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Antonina Rodrigo - Mujeres olvidadas

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Antonina Rodrigo Mujeres olvidadas

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Así, en esta nueva edición revisada, Antonina rescata la vida y los logros de quince mujeres que formaron parte de la vanguardia intelectual, política y artística de España: las revolucionarias Dolores Ibárruri, Margarita Nelken, Vitoria Kent, Federica Montseny y Maruja Ruiz; la periodista María Luz Morales; las actrices Margarita Xirgu, Antonia Mercé y María Casares; las maestras María de Maeztu y Enriqueta Otero Blanco; la pintora María Blanchard, las escritoras María Goyri, Zenobia Camprubí y María Teresa León. Todas ellas rompieron los moldes establecidos y lograron conciliar la rebelión personal con la solidaridad universal de los derechos humanos.

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Así, en esta nueva edición revisada, Antonina rescata la vida y los logros de quince mujeres que formaron parte de la vanguardia intelectual, política y artística de España: las revolucionarias Dolores Ibárruri, Margarita Nelken, Vitoria Kent, Federica Montseny y Maruja Ruiz; la periodista María Luz Morales; las actrices Margarita Xirgu, Antonia Mercé y María Casares; las maestras María de Maeztu y Enriqueta Otero Blanco; la pintora María Blanchard, las escritoras María Goyri, Zenobia Camprubí y María Teresa León. Todas ellas rompieron los moldes establecidos y lograron conciliar la rebelión personal con la solidaridad universal de los derechos humanos.

Antonina Rodrigo
Mujeres olvidadas

Las grandes silenciadas de la Segunda República


A la memoria de mis padres y mis primas Ana y Maruja.

A mis hermanos.

A la memoria de Marie Laffraque, Montserrat Roig, Patro Zafón, Sara Berenguer y a Josefina Cedillo, Manuela Albardiaz, Cándida Esteban, Pilar Daniel Gubert, Mari Sancho Menjón y María Antonia Martín Zorraquino.

Prólogo

¡Qué gran compañera es la memoria! Y no solo porque evoque en nosotros un sinfín de sensaciones, alegrías, amarguras, esfuerzos baldíos, logros concretos, amores y aventuras amorosas, sino también porque nos lleva, insoslayablemente, al útil y saludable ejercicio de descubrir, reflexionar, analizar, valorar el quehacer humano, con las inevitables concesiones a la nostalgia.

La memoria, como herramienta de reivindicación para redescubrir la huella de nuestras «mujeres silenciadas ». Esas mujeres que un día constituyeron la vanguardia que erosionó convencionalismos y atavismos esterilizadores. Dura época aquella en la que tratamos de recuperar su memoria: la desconfianza y el temor cerraban puertas y agarrotaban gargantas, aun cuando la protesta y la necesidad de gritar su rebeldía, su amargura, desbordara tantos corazones dolientes, torturados, humillados siempre. Pero ¡qué inolvidables los testimonios de sus increíbles y traumatizantes peripecias, al calor de su insobornable voluntad!

La apasionante existencia de quince mujeres, que encarnan a cientos, a miles, cuyos nombres levantan infinitos ecos en nuestro horizonte histórico, es la que nos ofrece esta nueva edición. La vida de unas mujeres que, a través de sus vibrantes testimonios, de sus escritos, de su obra, nos evocan su liberación cortada en pleno vuelo por una guerra cruel y una represión feroz. Todas ellas son eminentemente representativas, desde la cima de los cargos a la militante de base: mujeres que accedieron a puestos ocupados tradicionalmente por los hombres, en la pedagogía, en la política, en las fábricas, en la legislatura. Que se incorporaron a incipientes Hospitales de sangre; que dirigían talleres, cooperativas, que conducían tranvías, que cosían monos-uniformes para sus compañeros en el frente y luchaban luego, con las armas en la mano, junto a ellos, en puestos de combate; que protegieron a la infancia, evacuándola, lejos de las bombas y el hambre. Todas unidas por un mismo afán: luchadoras, sindicalistas, artistas, intelectuales, profesoras, investigadoras, amas de casa cuya soterrada personalidad estalló, al aire libre de la Revolución española, las primeras, como siempre, en todos los movimientos insurreccionales, a través de la historia. Mujeres que tenían clara conciencia de su personalidad, que afirmaban su derecho a ser reconocidas como seres conscientes, capaces de asumir cualquier papel, por encima de la arbitraria y sobrevalorada superioridad del hombre, de sus propios compañeros, sin el menor menoscabo de su condición de mujer.

Tuve que limitar, traicionar, en algunos casos, la dilatada exposición de sus testimonios, con sobrado interés para hacer un libro con cada una de sus historias personales. Estas son las mujeres que se persiguió, se exilió, se silenció y que se ha intentado sumir en el olvido, porque fueron siempre la avanzada más difícil de someter, porque conciliaban la rebelión personal con la solidaridad universal.

