Alan Schom - La guerra del Pacifico

DE PEARL HARBOR A GUADALCANAL (1941-1943)

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Título Original:The Eagle and the Rising Sun

©2004, by Alan Schom

©2005 de la traducción, Juanjo Estrella

©2005 Ediciones Paidós Ibérica, S.A.

ISBN: 9788449316838

Dedico esta obra al almirante Richmond Kelly Turner, que entregó su vida a la Marina de Estados Unidos, y que durante la guerra desarrolló y dirigió unas operaciones anfibias de extrema dificultad; al general A. A. Vandegrift, del Cuerpo de Infantería de Marina de Estados Unidos, por su valiente liderazgo en Guadalcanal, con el que convirtió en gloriosa victoria la derrota vaticinada por MacArthur; al comandante Joseph Rochefort, jefe de Inteligencia de la Marina de Estados Unidos en Pearl Harbor, cuyos conocimientos y prudencia hicieron posible la batalla de Midway, que supuso una gran victoria y un punto de inflexión en la guerra; al almirante Chester Nimitz, que asumió bajo su infatigable y valeroso mando las unidades del Pacífico cuando Pearl Harbor todavía estaba en llamas, y que con buen juicio y confianza reconstruyó la fuerza naval de Estados Unidos en el Pacífico, que se convirtió en la más poderosa de la historia; al general Robert Eichelberger y a sus tropas, así como a la nueva fuerza aérea del general George Kenney que, al salvar la situación en Nueva Guinea y Filipinas, lograron detener el avance del Ejército japonés y provocaron su repliegue en ese escenario bélico, lo que permitió que la reputación de MacArthur quedara a salvo. Por último, dedico este libro a Françoise Marie Jeanne Coménie, que murió poco antes de su finalización.

En contadas ocasiones se nos concede el privilegio de acceder a extraordinarios hallazgos de la historia de nuestro tiempo. La presente obra supone uno de esos raros acontecimientos. Alan Schom ha tejido un tapiz en el que aparecen figuras de proporciones gigantescas, y lo ha hecho sin perder de vista su humanidad. En el espacio de estas páginas ha trazado las ideologías, las aspiraciones personales y los retos a los que se enfrentaron los protagonistas de la escena mundial, y los ha unido en un relato apasionante. El desenlace lo conocemos ya, es cierto, pero él nos ha proporcionado nuevos enfoques, interpretaciones inéditas y juicios incisivos sobre los que, en su momento, construyeron la historia e hicieron del mundo lo que es en la actualidad.

En la espléndida tradición de The Guns of August, de Barbara Tuchman, el autor ha reunido a los actores principales, ha realizado un recorrido por sus culturas y creencias y ha recreado el casi inexorable camino hacia la guerra que llevó a un conflicto de civilizaciones, a la muerte de millones de personas y a un nuevo orden en el Pacífico surgido tras una paz que ha llegado hasta nuestros días. A lo largo de toda la obra, su lúcida exposición de los errores de percepción y las políticas internas, de los peligros de actuar en claves en exceso domésticas y de una emergente misión mundial, nos guía hasta la comprensión de unos resultados que hoy parecen predeterminados. Sin embargo, como queda claro a lo largo del texto, nada más lejos de la realidad. A pesar de que algunos de los dirigentes japoneses más destacados se formaran en parte en Estados Unidos, y de la conciencia de que había aspectos económicos que llevaban al Gobierno estadounidense a interesarse por los problemas del Japón, lo cierto es que el diálogo de sordos parecía inevitable.

Una vez iniciado el conflicto, a pesar de la celebración de la victoria que hoy recordamos, su resolución en uno u otro sentido no estaba nada clara. El liderazgo, condición sine qua non de cualquier éxito en el campo de batalla, no abundaba en ninguno de los dos bandos. Los recursos, destinados en su mayoría a forzar un desenlace favorable en Europa, no estaban en absoluto asegurados en vastas extensiones del Pacífico en las que, desde el primer momento, las fuerzas japonesas partían con ventaja. Desde los primeros momentos de Pearl Harbor hasta la desaparición de la Flota Asiática, desde Midway hasta Guadalcanal, el desenlace y el equilibrio de fuerzas estuvo permanentemente en duda. El valor, el espíritu de sacrificio, la inteligencia, la prudencia, eran todas ellas cualidades imprescindibles para revertir una marea que, en los primeros años de esa lucha global, parecía casi imposible de vencer. En retrospectiva, podría parecer que la victoria final nunca estuvo en cuestión. Pero para los que la vivieron y la sufrieron supuso, en muchos aspectos, el gran esfuerzo de su vida.

