Annotation
El antropólogo inocente es un texto ciertamente insólito del que se dijo “Probablemente el libro más divertido que se ha publicado este año. Nigel Barley hace con la antropología lo que Gerald Durrell hizo con la zoología” (David Halloway). El autor, doctorado en antropología por Oxford, se dedicó durante un par de años al estudio de una tribu poco conocida del Camerún, lo que constituyó su primera experiencia en el trabajo de campo, y casi la última. Nigel Barley se instaló en una choza de barro con la intención de investigar las costumbres y creencias del pueblo dowayo. Conocía la teoría del trabajo de campo, pero, como descubrió en seguida, ésta no tomaba en consideración la escurridiza naturaleza de la sociedad dowayo, que se resistía a amoldarse a norma alguna. En esta crónica del primer año que pasó en África, Nigel Barley —tras sobrevivir al aburrimiento y a desastres, enfermedades y hostilidades varias—, nos ofrece una introducción decididamente irreverente a la vida de un antropólogo social.
Después de esta experiencia, el autor se incorporó al Museo Británico, cuyo departamento de publicaciones editó este texto como una curiosidad. La excitación que causó entre sus primeros lectores motivó que se publicara después en la colección de bolsillo de Penguin con extraordinario éxito.
“Combina el candor y el colorido de los relatos de los primeros exploradores con un agudo ingenio y un desternillante sentido del absurdo” (Roger Sandall, Encounter).
“Muy adecuadamente considerado por muchos críticos como el libro más divertido del año” (Stephen Pile).
“Pocas veces se habrán visto reunidos, en un libro de antropología un cúmulo tal de situaciones divertidas, referidas con inimitable humor y gracia, y una competencia etnográfica tan afinada, como los que Nigel Barley ofrece en esta minuta de su trabajo de campo entre los dowayos” (Alberto Cardín).
Nigel Barley
El antropólogo inocente
Notas desde una choza de barro
Título original: The Innocent Anthropologist. Notes from a Mud Hut
© Nigel Barley, 1983
Traducción de:Mª. José Rodellar
Revisión técnica de Alberto Cardín
© 1989
EL ANTROPÓLOGO INOCENTE
Prólogo
Mapa de la tierra Dowaya
1. Las razones
2. Preparativos
3. Rumbo a los montes
4. Honni soit qui Malinowski
5. Llevadme ante vuestro jefe
6. ¿Está el cielo despejado para ti?
7. «Oh, Camerún, cuna de nuestros padres»
8. Tocando fondo
9. Ex África semper quid immundum
10. Ritos y retos
11. Lo húmedo y lo seco
12. Primeros y últimos frutos
13. Un alienígena inglés
PRÓLOGO
Pocas veces se habrán visto reunidos, en un libro de antropología, un cúmulo tal de situaciones divertidas, referidas con inimitable humor y gracia, y una competencia etnográfica tan afinada, como las que Nigel Barley ofrece en esta minuta de su trabajo de campo entre los dowayos, realizado en 1978. No suelen las monografías etnográficas ser libros especialmente divertidos, ni mucho menos descuellan por su humor, a pesar de la gran cantidad de equívocos y situaciones ridículas en que necesariamente incurre cualquier individuo que intenta apropiarse de convenciones que le son totalmente extrañas, como es el caso de cualquier etnógrafo en el seno de su correspondiente población exótica.
Serio e imbuido de su cuasisacerdotal responsabilidad teórica, el etnógrafo con frecuencia no llega a captar el humor de sus exóticos anfitriones (que con toda razón suelen hacerlo objeto de burla, por su impericia práctica y su minusvalía verbal), y muy raramente observa distanciadamente lo patético de su posición, Más habitual es que proyecte sus frustraciones sobre sus huéspedes, llenando sus diarios personales y los prólogos de sus monografías de quejas y denuestos contra los nativos, en un estilo que hoy ya resulta plenamente familiar desde la publicación de los diarios de Malinowski, y que Lévi-Strauss explicaba recientemente sin pelos en la lengua a Didier Eribon: «¿Sabe? Cuando se han perdido quince días con un grupo indígena sin conseguir sacar de ellos nada en claro, simplemente porque no les da la gana, uno llega a detestarlos.»
El nativo, convertido en pura veta informativa, carece de identidad personal (es además esto un presupuesto teórico de su ser como «primitivo»: la falta de individualidad, el primado del rito y lo grupal), salvo en el caso de ciertos informantes privilegiados, que han pasado a la historia de la antropología como casos señeros de individualización primitiva (el Ahuia de Malinowski, que terminó él mismo casi como etnólogo, el Jim Carpenter de Lowie, o el Ohnainewk de Carpenter), y que en general quedan reducidos a una presencia fugaz en el trabajo reconstructivo final del etnógrafo, donde se supone que es la sociedad misma, y no la anécdota individual, la que debe quedar reflejada.
La virtud del libro de Barley, en este sentido, es que está lleno de individualidades que evolucionan como verdaderos actores, con una vida propia cargada de colorido, y una profusión y variedad verdaderamente asombrosos, por cuanto dan la medida de un intrincamiento racial y cultural que pocas veces aparece en las monografías etnológicas, empeñadas habitualmente en mostrar la puridad del «aislado» cultural y demográfico sobre el que centran su atención.
Fulanis, dowayo, koma, negros urbanizados, cristianos y musulmanes, misioneros católicos y protestantes, funcionarios negros y cooperantes blancos, todo el espectro de este detritus cultural que forma los márgenes de la Cultura-Mundo occidental, y cuyo mestizaje y entrecruce constituye hoy una de las principales preocupaciones de la antropología, se manifiestan como un bulle-bulle vívido y variopinto, que la pericia narrativa de Barley nos hace compartir, a la vez con humor implicado y crítica distancia.
Pero entre ellos destacan, convertidos en verdaderos personajes novelescos, individuos como el estrafalario jefe Zuuldibo; o el viejo de Kpan, el misterioso y atrabiliario «jefe de lluvia», cuyos poderes expone Barley con una fascinación próxima a la de Castaneda por Don Juan; o el hábil traductor Matthieu, el dowayo semiaculturado, cuyo reencuentro años más tarde, describe Barley en A plague of caterpillars, comparándolo humorísticamente con el principio de Sonrisas y lágrimas; o el histérico misionero Herbert Brown, afectado por el sol de los trópicos, y dotado de un curioso don de lenguas; cada uno de ellos perfectamente individualizado y construido con las trazas realistas de un personaje de novela, dentro de una tradición más propia del relato de viajes inglés que de la antropología social británica: en la línea más de Burton que de Evans-Pritchard.
O, incluso, extremando las tintas, en la línea del viaje imaginario, pero totalmente adobado de elementos reales sarcásticamente deformados, que representa Merienda de negros, de Waugh. Hay un indudable toque Waugh en el libro de Barley, pero aplicado a un país y a una experiencia reales, lo que no ocurre con los libros de viaje propiamente dichos del viejo escritor neocatólico inglés, que sólo en la imaginaria Azania llegó a afilar convenientemente su mordacidad antiafricana.
Cierto es que todo esto es posible gracias a que Barley ha violentado en este libro la estructura clásica de la monografía etnológica (que debió redactar aparte en términos estrictamente académicos, como se deduce de las constantes alusiones que a este trabajo «formal» hace), pero también es cierto que hoy día son muchos los jóvenes antropólogos americanos que se ensayan en este tipo de etnografía informal (generalmente, como aquí, reconsideraciones personalizadas del trabajo de campo académicamente sancionado), sin conseguir el interés narrativo y la gracia bienhumorada que caracteriza la prosa de Barley.