Mero Cristianismo reúne las legendarias charlas radiofónicas de C. S. Lewis que se transmitieron durante tiempos de guerra, charlas en las cuales él se proponía «explicar y defender las creencias que han sido común a casi todos los cristianos de todos los tiempos». Rechazando los límites que dividen las distintas denominaciones del cristianismo, C. S. Lewis ofrece una inigualable oportunidad al creyente y al no creyente para escuchar un argumento fuerte y racional para la fe cristiana.
Ésta es una colección de la genialidad de Lewis que aún se mantiene viva para el lector moderno y que a la vez confirma su reputación como el escritor y pensador más importante de nuestros tiempos. Mero Cristianismo es su libro más popular y ha vendido millones de ejemplares a través del mundo.
C. S. Lewis
Mero Cristianismo
ePub r1.0
Tellus02.07.13
Título original: Mere Christianity
C. S. Lewis, 1952
Traducción: Verónica Fernández Muro
Editor digital: Tellus
ePub base r1.0
CLIVE STAPLES LEWIS (1898-1963) fue uno de los intelectuales más importantes del siglo veinte y podría decirse que fue el escritor cristiano más influyente de su tiempo. Fue profesor particular de literatura inglesa y miembro de la junta de gobierno en la Universidad Oxford hasta 1954, cuando fue nombrado profesor de literatura medieval y renacentista en la Universidad Cambridge, cargo que desempeñó hasta que se jubiló. Sus contribuciones a la crítica literaria, literatura infantil, literatura fantástica y teología popular le trajeron fama y aclamación a nivel internacional. C. S. Lewis escribió más de treinta libros, lo cual le permitió alcanzar una enorme audiencia, y sus obras aún atraen a miles de nuevos lectores cada año. Sus más distinguidas y populares obras incluyen Las crónicas de Narnia, Los cuatro amores, Cartas del diablo a su sobrino y Mero Cristianismo.
Notas
1. La ley de la naturaleza humana
Todos hemos oído discutir a los demás. A veces nos resulta gracioso y a veces simplemente desagradable, pero, sea como sea, creo que podemos aprender algo muy importante escuchando la clase de cosas que dicen. Dicen cosas como éstas: «¿Qué te parecería si alguien te hiciera a ti algo así?». «Ése es mi asiento; yo llegué primero». «Déjalo en paz; no te está haciendo ningún daño». «¿Por qué vas a colarte antes que yo?». «Dame un trozo de tu naranja; yo te di un trozo de la mía». «Vamos, lo prometiste». La gente dice cosas como esas todos los días, la gente educada y la que no lo es, y los niños igual que los adultos.
Lo que me interesa acerca de estas manifestaciones es que el hombre que las hace no está diciendo simplemente que el comportamiento del otro hombre no le agrada. Está apelando a un cierto modelo de comportamiento que espera que el otro hombre conozca. Y el otro hombre rara vez contesta: «Al diablo con tu modelo». Casi siempre intenta demostrar que lo que ha estado haciendo no va realmente en contra de ese modelo, o que si lo hace hay una excusa especial para ello. Pretende que hay una razón especial en este caso en particular por la cual la persona que cogió el asiento debe quedarse con él, o que las cosas eran muy diferentes cuando se le dio el trozo de naranja, o que ha ocurrido algo que lo exime de cumplir su promesa. Parece, de hecho, como si ambas partes tuvieran presente una especie de ley o regla de juego limpio o comportamiento decente o moralidad o como quiera llamársele, acerca de la cual sí están de acuerdo. Y la tienen. Si no la tuvieran podrían, por supuesto, luchar como animales, pero no podrían discutir en el sentido humano de la palabra. Discutir significa intentar demostrar que el otro hombre está equivocado. Y no tendría sentido intentar hacer eso a menos que tú y él tuvierais un determinado acuerdo en cuanto a lo que está bien y lo que está mal, del mismo modo que no tendría sentido decir que un jugador de fútbol ha cometido una falta a menos que hubiera un determinado acuerdo sobre las reglas de fútbol.
Esta ley o regla sobre lo que está bien o lo que está mal solía llamarse la ley natural. Hoy en día, cuando hablamos de las «leyes de la naturaleza», solemos referirnos a cosas como la ley de la gravedad o las leyes de la herencia o las leyes de la química. Pero cuando los antiguos pensadores llamaban a la ley de lo que está bien y lo que está mal «la ley de la naturaleza» se referían en realidad a la ley de la naturaleza humana. La idea era que, del mismo modo que todos los cuerpos están gobernados por la ley de la gravedad y los organismos por las leyes biológicas, la criatura llamada hombre también teñía su ley… con esta gran diferencia: que un cuerpo no puede elegir si obedece o no a la ley de la gravedad, pero un hombre puede elegir obedecer a la ley de la naturaleza o desobedecerla.
Podemos decirlo de otra manera. Todo hombre se encuentra en todo momento sujeto a varios conjuntos de leyes, pero sólo hay una que es libre de desobedecer. Como cuerpo está sujeto a la ley de la gravedad y no puede desobedecerla; si se lo deja sin apoyo en el aire no tiene más elección sobre su caída de la que tiene una piedra. Como organismo, está sujeto a varias leyes biológicas que no puede desobedecer, como tampoco puede desobedecerlas un animal. Es decir, que no puede desobedecer aquellas leyes que comparte con otras cosas, pero la ley que es peculiar a su naturaleza humana, la ley que no comparte con animales o vegetales o cosas inorgánicas es la que puede desobedecer si así lo quiere.
Esta ley fue llamada la ley de la naturaleza humana porque la gente pensaba que todo el mundo la conocía por naturaleza y no necesitaba que se le enseñase. No querían decir, por supuesto, que no podía encontrarse un raro individuo aquí y allá que no la conociera, del mismo modo que uno se encuentra con personas daltónicas o que no tienen oído para la música. Pero tomando la raza como un todo, pensaban que la idea humana de un comportamiento decente era evidente para todo el mundo. Y yo creo que tenían razón. Si no la tuvieran, todas las cosas que dijimos sobre la guerra no tendrían sentido. ¿Qué sentido tendría decir que el enemigo estaba haciendo mal a menos que el bien sea una cosa real que los nazis en el fondo conocían tan bien como nosotros y debieron haber practicado? Si no tenían noción de lo que nosotros conocemos como bien, entonces, aunque hubiéramos tenido que luchar contra ellos, no podríamos haberles culpado más de lo que podríamos culparles por el color de su pelo.
Sé que algunos dicen que la idea de la ley de la naturaleza o del comportamiento decente conocida por todos los hombres no se sostiene, dado que las diferentes civilizaciones y épocas han tenido pautas morales diferentes. Pero esto no es verdad. Ha habido diferencias entre sus pautas morales, pero éstas no han llegado a ser tantas que constituyan una diferencia total. Si alguien se toma el trabajo de comparar las enseñanzas morales de, digamos, los antiguos egipcios, babilonios, hindúes, chinos, griegos o romanos, lo que realmente le llamará la atención es lo parecidas que son entre sí y a las nuestras. He recopilado algunas pruebas de esto en el apéndice de otro libro llamado