A través de estas páginas, el privilegiado lector irá conociendo las causas por las que unos hombres lucharon y dieron la vida, los objetivos perseguidos y no alcanzados, el papel de los servicios de espionaje y el coste de unas energías mal dirigidas. La obra, además, pone de relieve la creciente importancia de la fuerza aérea; en todos los conflictos que se han declarado desde entonces, ha supuesto el factor determinante. Sin embargo, en aquel momento, mientras las grandes civilizaciones luchaban por imponerse a las demás, su verdadera importancia no llegaba a apreciarse. La pérdida de acorazados transformó la Marina estadounidense de un modo que ningún gobierno actual podría haber previsto, y tuvo un efecto muy profundo. Cuando cayó el telón, la estructura de los combates navales quedó definida y así se ha mantenido durante los sesenta años transcurridos desde entonces. Todavía perdura en la actualidad, en escenarios de todo el mundo donde nuestros militares apoyan la política de Estados Unidos.

Por encima de cualquier otra consideración, Alan Schom nos presenta la historia en su forma más precisa, pues todo lo que cuenta es relevante y, además, lo hace de manera amena. Todos conocemos ya, por supuesto, cómo se desarrollaron los acontecimientos, pero sus aportaciones alumbran nuestra comprensión y apreciación de los hechos. Y eso jamás lo lograríamos mediante la mera lectura de los despachos oficiales. A través de sus ojos, estamos presentes en los puentes de mando, en el bunker, en la Casa Blanca, mientras se toman las decisiones que darán a luz una nueva era. En el universo de la historia escrita, no es ésa una tarea desdeñable. Schom no vacila a la hora de emitir juicios, valorar o formular las preguntas comprometidas. Desde MacArthur hasta Nimitz, desde Fletcher hasta Eichelberger, no hay figura que no sea objeto de sus indagaciones y su juicio crítico. Por todo ello, este estudio histórico supone un cambio agradable respecto de otros, meras exposiciones académicas, y refleja lo que ya sabe quien no se conforma con la teoría: que deben exigirse responsabilidades a los líderes por las decisiones que toman. Cuando un dirigente envía a la guerra a hombres y a mujeres, la historia los juzga, y eso es lo que sucede aquí. Recemos por que el juicio sea benévolo, y porque los riesgos merezcan las contrapartidas.

Con demasiada frecuencia, la historia se cuenta como una sucesión de acontecimientos. El mérito de Alan Schom consiste en relatarla como una serie de interacciones entre seres humanos, llevados por su ego, su concepción del mundo, su ideal político, a tomar decisiones o asumir riesgos. Así, nos encontramos con el liderazgo del general MacArthur, absolutamente errado, con el «sorprenderlos por la retaguardia» del almirante Nimitz, con las importantes contribuciones de protagonistas menores que, en el momento y el lugar oportunos, resultaron claves en un conflicto que se desarrollaba en miles de millas de océano y que ponía en peligro objetivos nacionales de los que todos dependían.

Sobre todo, el lector descubrirá que esta obra supone un testimonio de lo imprevisible del juego. Como en la frase que se atribuye a Wellington después de la batalla de Waterloo: «Estuvimos a punto de perder». La desproporción entre los riesgos asumidos y los beneficios políticos era tal en ambos bandos que el resultado final estuvo siempre en litigio. Ninguno de los dos se rendía. Todas las cartas estaban sobre la mesa. Al final, tal como leemos en el apasionante relato que Schom hace de la batalla de Midway, el desenlace se decidió en cuestión de segundos. Para las fuerzas que intervinieron aquel día de junio, el mundo pendía de un hilo. Y, desde entonces, las manecillas del reloj han seguido avanzando con inexorable determinación.