Annotation
Nacido en Londres en 1908, Norman Lewis escribió trece novelas y trece obras de no ficción, entre las que sobresalen A Dragon Apparent y Golden Earth, dos clásicos de la literatura de viajes. En 1988 recibió el premio literario Heywood Hill. Vivió con su familia en Essex hasta su muerte en julio de 2003. En Grup 62 se han p ublicado Un imperio de Oriente. Viajes por Indonesia (Altaïr Viajes) y Nápoles 1944 (El Aleph Editores).Una tumba en Sevilla ha sido aclamado de forma unánime por la crítica, que ha dicho: «Su mayor logro es su visión de novelista, capaz de identificar todo lo que confiere carácter a un lugar, lo que le permite capturar el color superficial con una admirable nitidez, al mismo tiempo que penetra en la verdad universal que permanece oculta» (Michael Kerrigan, Scotsman). «Lo que hace tan gozosa la lectura de Lewis es la facilidad con que se desliza de la prosa límpida al feroz reporterismo militante... Lewis, por encima de todo, es un maravilloso narrador de historias. Su humor es liviano y compasivo, y los personajes con que se topa son siempre interesantes» (Justin Marozzi, Sunday Telegraph). «En una época en que el mundo parece haberse vuelto pequeño, los libros de viajes de Norman Lewis tienen la capacidad de devolverle su tamaño real y de hacerlo de nuevo fascinante. Lewis es un testigo de los mundos perdidos y escribe con una rara sensación de asombro. Su libro, igual que sus experiencias, es algo que vale la pena poner a buen recaudo» (James Eve, The Times). «Un libro de Norman Lewis es uno de esos acontecimientos que hacen que nos pongamos a soltar saliva, que cerremos todas las puertas y que desconectemos el teléfono» (Anthony Sattin, Sunday Times). Una tumba en Sevilla es el relato del viaje que Norman Lewis hizo en 1934 en compañía de su cuñado siciliano Eugenio Corvaja. Su destino era la catedral de Sevilla, donde se halla el sepulcro familiar de los Corvaja. Las cosas, por supuesto, no se ajustan al plan inicial. España está al borde de la guerra civil y los viajeros descubren muy pronto que los trenes no circulan. Caminan 150 kilómetros a pie, duermen en cuevas y visitan algunos lugares de España en los que no ha estado ningún turista. Cuando llegan a Madrid las balas vuelan por todas partes, así que los dos viajeros se ven obligados a esquivar los disparos de los francotiradores mientras se dedican a sus tareas cotidianas.
Norman Lewis
Una tumba en Sevilla
TRADUCCIÓN DE EDUARDO JORDÁ
EDICIONES PENÍNSULA
BARCELONA
Título original inglés:
The Tomb in Sevilíe.
© Norman Lewis, 2003.
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Primera edición: octubre de 2005.
© de la traducción: Eduardo Jordá Forteza, 2005.
© de esta edición: Grup Editorial 62 S.L.U.,
Ediciones Península,
Peu de la Creu 4, 08001-Barcelona. grup62.com
Víctor igual • fotocomposición limpergraf • impresión DEPÓSITO legal: b. 37.865-2005. ISBN: 84-8307-696-9.
