Annotation
A diferencia del enfoque tradicional de la antropología, que se rige por el estilo de trabajo de las ciencias naturales, Geertz propuso una antropología más cercana a las ciencias humanas, cuya tarea principal no es medir y clasificar, sino interpretar.
La disciplina que cultivó fue calificada como «antropología simbólica». No se trata de una escuela, sino de un modo de concebir el trabajo antropológico. La antropología de Geertz contribuyó a un giro fundamental en esta disciplina, consistente en relativizar el punto de vista del antropólogo mismo y en cuestionar sus condicionamientos y prejuicios como factores que influyen en su trabajo.
Geertz no fue el tipo de antropólogo ante quien alguien pueda permanecer callado: insufrible idealista para unos, deconstructor de la disciplina para otros, manantial de ideas y sabio profundo para sus seguidores, lo cierto es que la antropología tuvo que ser repensada y replanteada a partir de la profunda huella dejada por él.
Clifford Geertz
LA INTERPRETACIÓN DE LAS CULTURAS
Título del original en inglés: The Interpretation of Cultures
© by Basic Books, Inc., Nueva York, 1973
Traducción: Alberto L. Bixio
Revisión técnica: Carlos Julio Reynoso
Ilustración de cubierta: Óscar Noguera
Duodécima reimpresión: septiembre 2003, Barcelona
Derechos reservados para todas las ediciones en castellano
© Editorial Gedisa, S.A.
ISBN: 84-7432-090-9
Depósito legal: B. 34271-2003
Interpretando a Clifford Geertz
Este libro es un clásico perdurable de la antropología, y su autor, sin duda alguna, uno de los líderes activos de la disciplina, uno de sus escasos popes carismáticos. Si hemos de arriesgar una comparación de sus respectivas influencias, diríamos que lo que han sido Anthropologie Structurale y Lévi-Strauss para el ámbito latino en los años 60, lo son The Interpretation of Cultures y Clifford Geertz para el mundo sajón de los años 70 en más.
Singularmente, y a diferencia de Lévi-Strauss, lo que propone Geertz no es una metodología para la construcción de una antropología científica, como lo fue en un principio el método estructural, sino más bien una actitud o un conjunto politético de actitudes para encarar una antropología concebida como acto interpretativo. En este sentido, la trayectoria de Geertz ha ido acentuando con el tiempo su propensión a mantener la práctica disciplinaria apartada de la emulación servil de las maneras propias de las ciencias naturales, empujándola decididamente hacia el terreno de las humanidades. Por tal motivo, su programa es susceptible de interpretarse, más que como un avance revolucionario o un gesto en el vacío, como un movimiento de restauración del ideario humanista de Kroeber o de Boas; movimiento que deja, además, un espacio generoso para propugnar una lectura-del quehacer humano como texto y de la acción simbólica como drama, reivindicando la capacidad expresiva de una retórica autoconsciente.
Desde fines de la década de 1960, la clase de disciplina que Geertz abraza dio en llamarse "antropología simbólica". Algo más que un relevo de la antropología cultural convencional, esta antropología simbólica no conforma una escuela o una secta, sino un modo de concebir el trabajo antropológico y un sesgo, a veces idealizante, en la definición de su objeto. Ese modo conoce diversas variantes, y lo que Geertz propone es una alternativa firme frente a otras formas del simbolismo, como las que postulan David Schneider y Marshall Sahlins en Estados Unidos, Víctor Turner y Mary Douglas en Inglaterra o Dan Sperber y Michel Izard en Francia. La índole de la variante geertziana podrá apreciarse debidamente en esta traducción de artículos suyos que abarcan desde 1957 hasta 1972, coronada por el vívido manifiesto de Thick Description, espléndida pieza de maestría literaria. Interesa aquí complementar ese panorama con otras apreciaciones y otros conceptos, dispersos en una constelación de ensayos no menos capitales.
En 1963 Geertz conmueve la escena antropológica con Agricultural Involution, que fuera caracterizado por el marxista Robert Murphy como "uno de los más brillantes ensayos de la década acerca del cambio cultural" y "una de las más elocuentes condenas del colonialismo que puedan leerse en cualquier parte". En esa breve contribución ya se manifiesta con plenitud su habilidad expositiva, su instinto para sintetizar elementos heteróclitos y otorgarles sentido a través de una metáfora. Posteriormente, empero, Geertz irá reprimiendo cada vez más su interés por la ecología y la subsistencia como tales y moderando su inicial tono de beligerancia.
Pero en su prólogo a Myth, Symbol, and Culture, de 1971, logra aventar toda sospecha de que lo suyo sea propaganda de una idealización informe, maniobra de reacción política o proyecto de un subjetivismo veleidoso: lo simbólico (sea un rito de pasaje, una novela romántica, una ideología revolucionaria o un cuadro paisajístico) tiene una existencia tan concreta y una entidad tan manifiesta como lo material; las estructuras que lo simbólico trasunta, si bien elusivas, no constituyen milagros ni espejismos, sino hechos tangibles. La construcción de conceptos adecuados para dar cuenta de ellas en términos de generalizaciones pertinentes es la tarea intelectual más apremiante que nos aguarda, si es que queremos ampliar la incumbencia de la antropología más allá del despliegue repetitivo de sus recursos tradicionales.
De inmediato, Geertz evalúa las posibilidades de "identificarse" con los informantes, en From the native's point of view, de 1974, contribuyendo a demoler, tras el antecedente escandaloso de los diarios últimos de Malinowski, "el mito del trabajador de campo camaleónico, en perfecta sintonía con su entorno exótico: una maravilla andante de empatía, tacto, paciencia, y cosmopolitismo", capaz de escurrirse bajo la piel del nativo y de ver el mundo desde sus ojos. Una vez más, lo razonable para él es escapar de los extremos: no se trata de quedar aprisionado en los horizontes mentales de un pueblo, de lo que resultarían cosas tales como una etnografía de la hechicería escrita por un brujo, ni se trata tampoco de ser sistemáticamente ciego a las tonalidades distintivas de la experiencia del otro, obteniendo como saldo una etnografía de la hechicería escrita por un geómetra. Hay que lograr captar, en un vaivén dialéctico, el más local de los detalles y la más global de las estructuras, de manera de poner ambos frente a la vista simultáneamente. Hay que moverse, en suma, en torno de un círculo hermenéutico, pues entender la textura de la vida interior del nativo es más como captar un proverbio, cazar una alusión al vuelo o leer un poema, que como entrar verdaderamente en comunión con él.
En Blurred Genres, de 1980, donde continúa la saga que aquí se presenta, Geertz nos habla de una "refiguración del pensamiento social", un "viraje interpretativo" que ya se encuentra en marcha, y nos persuade de ello en esta frase majestuosa, colmada de alusiones: "Muchos científicos sociales —dice— se han apartado de un ideal explicativo de leyes y ejemplos, en beneficio de otro ideal de casos e interpretaciones, persiguiendo menos la clase de cosas que conecta planetas y péndulos y más la clase de vínculos que conecta crisantemos y espadas". Geertz, sin embargo, es lo suficientemente agudo como para intuir que ambos símiles no conllevan una disyuntiva insuperable ni imponen un desgarramiento fatal; en los mismos ensayos que aquí siguen se verá, por ejemplo, que no renuncia a asimilar las normas culturales a un programa de computadora, ni a parangonar el equilibrio vacilante de ciertas sociedades con el steady state de los sistémicos, ni a dejar entrever la afinidad secreta entre su concepción de la mente y la de los modernos psicólogos cognitivistas. La explicación interpretativa