roy peter clark
leer con rayos x
25 obras maestras
que mejorarán tu escritura
Traducción
Pablo Sauras
ALBA
Para mis hermanos, Vincent y Ted Clark, por haber cuidado con devoción a nuestra madre, Shirley, que a los noventa y cinco años seguía cantando.
Advertencia del traductor
En el análisis de los textos incluidos en este libro, el autor dedica especial atención a los aspectos formales, entre ellos el registro, la forma de elocución, el léxico utilizado, las relaciones semánticas, la ordenación de las palabras, las estructuras morfológicas y sintácticas y las figuras retóricas. En no pocos casos, estos elementos se pierden o no se aprecian bien en la traducción: un hándicap que se hace especialmente notorio en los poemas. A menudo he creído necesario, por tanto, dejar el texto original (acompañado, naturalmente, por la versión española).
Prólogo
El aprendizaje de las técnicas literarias
¿Cómo aprenden los escritores sus mejores procedimientos? Aplican un método que llamo leer con rayos X. Leen, como todo el mundo, por placer o para obtener información o vivir una experiencia vicaria; pero además ven algo que resulta imperceptible para el lector común. Es como si tuviesen un tercer ojo o unas gafas de rayos X como las que aparecían hace años en los cómics: tienen la singular facultad de escarbar en el texto, descubriendo el mecanismo que crea el significado y que los demás no vemos. Practican así una especie de ingeniería inversa –por utilizar la atinada frase de Steven Pinker– que les permite observar las piezas del engranaje, las técnicas creadoras del humor, la claridad, el suspense, la epifanía, el dolor y otros efectos que experimentamos al leer. A continuación guardan estas piezas en las diversas cajas de herramientas del escritor: la gramática, la sintaxis, la puntuación, la ortografía, la semántica, la etimología, la poética y la caja más grande, la retórica.
Pongámonos, pues, las gafas de rayos X y empecemos por examinar los títulos de dos célebres obras literarias. La primera es el poema «La canción de amor de J. Alfred Prufrock», de T. S. Eliot. (En 1965, cuando murió el poeta, yo estaba en el último año de [la enseñanza] secundaria y actuaba como teclista en un grupo de rock llamado T. S. and the Eliots.) Muchos lo consideran uno de los grandes poemas del siglo xx . Animo al lector a leerlo o releerlo para comprobar si son acertadas mis observaciones sobre el título. «Prufrock» es, ante todo, una conmovedora reflexión sobre lo que se pierde al envejecer. El protagonista vive el conflicto entre las aspiraciones que le quedan de la juventud –el amor, la energía sexual, la creatividad, el prestigio social– y la conciencia de ser un hombre mayor. Se pregunta si las mujeres a las que oye hablar de Miguel Ángel en las reuniones sociales se fijarán en él. Se va encogiendo y tiene que llevar los pantalones remangados. No sabe si podrá comerse un melocotón con la dentadura postiza. Pensando en su vida, se da cuenta de que la ha «medido» con cucharillas de café: una frase extraordinaria.
Estos son los ejes temáticos y dramáticos del poema. ¿Cómo se le ocurrieron al autor? La respuesta a esta pregunta posiblemente nos revele algo de lo que Eliot sabía como escritor y quizá nos permita un día titular un texto con la misma fuerza creativa.
¿De dónde viene esta fuerza?
Analizando «La canción de amor de J. Alfred Prufrock» con rayos X, he llegado a la conclusión de que la eficacia de este título se basa en la tensión entre dos elementos radicalmente contradictorios.
Sugiero al lector que anote las ideas que asocia con la frase «canción de amor». A mí me evoca romance, galanteo, belleza, serenata, pasión juvenil, esperanza, música, poesía. La lista puede ser muy amplia: la frase tiene múltiples connotaciones. Un soneto de Shakespeare es una canción de amor: «Mi amor será en mis versos siempre joven». Pero también lo es «Double Shot (Of My Baby’s Love)», del grupo The Swinging’ Medallions.
