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Javier Rodrigo - Cautivos

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Javier Rodrigo Cautivos
  • Libro:
    Cautivos
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    ePubLibre
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    2005
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Tras un silencio de más de medio siglo la realidad de lo que significó el - photo 1

Tras un silencio de más de medio siglo, la realidad de lo que significó el sistema represivo franquista se ha ido desvelando en estos últimos años. Cautivos significa un importante avance en este proceso, puesto que se trata del primer estudio global sobre el universo de los campos de concentración franquistas, sobre sus métodos de trabajo y sobre las experiencias vivida en ellos desde 1936, cuando se instalaron los primeros centros de detención preventivos, hasta 1947, cuando el campo de Miranda de Ebro, que acogía fugitivos de la segunda guerra mundial, incluyendo dirigentes nazis, cerró definitivamente. Entre estas dos fechas discurre esta historia de cientos de miles de cautivos que trabajaron en condiciones cercanas a las de la esclavitud y que sufrieron hambre, miseria, y un trato brutal y humillante, como parte de un proceso de «reeducación» que les preparaba para integrarse en el Nuevo Estado.

Javier Rodrigo Cautivos Campos de concentración en la España franquista - photo 2

Javier Rodrigo

Cautivos

Campos de concentración en la España franquista, 1936-1947

ePub r1.0

Titivillus 19.09.15

Título original: Cautivos

Javier Rodrigo, 2005

Prólogo: Miguel Ángel Ruiz Carnicer

Editor digital: Titivillus

ePub base r1.2

A mercedes y Miguel mis padres Para los navegantes con ganas de viento a - photo 3

A mercedes y Miguel, mis padres.

Para los navegantes con ganas de viento,

a memoria… es un puerto de partida.

EDUARDO GALEANO

Notas

[1] Glover, J., Humanidad e Inhumanidad. Una historia moral del siglo XX, Cátedra, Madrid, 2001, p. 17.

[2] Adorno, T. W., «Critique de la culture et société», Prismes (P), Payot; París, 1986, p. 23. El texto original es de 1949.

[3] Traverso, E., La Historia desgarrada. Ensayo sobre Auschwitz y los intelectuales, Herder, Barcelona, 2001, p. 43.

[4] Sebald, W. G., Sobre la historia natural de la destrucción, Anagrama, Barcelona, 2003.

[5] Kotek, J. y Rigoulot, P., Los campos de la muerte. Cien años de deportación y exterminio, Salvat, Barcelona, 2001.

[6] Applebaum, A., Gulag. Historia de los campos de concentración soviéticos, Debate, Barcelona, 2004.

Prólogo

Prólogo

«A comienzos del siglo XX, los europeos reflexivos podían […] creer en el progreso moral y pensar que el vicio y la barbarie humanos estaban en retroceso. Al final del siglo es difícil confiar en la ley moral o en el progreso moral». Así resume Glover, en los inicios de su trabajo Humanidad e Inhumanidad. Una historia moral del siglo XX , la visión general de un siglo que ha conocido lugares y nombres que se han convertido en metáforas del terror: Auschwitz e Hiroshima por supuesto, pero también la batalla del Somme, las hambrunas en la Ucrania de los años treinta, el Gulag soviético, Vietnam, Camboya o Ruanda.

Este protagonismo de la barbarie no es exclusivo del siglo XX, ni mucho menos. Pero sí su escala de destrucción y, sobre todo, su repercusión política, social, moral. Y entre la larga y abigarrada historia de la infamia en el siglo XX, la idea del campo de concentración es una de las encarnaciones de ésta más claras, pero sobre todo más siniestras, al unir la pérdida de la libertad, la negación del carácter de persona de los internados, su utilización como mano de obra forzada y la inexistencia de acuerdos o tratados que regularan su situación y la total pérdida de dignidad. Los campos eran limbos legales y morales en donde todo el horror era posible. Pero también era el símbolo de la barbarie que era capaz de desplegar la técnica moderna, según señala repetidamente en sus escritos Walter Benjamín, una víctima avant la lettre de Auschwitz.

El modelo de campo de concentración por antonomasia en el siglo XX es Auschwitz y, tras su nombre, contenidos en él, está la larga retahíla de los campos nazis, crecientemente destinados a la exterminación de la población judía fundamentalmente, pero también de todo aquél que no fuera productivo e incurriera en cualquier categoría molesta para las autoridades nazis.

Uno de los mayores retos de los intelectuales de la segunda mitad de siglo ha sido hacer frente al interdicto de T. W. Adorno: «Escribir un poema después de Auschwitz es un acto de barbarie». Ya no se podía hablar de «accidentes» en un pretendido camino inapelable de la humanidad hacia mayores escalas de civilización y progreso, siguiendo la senda ilustrada, sino que Auschwitz sería también un producto de la civilización occidental, al combinar la eficacia y la racionalidad técnica con el ansia destructora al servicio del mal. Ha sido otra gran intelectual del siglo XX, Hannah Arendt, quien ha visto este horror como una «ruptura casi total en el flujo ininterrumpido de la historia occidental», pero también es quien mejor ha sabido ver en su momento cómo esta destrucción, este daño, estaba ligado a la banalidad del mal, cómo los verdugos no se contemplaban a sí mismos como tales, aún asumiendo sus acciones que pasan a ser momentos anodinos de una vida cotidiana en un marco excepcional como el de una guerra. Ha sido en la última década del siglo XX cuando los historiadores han puesto de manifiesto esta necesaria colaboración del «hombre corriente» en la perpetración del mal, lo cual convierte su explicación en algo más perverso y a la par insanamente fascinante.

La revisión de estos hechos sólo ha podido encararse desde una creciente relatividad moral y de una historicidad que nos alejaba para siempre de la inocencia que aún pervivía cuando en los años treinta se creía que se podía poner la guerra o el odio entre pueblos fuera de la ley. Tero es el desarraigo colectivo, tan bien explicado por W. G. Sebald, el que mejor representa esta derrota moral, esta inhumanidad que la que está transido el siglo.

Son muchos los que hablan de la centralidad de los campos en esta historia de los horrores del siglo pasado. Algunos trabajos, como el de Kotek y Rigoulot caracterizan al siglo XX como «El siglo de los Campos», como se titula originalmente el trabajo e inician su libro diciendo que se podría explicar el siglo XX escribiendo la historia del sistema de los campos de concentración, presentando a éstos como relacionados indisolublemente con el totalitarismo y sitúan su inicio en la Cuba española. Un dudoso privilegio que se puede matizar si pensamos en las características de las reservas indias en EEUU en la época de la conquista del oeste o en la persecución a determinados pueblos en Asia.

Estos campos anteriores al modelo alemán del Holocausto, campos de detención e internamiento que surgen a partir de un conflicto o coyuntura concreta pero que se convierten también en campos de exterminio en la práctica, en la medida en que se mantienen en el tiempo y sus condiciones se hacen peores, aunque no sea éste su objetivo originario. Sin embargo, son los campos nazis los que establecen una nueva referencia y con ellos se da la «aparición» y extensión del concepto «campo de concentración», lo que explica que con posterioridad se rescataran experiencias anteriores, haciendo una arqueología que llega, al menos, hasta la experiencia de campos de concentración españoles en Cuba. Pero también se mantienen después: uno de esos últimos macabros mojones en esta historia serían los campos de concentración y detención puestos en marcha en las guerras de la desintegración de Yugoslavia en los años noventa, pero muchos también incluyen el campo de detenidos organizado por Estados Unidos con los islamistas acusados de terrorismo en la base militar de Guantánamo.

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