ISHI
El último de su tribu
Theodora Kroeber
Traducción de Antonio Desmonts
Antoni Bosch editor, S.A.U.
Manacor, 3, 08023, Barcelona
Tel. (+34) 93 206 0730
www.antonibosch.com
Título original: Ishi in Two Worlds
© Theodora Kroeber, 1964
© de la traducción: Antonio Desmonts
© de esta edición: Antoni Bosch editor, S.A.U., 2021
ISBN: 978-84-122443-2-8
Diseño de la cubierta: Compañía
Maquetación: JesMart
Corrección de pruebas: Olga Mairal
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Índice
Ishi, el último de su tribu es una historia tomada de la historia. Ishi fue un indio americano nacido en 1861 o 1862. Su tribu era la yana y sus padres pertenecían a los yana más meridionales, que se autodenominaban yahi.
Los yana vivían en las laderas occidentales de Mount Lassen, al norte de California. Eran viejos en el lugar, habiendo vivido allí sus antepasados desde hace tres o cuatro mil años o más. Antes de ellos aquella tierra no pertenecía a nadie; ellos fueron sus primeros hijos.
La quimera del oro de California llevó al país de los yana a los primeros europeos u hombres blancos, doce años antes de que Ishi naciera. En la época en que tenía diez años, los yana habían muerto a manos de los invasores blancos o habían sido expulsados de sus hogares. Sólo quedaron el joven Ishi y un puñado de yahi. Ignorados por los hombres blancos, se ocultaron en los cañones de los ríos Mill y Deer, viviendo como pudieron a la antigua manera yahi.
En 1908 el personal de una empresa eléctrica descubrió su aldea; y en 1911, en el corral de un matadero a las afueras de Oroville, fue encontrado Ishi, el último superviviente de su pueblo.
El «watgurwa-museo» de Ishi es el Museo de Antropología de la Universidad de California; entonces estaba en Parnassus Heights de San Francisco, cerca de la Escuela de Medicina. Allí murió Ishi en marzo de 1916.
Ishi vivió el tiempo suficiente para dejar testimonio de cómo eran los yana. Los hombres blancos sabemos ahora cómo vivía el pueblo de Ishi; quiénes eran algunos de sus Dioses y Héroes; cómo era su lengua, en el habla coloquial y en las fábulas y las canciones; y un poco de su manera de ser y comportarse así como del valor de los yahi, y del Camino yahi. Este libro trata de rememorar la vida de Ishi, el viejo Mundo de los Yahi y el mundo del hombre blanco, visto por los ojos de Ishi.
«Muchas lunas después […] quienes vivan
en mundos lejanos podrán leer y saber cómo hablaba el Pueblo y quiénes eran sus Dioses y sus Héroes,
y cuál era su Camino.»
Las brumas matinales, blancas y quietas, llenaban el Cañón de Yuna, pegándose a las rocas y a los matorrales, y a las casas redondas y cubiertas de tierra de la aldea de Tuliyani. De los fuegos de las casas sólo quedaban cenizas; no salía humo por las chimeneas.
En la casa de los hombres dormían tres adultos y un muchacho. Cada uno de ellos estaba liado en una manta de piel de conejo; sólo el pincel de largos cabellos negros de un extremo del cilindro los distinguía de cuatro troncos de aliso envueltos. Cerca, en la casa familiar, dormían también dos mujeres y una muchacha arropadas de pies a cabeza en pieles de conejo.
El muchacho, Ishi, despertó. Se liberó lentamente del estuche de piel de conejo y, sin despertar al Tío Mayor, al Abuelo ni a Timawi, trepó por el poste que servía de escalera y salió por el agujero del humo. Dejándose caer al suelo, avanzó silencioso como un fantasma, sobrepasando la casa donde dormían su madre, su abuela y su prima, y se metió entre los árboles de más allá del poblado.