¿Cómo es el personaje al que Eliot hace cantar la canción? ¿Tiene un nombre poético como Marvell, Wordsworth o Longfellow? No: se llama J. Alfred Prufrock. Hagamos una lista de las cosas que se nos ocurren al leer u oír un nombre así. Yo pienso en un banquero, un catedrático, un abogado, un hombre de negocios o un burócrata. Nada parece menos romántico que escribir el primer nombre de pila con la inicial. John A. Prufrock suena algo mejor que J. Alfred Prufrock, casi una caricatura de la fría formalidad que se atribuye a los británicos. Y luego está el apellido Prufrock, que desentona por completo con «canción de amor». El empirismo de Pruf- (proof o «prueba»), unido a la dureza de rock o «roca», parece anular la pasión y la exaltación amorosa. Pero también se puede leer como Pru-frock, en cuyo caso evoca un hombre que lleva un traje (frock) discreto (prudish), un señor de cierta edad que se va encogiendo y que lleva los pantalones remangados para no tropezarse.
Ya vemos lo que hacen las gafas de rayos X: remedian la miopía del lector común, permitiéndonos observar con claridad los efectos literarios, e incluso nos dan una visión psicodélica y caleidoscópica. Empezamos a leer como un escritor.
Una vez aprendida la lección –que un escritor con talento puede inventar un título basado en el contraste entre dos elementos–, leemos los títulos de otra forma. En 1903, Thomas Mann, que fue premiado, como Eliot, con el Nobel, publicó una novela corta titulada Tonio Kröger . Esta obra fue una de las primeras que leí en la universidad con el joven y brillante profesor Rene Fortin. (También nos encargó leer «Prufrock».) Fortin enseñaba a sus alumnos a fijarse en los momentos de tensión que se dan en un texto.
Existe una tensión obvia en el personaje de Tonio Kröger, un joven sometido a la doble influencia de su padre alemán y su madre italiana: si la segunda impulsa al protagonista a imaginar una existencia artística, sensual y creativa, Kröger también se parece hasta cierto punto al primero, un banquero que lleva una vida tan aburrida como económicamente segura. «Quiero que sintáis la tensión que hay en Tonio Kröger –decía Fortin–, la contradicción entre la frialdad noreuropea y el ardor latino. Salta a la vista, incluso antes de que empecemos a leer el relato.» No sabíamos lo que quería decir, pero llevaba razón: la ambivalencia del protagonista se nota ya en el título mismo. Lo italiano frente a lo alemán. Las vocales largas y abiertas frente a la diéresis y las consonantes. El nombre de pila de un artista frente al apellido de un banquero. Tonio parece el nombre de uno de esos personajes románticos que aparecen en las obras de teatro isabelinas; Kröger, en cambio, suena a moneda.
Los rayos X no solo nos permiten leer mejor: también nos dan la clarividencia de un escritor. Pensemos ahora en autores que han creado títulos con elementos discordantes. Entre mis preferidos están los siguientes:
El paraíso perdido
Las aventuras de Huckleberry Finn
El guardián entre el centeno
«Leda y el cisne»
El doctor Jekyll y Mr. Hyde
El cartero siempre llama dos veces
¿Quién teme a Virginia Woolf?
El gran Gatsby
A estos clásicos de la literatura se les podrían añadir obras más populares, como la serie de Harry Potter. El joven mago inventado por J. K. Rowling tiene nombre de rey inglés y apellido de artesano (potter significa alfarero). Y ¿qué decir de series de televisión como Duck Dynasty [La dinastía Pato] y Amish Mafia? Tengo especial predilección por Buffy Cazavampiros (Buffy the Vampire Slayer), donde el personaje que derrota a las fuerzas del mal y salva a la humanidad es una adolescente rubia que se llama, en efecto, Buffy. Es un nombre raro, como si a Melville se le hubiese ocurrido bautizar a su famosa ballena blanca Moby Grape (así se llamaba un grupo de country-rock de San Francisco en la década de 1960).