes. El CANTAR se convierte así en un relato de fascinante fuerza dramática en que, sobre la inquina, el amor traicionado y el aliento épico de los lances guerreros, se impone la figura del Cid, un personaje grandioso por su heroísmo pero también cercano al lector gracias a su exquisita mesura y profunda humanidad. En su adaptación del poema, la novelista Geraldine McCaughrean y el profesor Alberto Montaner han seguido fielmente la trama del cantar de gesta, cuya historia han redondeado con el añadido de dos célebres episodios de la leyenda cidiana. La magnífica recreación novelística del texto y su sobrio tono poético han sido brillantemente trasladados a imágenes por Víctor G. Ambrus.

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Genial recreación literaria de la figura histórica de don Rodrigo Díaz de Vivar (1045?-1099), el CANTAR DE MIO CID ha cautivado a los lectores desde hace ocho siglos por su verosimilitud y vigor narrativo. Desterrado de Castilla por el rey Alfonso VI, Rodrigo el Campeador se ve obligado a «ganarse el pan» y recuperar la honra perdida mediante la conquista de tierras musulmanas. Pero tras adueñarse de la codiciada ciudad de Valencia y recobrar al fin su honra pública, el Cid habrá de afrontar un nuevo deshonor cuando sus ruines yernos, los infantes de Carrión, maltratan alevosamente a sus dos hijas en el robledo de Corpes. El CANTAR se convierte así en un relato de fascinante fuerza dramática en que, sobre la inquina, el amor traicionado y el aliento épico de los lances guerreros, se impone la figura del Cid, un personaje grandioso por su heroísmo pero también cercano al lector gracias a su exquisita mesura y profunda humanidad.
En su adaptación del poema, la novelista Geraldine McCaughrean y el profesor Alberto Montaner han seguido fielmente la trama del cantar de gesta, cuya historia han redondeado con el añadido de dos célebres episodios de la leyenda cidiana. La magnífica recreación novelística del texto y su sobrio tono poético han sido brillantemente trasladados a imágenes por Víctor G. Ambrus.

Geraldine McCaughrean
Alberto Montaner
EL CID
FB2 Enhancer
© Geraldine Mccaughrean, 1989
© Alberto Montaner
© Oxford University Press
© Victor G. Ambrus, 1989
© Concepción Salinas (ilustraciones)
© Ediciones Vicens Vives, S.A.
Primera edición, 2000
Depósito Legal: B. 48.793-2006
ISBN: 978-84-316-8317-7
INTRODUCCIÓN
RODRIGO EL CAMPEADOR,
PERSONAJE HISTÓRICO
Los héroes de las epopeyas y gestas antiguas y modernas son en muchos casos fruto de la imaginación individual o colectiva. Algunos de ellos, no obstante, están inspirados en personas de carne y hueso cuya fama las convirtió en figuras legendarias, hasta el punto de que resulta muy difícil saber qué hay de histórico y qué de inventado en el relato de sus hazañas. En este, como en tantos otros terrenos, el caso del Cid es excepcional. Aunque su biografía corrió durante siglos entreverada de leyenda, hoy conocemos su vida real con bastante exactitud e incluso poseemos, lo que no deja de ser asombroso, un autógrafo suyo, la firma que estampó al dedicar a la Virgen María la catedral de Valencia en «el año de la Encarnación del Señor de 1098». En dicho documento, el Cid, que nunca utilizó oficialmente esa designación, se presenta a sí mismo como «el príncipe Rodrigo el Campeador». Veamos cuál fue su historia.
Ascendientes
Rodrigo Díaz nació, según afirma una tradición constante, aunque sin corroboración documental, en Vivar, hoy Vivar del Cid, un lugar perteneciente al ayuntamiento de Quintanilla de Vivar y situado en el valle del río Ubierna, a diez kilómetros al norte de Burgos. La fecha de su nacimiento es desconocida, algo frecuente cuando se trata de personajes medievales, y se han propuesto dataciones que van de 1041 a 1057, aunque parece lo más acertado situarlo entre 1045 y 1049. Su padre, Diego Laínez (o Flaínez), era, según todos los indicios, uno de los hijos del magnate Flaín Muñoz, conde de León en torno al año 1000. Como era habitual en los segundones, Diego se alejó del núcleo familiar para buscar fortuna. En su caso, la halló en el citado valle del Ubierna, en el que se destacó durante la guerra con Navarra librada en 1054, reinando Fernando I de Castilla y León. Fue entonces cuando adquirió las posesiones de Vivar en las que seguramente nació Rodrigo, además de arrebatarles a los navarros los castillos de Ubierna, Urbel y La Piedra. Pese a ello, Diego Laínez nunca perteneció a la corte, posiblemente porque su familia había caído en desgracia a principios del siglo al sublevarse contra Fernando I. En cambio, su hijo Rodrigo fue pronto acogido en ella, pues se crió como miembro del séquito del infante don Sancho, el primogénito del rey. Con él participó Rodrigo en el que posiblemente fue su primer combate, la batalla de Graus (cerca de Huesca), en 1063. En aquella ocasión, las tropas castellanas habían acudido en ayuda del rey moro de Zaragoza, protegido del rey castellano, para detener el avance del rey de Aragón, Ramiro I.
