Datos del libro
Autor: Sardos Albertini, Lino
ISBN: 5705547533428
Generado con: QualityEbook v0.66
EL MÁS ALLÁ EXISTE
L INO Sardos Albertini
Un testimonio excepcional rigurosamente documentado
Todos los hechos referidos en el presente volumen corresponden rigurosamente a la realidad, sin la más mínima alteración y están todos plenamente documentados.
NOTA DEL EDITOR
Queremos señalar que todos los derechos de autor de este libro, tanto de las ediciones italianas como de las de otros idiomas, han sido cedidas por Lino Sardos Albertini a una entidad con finalidades religiosas y culturales.
Consideramos también importante explicar que los mensajes de Andrea llegan todos sin puntuación, a excepción de los interrogantes cuando son imprescindibles. En esta edición en castellano se ha respetado, además, la que el autor ha aplicado para facilitar la comprensión del texto.
PRÓLOGO
P OR el Rvdo. Pasquale Magni
Teólogo. Epistólogo. Presidente de la Asociación Cultural «Acrópolis» de Roma. Director del «Studium Christi» de Roma. Vicepresidente del Centro Internacional de Comparación y Síntesis de Roma. Escritor. Ensayista. Ex-superior de la Compañía de San Pablo.
«CREDO UTINTELLIGAM»
«Estoy abierto a la Fe porque deseo comprender»
Cuando se habla de los riesgos de la Fe, en el contexto de la práctica religiosa, hay uno que suele quedar en el olvido. Se trata de la «pérdida de dimensiones». Un olvido que, bajo pretexto de «fidelidad a la letra», convirtió en miopes a no pocos teólogos contemporáneos de Galileo, hasta el punto de que sucedió lo que todos sabemos. Esta misma miopía la encontramos hace un siglo, prácticamente intacta, confrontada a la profundidad del fenómeno «vida». Hoy, sigue prevaleciendo frente a otro, que reclama, siempre de la vida, la profundidad «meta- histórica». Es decir, todo aquello que ultrapasa las dimensiones espacio-tiempo.
Los creyentes practicantes, que cada domingo concluyen su «Acto de Fe» con el maravilloso pentagrama que tiene en «La Vida después de la Vida» su fuego, su punto álgido, dicen: «Creo en la Vida Eterna». No obstante, cuando abandonan el recinto sagrado parece que con frecuencia olvidan todo cuanto han dicho.
Entre el acto de fe en la Vida Inmortal -la vida en sentido fuerte- y los hechos cotidianos, se interpone no un umbral de comunicación, sino un auténtico muro. Aquel velo del templo, que según los Evangelios se rasgó a la muerte de Cristo, se va reconstruyendo dentro de muchos, como una membrana, que nada tiene que ver con el tímpano, creada para comunicar a dos mundos distintos aunque no separados: el mundo exterior, sensorial por definición, y el de la interioridad, espiritual por constitución y en consecuencia inmortal.
La pérdida de las dimensiones de «lo alto y lo profundo», para utilizar una imagen estrictamente paulina, convierte en sordos, por no decir en obtusos, a muchos incrédulos y a no pocos creyentes.
La toma de contacto con este libro y con las vivencias que constituyen su esencia, provocará, seguramente, dos reacciones inmediatas y contrapuestas, análogas a las que provocaría una descarga eléctrica no bien definida: la reacción de aquel que, por temor, suelta inmediatamente el cable que le ha provocado la descarga y la de aquel que pide: «¡luz, más luz!».
A los miopes se les unen, generalmente, los timoratos. «No quiero correr riesgos», dirá siempre el buen positivista fiel al pentagrama de los sentidos. Pero, ¿cómo sobrevivir a nivel de tal pentagrama, si toda la ciencia moderna escribe hoy sus partituras por encima y por debajo de las cinco lineas clásicas?