Ishi no tomó el sendero largo y tortuoso que salía del cañón; se arrastró a gatas bajo los matorrales húmedos, y luego ascendió por una muralla de rocas verticales que era un atajo para llegar a la cima. Desde allí, siguió colina arriba por el sendero junto al borde, lo que le condujo a la Roca Negra. La Roca Negra se erguía a tres veces la altura de un hombre, pulida y brillante, solitaria y distinta. Agarrándose con manos y pies a los líquenes que crecían en su resbaladiza superficie, Ishi subió a la roca. Arriba, la suave depresión horadada por el agua constituía un lugar desde donde podía ver el tortuoso sendero y todos los alrededores sin ser descu bierto. Este era el lugar secreto de Ishi. Nunca decía nada al Tío Mayor ni a la Madre sobre sus idas a la Roca Negra.
Les preocuparía y ya tienen muchas preocupaciones.
Tushi, la prima de Ishi, no estaba enterada de sus idas a la Roca Negra. Es menor que yo y hay ciertas cosas que no se deben contar a una chica.
Sólo Timawi sabía que Ishi iba a la Roca Negra. Timawi es mayor que yo y tiene su propio lugar secreto. Así es como deben ser las cosas de los Wanasi, los Jóvenes Cazadores, de la aldea.
Cuando Ishi y Tushi estaban juntos hablaban de muchas cosas y reían, y Tushi hacía muchas preguntas. El día anterior, ella preguntó: «¿Quiénes son los saldu?»
Ishi respondió: «Son los rostros pálidos que cazan ciervos en nuestras praderas y cogen salmones en nuestros ríos».
«¿Por qué no cazan y pescan en sus praderas y en sus ríos?»
«Creo que no tienen; tal vez tuvieron que dejar sus tierras.»
«¿Por qué tuvieron que dejarlas?»
«Primita, no sé decírtelo.»
La Madre no quiere que cuente muchas cosas de los saldu a Tushi. Dice que Tushi es demasiado joven para hablar de eso.
Más allá de la Roca Negra, el tortuoso sendero atravesaba las praderas y luego iba subiendo y subiendo por el monte Waganupa. Del Waganupa fluían dos riachuelos, el Riachuelo de Yuna al norte y el Riachuelo de Banya al sur. Estos riachuelos excavaban cañones en la tierra, con promontorios, colinas , llanos y praderas entre ambos. Este era el mundo de Ishi, el Mundo del Pueblo Yahí.
Le gustaba sentarse en la Roca Negra, como el Dios Jupka se había sentado en el Waganupa en los Viejos Tiempos, y ver disiparse las brumas de la mañana. Poco a poco, podía ver hacia el este y hacia el sur y hacia el norte; incluso podía ver una porción del lejano Gran Valle y del Río Dahz, que le parecía una ristra de asclepias, con curvas y nudos, extendida sobre el fondo del valle.
El sol se elevó por encima del Waganupa, deshaciendo los restos de bruma blanca. Un pájaro carpintero graznó en un pino alto, yagka yagka; entre la maleza, una codorniz dijo sigaga sigaga; y en el fondo del cañón susurraba el Riachuelo de Yuna. Pero Ishi aguardaba otro ruido. Pronto lo oyó: Pii-PIIII-pi.
Alzándose sobre las manos, vio el Monstruo que aparecía a la vista junto al Río Daha, seguía el río durante un corto tramo y se perdía al volver un recodo. Así había sucedido cada salida y cada puesta de sol hasta donde alcanzaba la memoria de Ishi. El Monstruo era negro, con un cuerpo negro parecido al de las serpientes. La cabeza echaba humo y este humo quedaba colgando del aire, a sus espaldas, mucho tiempo después de haberse ido.
El Monstruo solía darme miedo. Estaba convencido de que iba a venir al Cañón de Yuna y a Tuliyani. Pero Madre decía que no, que era de los saldu y nunca salía del valle del río. Cuando digo a Tushi: «Se oye desde muy, muy lejos», ella dice: «Tiene un sonido melancólico».
A veces Ishi sueña con el Monstruo. En un sueño, salía de las colinas vecinas e iba al valle, donde lo veía desde cerca. No contó a nadie este sueño.