Lucha por el poder
Fernando I siguió la vieja costumbre de testar a favor de todos sus hijos, por lo que, al fallecer el rey en 1065, Sancho heredó Castilla, Alfonso obtuvo León, y García recibió Galicia. Igualmente, legó a cada uno de ellos el protectorado sobre determinados reinos andalusíes, de los que recibirían el tributo de protección llamado parias. El equilibrio de fuerzas era inestable y pronto comenzaron las fricciones, que acabaron conduciendo a la guerra. En 1068 Sancho II y Alfonso VI se enfrentaron en la batalla de Llantada, que no resultó decisiva. En 1071, Alfonso logró controlar Galicia, que quedó nominalmente repartida entre él y Sancho; pero esto no logró acabar con los enfrentamientos y, en la batalla de Golpejera (1072), Sancho venció a Alfonso y se adueñó de su reino. El joven Rodrigo (que a la sazón andaría por los veintitrés años) se destacó en esos combates, en los que, según una vieja tradición, actuó como alférez o abanderado de don Sancho, aunque en los documentos de la época nunca consta con ese cargo. En cambio, es bastante probable que ganase entonces el sobrenombre de Campeador, es decir, 'el Batallador', que le acompañaría toda su vida, hasta el punto de ser habitualmente conocido, tanto entre cristianos como entre musulmanes, por Rodrigo el Campeador. Después de la derrota de don Alfonso (que logró exiliarse en Toledo), Sancho II había reunificado los territorios regidos por su padre. Sin embargo, no disfrutaría mucho tiempo de la nueva situación. A finales del mismo año de 1072, un grupo de nobles leoneses descontentos, agrupados en torno a la infanta doña Urraca, hermana del rey, se alzaron contra él en Zamora. Don Sancho acudió a sitiar la ciudad con su ejército, cerco en el que Rodrigo realizó también notables acciones, pero que al rey le costó la vida, al ser abatido en un audaz golpe de mano por el caballero zamorano Bellido Dolfos.
Al servicio de Alfonso VI
La imprevista muerte de Sancho II hizo que el trono pasara a su hermano Alfonso VI. Las leyendas del siglo XIII han transmitido la célebre imagen de un severo Rodrigo que, tomando la voz de los desconfiados vasallos de don Sancho, obliga a jurar a don Alfonso en la iglesia de Santa Gadea (o Águeda) de Burgos que nada tuvo que ver en la muerte de su hermano, osadía que le habría ganado la duradera enemistad del nuevo monarca. Pero lo cierto es que nadie exigió semejante juramento al rey y que el Campeador, que figuró regularmente en la corte, gozaba de la confianza de Alfonso VI, quien lo nombró juez en sendos pleitos asturianos en 1075. Es más, por esas mismas fechas (en 1074, seguramente), el rey lo casó con una pariente suya, su prima tercera doña Jimena Díaz, una noble dama leonesa que, al parecer, era además sobrina segunda del propio Rodrigo por parte de padre. Un matrimonio de semejante alcurnia era una de las aspiraciones de todo noble que no fuese de primera fila, lo cual revela que el Campeador estaba cada vez mejor situado en la corte.
Así lo demuestra también que don Alfonso lo pusiese al frente de la embajada enviada a Sevilla en 1079 para recaudar las parias que le adeudaba el rey Almutamid, mientras que García Ordóñez (uno de los garantes de las capitulaciones matrimoniales de Rodrigo y Jimena) acudía a Granada con una misión similar. Mientras Rodrigo desempeñaba su delegación, el rey Abdalá de Granada, secundado por los embajadores castellanos, atacó al rey de Sevilla. Como éste se hallaba bajo la protección de Alfonso VI, el Campeador tuvo que salir en defensa de Almutamid y derrotó a los invasores junto a la localidad de Cabra (en la actual provincia de Córdoba), capturando a García Ordóñez y a otros magnates castellanos. Según una versión tradicional, en los altos círculos cortesanos sentó muy mal que Rodrigo venciera a uno de los suyos, por lo que empezaron a murmurar de él ante el rey. Sin embargo, no es seguro que la derrota de García Ordóñez provocase hostilidad contra el Campeador, entre otras cosas porque a Alfonso VI le interesaba, por razones políticas, apoyar al rey de Sevilla frente al de Badajoz, de modo que la participación de sus nobles en el ataque granadino no debió de gustarle gran cosa.
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