ANTONINA RODRIGO

La recuperación de la palabra

«Sufrir en la ignorancia es horrible...».HENRY MILLER, Plexus

Hay varias imágenes de Antonina Rodrigo en mi mente. La veo vestida con una capa negra intentando hablar de la amistad entre Andalucía y Cataluña en una cena del Consell Nacional Catalá. Erguirse, voluntariosa y obstinada, frente a tantos relojes parados en el exilio. Proclamar casi en vano que los pueblos, para amarse, tienen antes que entenderse. La veo con su enfado y con su rabia, los labios apenas prietos, casi gritando al viento la injusticia a que se le sometía. Antonina Rodrigo se había preparado un corto pero emotivo papel sobre la libertad que se merecían todos los pueblos del Estado español. Y lo hacía en su lengua, la castellana, que en sus labios nunca es opresora. Y lo hacía citando a su amado García Lorca. Pero se le negaba la palabra por ser mujer, por no ser entonces «importante», y porque, supongo, no tenía ni una gota de sangre catalana. Por suerte se deshizo a tiempo el entuerto y el racismo de unos cuantos quedó justamente ridiculizado. Pero Antonina no se había callado. Y es que Antonina no se calla nunca.

Otra de las imágenes que me vienen ahora, imprecisa y difusa, es un día en mi casa cuando no pudo reprimir el llanto al escuchar las historias de dos exdeportados catalanes en los campos nazis. Antonina lloró, y lo hizo sin afectación y sin cursilería. Lloró porque tiene los sentimientos claros. Sus lágrimas no eran de serial ni de blandez, sus lágrimas eran, en aquel momento, el signo externo de su solidaridad. Veo siempre a Antonina andando por la calle como si fuera sin rumbo fijo. Paseando, haciendo lo que los franceses llaman flâner. Antonina te coge del brazo y anda calmosamente, dejando morir las palabras con su acento granadino, como si todavía estuviera en Granada y sus ideas surgieran tan diáfanas como el agua que nunca deja de sonar en el Generalife. A veces Antonina me parece de otra época. Y me pregunto: ¿qué hace Antonina en una ciudad como Barcelona, ciudad caníbal que se devora a sí misma a la par que a sus ciudadanos como Saturno lo hizo con sus hijos? ¿Qué hace Antonina entre esta gente que vive en casas llenas de polvo, oscuras, impregnadas del impenitente olor a coliflor de sus patios interiores? ¿Qué hace Antonina entre tanto ruido, ajetreo, explosiones de tubos de escape, prisas, rumores crispados, entre tanta excitación colectiva, entre tanto miedo a la soledad? Antonina no está hecha para esta ciudad, ella que vino de la calma, del silencio, de un universo de flores y de agua. Antonina está hecha para ser una señorita-de-buena-familia-con-cierta-cultura. Antonina nació para llevar guantes de seda y mantillas de encaje. Para ir vestida de blanco. Para sumergirse en el silencio secular de los que nunca han batallado por el pan. Para deslizar con leve fatiga sus dedos en las teclas del piano y hacer sonar una sonata de Chopin. Antonina no nació para la lucha sino para el orden. No nació para el grito sino para el silencio. No nació para el combate sino para la calma. Antonina tendría que vivir entre plantas de tierra húmeda, entre jarrones llenos de claveles, con sus tapetes y sus cortinas de encaje. Antonina nació para leer a los románticos cuando el día muere. Para tomar el té en tazas decoradas de la Cartuja de Sevilla mientras asiente levemente los inmóviles discursos de los mayores. Antonina, una mujer bella, morena y de ojos tan azules como el cielo que ilumina las Alpujarras, escogió un buen día el grito, el desorden, la lucha. Dejó el susurro del agua que nunca cesa de pasar, la pulcritud de los patios granadinos, abandonó un universo ordenado y en paz para convertirse en cómplice de la rebeldía, de la infatigable y apasionante lucha por descubrir la verdad. Por descubrir alguna verdad. Y esta «complicidad» —que es en ella también amor, puesto que vivió con otro gran desenmascarador de mentiras, su entrañable compañero Eduardo Pons Prades— se va convirtiendo poco a poco en palabra. La palabra de los demás. Antonina, pues, ha sabido combinar su propio pasado, hecho de luz y de murmullos, con la ansiedad por recuperar la palabra ajena. Contra el olvido está la palabra. Contra la muerte total está el relato de otras vidas. Antonina sabe que con la palabra, con el conocimiento de lo que se va morimos un poco menos. Nuestras vidas ya no parecen tan efímeras. Con la recuperación de la palabra de los demás nuestra vida es menos muerte.

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