Eric Frattini
Los cuervos del Vaticano
Benedicto XVI en la encrucijada
ePUB v1.0
guau7005.03.13
ERIC FRATTINI ALONSO , nació en Lima, Perú, el 15 de diciembre de 1963. Es un ensayista, novelista, corresponsal en Oriente Medio residiendo en Beirut (Líbano) y Jerusalén (Israel), periodista, profesor universitario, analista político, guionista de televisión, y conferenciante de nacionalidad peruana y española.
Es autor de más de una veintena de ensayos entre los que se encuentran Osama bin Laden, la espada de Alá (2001); Mafia S.A. 100 Años de Cosa Nostra (2002); Secretos Vaticanos (2003); La Santa Alianza, cinco siglos de espionaje vaticano (2004); ONU, historia de la corrupción (2005); CIA, Joyas de Familia (2008); Mossad, La ira de Israel (2009), Los Papas y el Sexo (2010) o la tetralogía sobre la historia de los más famosos servicios de espionaje (CIA, KGB, Mossad y MI6).
Su obra ha sido traducida a diferentes idiomas y editada en cuarenta y siete países. Frattini ha sido director y guionista de casi una veintena de documentales de investigación para las principales cadenas de televisiones españolas y colabora asiduamente en diferentes programas de radio y televisión.
Ha dado diversos cursos y conferencias sobre seguridad y terrorismo islámico a diferentes fuerzas policiales, de seguridad e inteligencia de España, Gran Bretaña, Portugal, Rumania o Estados Unidos. Sus tres novelas 'El Quinto Mandamiento', 'El Laberinto de Agua' y 'El Oro de Mefisto' publicadas por Espasa Calpe, han sido traducidas en diversos países.
«Lo que yo os digo en la oscuridad, decidlo vosotros a la luz;
y lo que oís al oído, proclamadlo desde los terrados».
Mateo 10, 27
«Cuando se suprime la justicia, ¿qué son los reinos
sino grandes bandas de ladrones?».
San Agustín
«Si os mordéis y devoráis unos a otros,
terminaréis por destruiros mutuamente».
Carta de Benedicto XVI a los obispos
Eric Frattini Alonso, 2012.
Diseño/retoque portada: Más!gráfica.
Editor original: guau70 (v1.0).
Cedido por: albertmesa
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Notas
El 19 de abril de 2005, el cardenal Ratzinger fue elegido Sumo Pontífice. No sabía entonces que, al igual que sus predecesores, iba a encontrarse con un hueso duro de roer: el IOR (Instituto para las Obras de Religión) o Banco Vaticano. Los cuervos del Vaticano revela una historia de mayordomos traidores, filtraciones de documentos, comisiones secretas de investigación, del servicio de espionaje y contraespionaje del Vaticano, de prelados que denuncian la corrupción y que son alejados de inmediato de San Pedro, lavado de dinero, altos miembros de la mafia siciliana, un complot para asesinar al Papa, una adolescente desaparecida y supuestamente utilizada como esclava sexual, una guerra entre periodistas y directivos de la prensa católica, un presidente del IOR cesado y con miedo a ser asesinado?. Y es que, en el Estado de la Ciudad del Vaticano, la realidad siempre supera a la ficción. «Sin justicia, ¿qué son los reinos sino una gran banda de ladrones?». Benedicto XVI citando una frase de San Agustín en su primera encíclica Deus caritas est (2005). «Se está dedicando con gran empeño a asegurar la absoluta transparencia de las actividades del IOR y su respeto de las normas y procedimientos que permitan incluir a la Santa Sede en la Lista Blanca». Federico Lombardi, director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede (23 de septiembre de 2010).
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Benedicto XVI en la encrucijada
El 19 de abril de 2005, el cardenal Joseph Aloisius Ratzinger fue elegido nuevo Sumo Pontífice, tres días después de cumplir setenta y ocho años y tras dos jornadas de cónclave y dos fumatas negras. Justo después de su elección, durante un encuentro informal con los que habían sido sus más estrechos colaboradores en la Congregación para la Doctrina de la Fe, el ya papa Benedicto XVI dijo: «Esperaba retirarme pacíficamente y, hasta cierto punto, le dije a Dios: «Por favor, no me hagas esto… Es evidente que esta vez Él no me escuchó». El cardenal Ratzinger había repetido en numerosas ocasiones que le habría gustado instalarse en una tranquila aldea bávara para dedicarse a escribir libros de filosofía, si bien algunos miembros de la curia cercanos a él también le habían oído declarar que estaba listo para «cualquier función que Dios me quiera atribuir». Está claro que Benedicto XVI forma parte de esa larga tradición que da cuenta de lo provisional de las decisiones en el interior de los muros vaticanos.
Lo que el nuevo Pontífice no sabía en aquel momento era que, al igual que Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II, iba a encontrarse con un hueso duro de roer: el IOR (Instituto para las Obras de Religión) o Banco Vaticano.
La realidad siempre supera la ficción
Hoy día, al igual que hace siglos, vendría a la perfección la frase que en cierta ocasión me dijo un buen amigo e importante abogado experto en Derecho Canónico y conocedor de las intrigas vaticanas: «Recuerda siempre, querido Eric, que para el Vaticano, todo lo que no es sagrado es secreto». No cabe duda de que tenía razón. A pesar de que el secretario de Estado de la Santa Sede, el cardenal Tarcisio Bertone, ha llegado a declarar que «algunos periodistas y escritores están jugando a imitar a Dan Brown», el polémico autor de El Código Da Vinci y Ángeles y Demonios, hay que reconocer que no hay nada como meter en una misma coctelera a mayordomos traidores, filtraciones de documentos, comisiones secretas de investigación, al servicio de espionaje y contraespionaje del Vaticano, a prelados que denuncian la corrupción y que son alejados de inmediato de San Pedro, lavado de dinero, a altos miembros de la mafia siciliana, un complot para asesinar al papa, a una adolescente desaparecida y supuestamente utilizada como esclava sexual, una guerra entre periodistas y directivos de la prensa católica, a un presidente del IOR cesado y con miedo a ser asesinado…, y aderezar la mezcla con un intrigante secretario de Estado para hacer las delicias de cualquiera que quiera imitar al famoso escritor estadounidense. Y es que, en efecto, en el Estado de la Ciudad del Vaticano, la realidad siempre supera a la ficción.
«Cuando se suprime la justicia, ¿qué son los reinos sino grandes bandas de ladrones?», escribió Benedicto XVI en su primera encíclica, Deus caritas est, en 2005, usando una frase de san Agustín. Ciertamente, el nuevo papa no sabía que, siete años después, la imagen pública del Vaticano iba a convertirse en un jugoso tema de portada.
Los «filtradores» de documentos declaraban a quienes quisieran oírles que lo hacían por amor al Sumo Pontífice, a quien pretendían ayudar de ese modo en la ardua tarea de limpiar su propia casa. El vaticanista Sandro Magister ha destacado en un artículo que «aunque ninguna de las fechorías puestas al descubierto en los documentos implicaban a su persona, lo cierto es que todas ellas recaen inexorablemente sobre él». Otros critican abiertamente que la fina línea que, en el Vaticano, separa los actos ilícitos de los de la pura ineficacia es hoy casi inexistente. No existen los unos sin los otros.
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