«Yo no quiero correr riesgos», dirán la mujer y el hombre de fe, repitiendo fórmulas que son como piedras preciosas. Pero las piedras preciosas no son biodegradables en absoluto y, en consecuencia, se resisten a convertirse en procesos vitales.
Este movimiento circular, al que se refería Pablo VI al hablar de Evangelio y de cultura moderna, exige adoración, cierto, pero, al mismo tiempo, exige también comunión: como la Eucaristía, acto vital por excelencia.
El típico proceso vital del hombre «criatura de Dios», ¿no es tal vez la conjugación del conocimiento con el amor?
Este libro habla del amor de un padre que ha perdido a su hijo y no sabe ni donde ni como lo ha perdido.
Su búsqueda en pos de estos «donde» y «como» lo llevan a una dimensión que él ni tan sólo imaginaba. Lógicamente, creía en la Vida Eterna. Como todos los católicos practicantes repetía las palabras del «Credo». En tanto que director de Acción Católica de una ciudad fronteriza ayudaba a los demás a practicar obras de fe. Sin embargo, no imaginaba encontrarse en la frontera de la «vida después de la vida». Fue necesario que su hijo desapareciese en la noche, para que en su espíritu surgiera el alba.
Nosotros oyentes, lectores, nos encontramos ante un drama humano por el que nos dejamos subyugar. La emoción es como una ola de mar agitada por el viento. Vive unas modulaciones de frecuencia que son el signo de una participación directa. Cesa el viento, cede el impulso. Todo vuelve a la normalidad.
Pero el autor de este libro no nos pide compasión, nos pide participación: participación en una fe que se ha convertido en certidumbre. Su hijo vive, al otro lado de la frontera enteramente bordeada de alambre de espino que nosotros llamamos muerte. Ya no es un corazón lacerado que pide una gota de bálsamo para suavizar su herida. Es un corazón iluminado, como si la gota de bálsamo se hubiera transformado en torrente de luz, sentimiento que conocían muy bien los antiguos hombres de las catacumbas.
Será, dice el escéptico volviendo a la longitud de onda cotidiana, que a veces el amor paterno sabe realizar prodigios. ¿De dónde provienen los mensajes si no de su propio corazón, que ha sabido transformar el extremo punzante de la espina en capullo de rosa?
Nuestras explicaciones tienden a mantenerse autógenas. Pero este hombre insiste. Nos invita a considerar las circunstancias de este «encuentro» desde un plano muy distinto al inicialmente previsto, consolador según las «razones del corazón», o policíaco, de acuerdo con las costumbres culturales de la era de la televisión.
Pero el plano es otro. Estamos ante una existencia que se hace presente a través de una intervención mediúmnica, en otros tiempos llamada inspiración. La mano escribe de forma insólita. El médium transcribe mensajes que no parecen estar a nivel de sus conocimientos. ¿Así pues, de dónde proceden? El horizonte de las hipótesis se abre para ir más allá de las fronteras habituales y alcanzar el terreno que la metapsicología, ciencia, o como mínimo aspirante a ciencia, va investigando lentamente.
Paso a paso podremos llegar lejos.
Aquello que la fe proclama firmemente y que la «teología de las últimas cosas» denomina como «sobrevivencia» se revela ahora susceptible de renovada reflexión.
Es hora de pasar de la lactancia -a pesar de ser ésta una alimentación completa cuando se es niño, como nos recuerda el Apóstol Pablo- a una alimentación apropiada a la edad. Nuestra era, en este tema, es quizás la más privilegiada. La riqueza de los fenómenos y la delicadeza de los instrumentos utilizados para su exploración nos llevan a reconocer en la terminología «La Vida después de la Vida» algo más que la proyección transfiguradora de nuestras aspiraciones más profundas. Nos incita a descubrir el núcleo constitutivo del ser que, como tal, es inmortal.
La luz que llega a la existencia actual procedente de la «Transcendencia» final, ¿no es quizás el más alto valor de la escala logarítmica de todos los valores humanos?
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