Nota del traductorEl primer libro que Norman Lewis publicó fue A Spanish Adventure (1935), en el que contaba el viaje por España —pero también por el sur de Francia y el norte de África— que hizo en el otoño de 1934 con su entonces cuñado, Eugene Corvaja. El último libro que Norman Lewis escribió, poco antes de morir en 2003 a los 95 años, es Una tumba en Sevilla, en el que reconstruye desde la distancia aquel mismo viaje, solo que utilizando la caprichosa memoria como fuente de información y dejando que la ficción impregne los hechos. Una tumba en Sevilla no es tanto un libro de viajes como una melancólica evocación de un país que Lewis amó como quizá no llegara a amar a ningún otro. Para escribirlo, Lewis echó mano de los libros de notas —en su casa de Finchingfield, donde se dedicaba a cultivar azucenas en un invernadero, el escritor guardaba todos los cuadernos de notas de sus innumerables viajes—, pero prefirió dejarse guiar por las impresiones que todavía guardaba de lo que había visto setenta años atrás. Esto explica las imprecisiones cronológicas, la toponimia arbitraria y los episodios inverosímiles que aparecen en Una tumba en Sevilla. Su descripción de la insurrección obrera de octubre de 1934 se parece demasiado a los combates callejeros de julio de 1936, porque la memoria del nonagenario Lewis los había fundido en un único y desesperado combate que se iba a saldar con la derrota. Pero eso es lo de menos. Más que la precisión histórica o el detalle exacto, a Lewis le interesa capturar el espíritu de aquellos días, cuando él era joven y se alejaba por primera vez de la asfixiante Inglaterra y Europa estaba entrando en la que iba a ser la época más negra de su historia. Lo que de verdad cuenta en este libro no es su valor descriptivo, sino la austeridad de la prosa, la mirada fascinada y al mismo tiempo descreída con que el autor evoca un viaje a un país que ya no existe, y sobre todo el estilo lacónico de Lewis, un maestro de la literatura de viajes de todos los tiempos.
EDUARDO JORDÁ
Sevilla, 12 de noviembre de 2004
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Mi suegro, Ernesto Corvaja, aunque siciliano de nacimiento, estaba obsesionado por todas las cosas que tuvieran que ver con España. Su familia procedía de allí, cosa evidente por su apellido, y decía que había pruebas que demostraban que un antepasado suyo había formado parte del séquito del virrey Caracciolo, que fue enviado desde España hasta Sicilia poco después de su conquista.
En su casa de Londres, Ernesto todavía alimentaba el espectro de un entorno español con un ama de llaves —reclutada de una triste aldea andaluza— que se deslizaba silenciosamente de habitación en habitación, vestida con una falda que le llegaba hasta los tobillos, y que mantenía la casa invadida por los olores de frituras con azafrán. A pesar de que Ernesto era agnóstico, llamaba a un sacerdote español exiliado para que bendijera la mesa en los días de las fiestas religiosas, y aunque su hijo Eugene se resistía a los deseos de su padre de enviarlo a estudiar a España, su hija, Ernestina —que por breve tiempo sería mi esposa—, había accedido a pasar un año en un colegio universitario de Sevilla.
En aquella familia, las visitas a España habían adquirido la naturaleza de peregrinaciones casi religiosas, y al final su padre logró vencer la resistencia de Eugene cuando le propuso pagar sus gastos y los míos durante una visita de dos meses a Sevilla. Allí podríamos inspeccionar los restos del llamado Palacio Corvaja, presentar nuestros respetos a la tumba de la familia en la catedral y descubrir si quedaba algún recuerdo de los Corvaja, por débil que fuera, en la antigua capital de Andalucía.
Decidimos que nuestro viaje español empezaría en San Sebastián, y que después seguiríamos un itinerario más sinuoso en nuestro viaje hacia Sevilla, que atravesaría las regiones menos desarrolladas y para nosotros mucho más interesantes: entre ellas, por ejemplo, las ciudades de Salamanca y Valladolid.
El domingo 23 de septiembre de 1934 intentamos reservar un asiento en el tren a San Sebastián, pero en la oficina de venta de billetes de Londres nos dijeron que las reservas solo podían hacerse hasta Irún, en la misma frontera con Francia. Allí se esperaba que una interrupción momentánea del tráfico se reanudase al día siguiente.
En Irún, unas veinte horas más tarde, nos encontramos con la frontera cerrada y un sinfín de rumores en el aire; algunos pasajeros españoles dieron muestras de alarma. Sin embargo, los que tenían billete para Salamanca fueron alojados en un pequeño pero excelente hotel local, y se nos facilitó un guía que nos llevó a conocer una ciudad que se reveló bastante anodina. Por la mañana se había permitido de nuevo la entrada en España, así que subimos a un tren que nos llevó hasta San Sebastián en poco más de media hora.