Dibujando la tormenta es un paseo a través de las vidas y obras de cinco «inventores de la escritura moderna»: Faulkner, Borges, Stendhal, Shakespeare y Saint-Exupéry. Un apasionado y estimulante canto a la lectura en el que Pedro Sorela, de forma amena y a la vez exhaustiva, nos descubre cómo Faulkner intuyó que toda novela es una forma de poesía, cómo Borges tuvo que sufrir una infección de la sangre para terminar aboliendo las fronteras internas de la literatura, cómo de Shakespeare no sabemos casi nada pero sí lo que importa, cómo Stendhal escribió para revivir su juventud heroica en Italia e intuir que la condición para escribir una obra maestra es haberla vivido antes, y cómo Saint-Exupéry encarnó un siglo después esa profecía y fundió vida y escritura en una sola obra. Toda selección tiende a ser injusta, pero no si se trata, como es el caso, de la propuesta de una serie de escritores que no pretende armar ninguna etiqueta, ni esculpir un canon, ni ordenar una clasificación o fácil comodín cultural para la academia, la crítica, el periodismo o cualquiera de las industrias de la posmodernidad. El único criterio seguido por Pedro Sorela para proponer a Faulkner, Borges, Stendhal, Shakespeare y Saint-Exupéry como algunos de los fundadores de la escritura moderna es una doble constatación: la de que el placer de su lectura aumenta con el tiempo y la de que nada fue lo mismo después de sus libros: la caligrafía de cada uno de ellos es reconocible en la escritura moderna. Todo ello es explicado a la luz de cinco intensas biografías, sin las cuales, en contra de lo que tiende a sostener la Academia, sus obras resultarían mucho más enigmáticas de lo que siempre es inherente al gran arte.
Pedro Sorela
Dibujando la tormenta
Faulkner, Borges, Stendhal, Shakespeare, Saint-Exupéry
Inventores de la escritura moderna
Título original: Dibujando la tormenta
Pedro Sorela, 2006
Revisión: 1.0
08/03/2020
Autor
Pedro Sorela (Bogotá, 1951 - Madrid, 2018). Doctor en periodismo y ejerció la profesión periodística durante más de veinte años, colaborando principalmente con el periódico El País como entrevistador y reportero en la sección de cultura y como columnista. Antes de esto trabajó para la agencia Europa Press durante ocho años, en Madrid. Fue asimismo colaborador de varias revistas latinoamericanas y españolas. Escribió y dirigió Lost Paradise: a journey through imaginary England para la serie A vision from abroad de la BBC. Fue profesor de periodismo en la Universidad Complutense de Madrid.
Proveniente de una familia de tradición diplomática y viajera, hijo de un español y una cubana, residió en numerosos países, lo que se refleja en los múltiples escenarios de sus novelas. (Aire de Mar en Gádor, Viajes de Niebla, Trampas para estrellas, Ya verás…), relatista, ensayista (Dibujando la tormenta. Faulkner, Borges, Stendhal, Shakespeare, Saint-Exupéry. Fundadores de la escritura moderna) y escritor y director de obras de teatro. También cultivó el género literario infantil (Ladrón de árboles, Cuentos invisibles). Entre sus aficiones se incluyeron el dibujo y la jardinería.
Notas
[1] Lo que sin embargo hizo en otras memorables ocasiones, como una muy conocida entrevista concedida a Jean Epstein en 1956 para The París Review.
[2] En cierta ocasión que al imprudente empleado de una lavandería se le ocurrió lavarlos, hubo que colgarlos en un establo hasta que volvieran a coger olor. Faulkner, que había enviado los pantalones para que les cosieran rodilleras, nunca lo supo. (Manuel Rodríguez Rivero, Notas de viaje por Faulkner, Mississippi, Revista de Occidente, junio de 1997.)
[3] Jacques Pothier, Yoknapatawpha: saga d’un comté apocryphe, Dossier Faulkner, en Le Magazine Littéraire, diciembre de 1989.
[4] Sorprende el parecido de esta escena con la famosa imagen de la que parte toda la concepción de EL ruido y la furia: unos niños subidos a un árbol espían el funeral de su abuela, que no les dejan presenciar. Desde abajo se ven las bragas de la niña, manchadas de barro.
[5] La indiferencia de sus conciudadanos se mantiene: «Muy pocos de los 10.000 habitantes de la ciudad, con un cuarto de población negra, han leído alguna de sus obras, y, en una reciente encuesta realizada por el periódico local Oxford Town, uno de los entrevistados creía que “Yoknapatawpha” era una marca de pudding y otro suponía que el vocablo nombraba la enfermedad de las vacas locas». (Rodríguez Rivero.)
[6] «¡Extínguete, extínguete, fugaz antorcha!… ¡La vida no es más que una sombra que pasa, un pobre cómico que se pavonea y agita una hora sobre la escena y después no se le oye más…; un cuento narrado por un idiota con gran aparato, y que nada significa!…» (Macbeth, acto V, escena 5; versión de Luis Astrana Marín).
[7] Publicado en 1936, el mismo año de Lo que el viento se llevó, de Margaret Mitchell.
[8] La niña murió porque el hospital carecía de incubadora. Con el tiempo Faulkner regaló una.
[9] A su traductor al francés de El ruido y la furia Faulkner le confesó sin embargo que podía no saber desarrollar después las ideas que anotaba por la noche con el whisky al alcance de la mano.
[10] Ole Miss era el nombre que se le daba a las señoras en las antiguas plantaciones.
[11] Hay quien relaciona su abandono de la universidad con unas purgas desatadas en 1920 por el gobernador del estado y las autoridades académicas, después de que una efigie del gobernador fuese ahorcada y quemada en el campus.
[12] Esa conflictiva relación con el correo sería profética. Durante toda su vida a Faulkner se le acumularon las cartas y los paquetes. Según la leyenda, si las primeras no tenían un remite conocido, las miraba al trasluz y las tiraba a la basura si no contenían un cheque o al menos sellos para la respuesta.
[13] Quién sabe si la obra de Faulkner hubiese sido la misma sin la influencia primeriza de Stone. En 1940, Faulkner ofreció a su editorial vender sus manuscritos o firmar cualquier compromiso en busca de 7.000 dólares que Stone necesitaba en un aprieto. El escritor obtuvo 1.200 a cuenta de su trilogía sobre los Snopes, y 4.800 dólares de la cancelación de un seguro de vida. Stone fue uno de los dos dolientes no familiares que llevaron el féretro del escritor; el otro fue el dueño de la droguería de Oxford, donde por tres o cuatro décadas el escritor leyó revistas, compró tabaco y envolvió sus manuscritos para el correo.
[14] Aunque también precisó alguna vez que «un gran libro es siempre un parto difícil y doloroso». (Entrevista a Loïc Bouvard, 1952).
[15] Farmacia al estilo americano, con cafetería y quiosco.
[16] Muchos años después, los herederos de Faulkner consiguieron que el McDonalds local retirase un retrato del escritor, «cuya exhibición les había parecido indecorosa». (Manuel Rodríguez Rivera, Notas de viaje por Faulkner, Mississippi, Revista de Occidente, junio de 1997.)
[17] Stein la tomó de un tendero parisino que se quejaba de la supuesta torpeza e inutilidad de dos pinches. Dijo que era una generación perdida por causa de la guerra.