Annotation
Evie O’Neill ha dejado su aburrido pueblo natal para vivir en la fascinante Nueva York, repleta de música, bares clandestinos, coristas y carteristas libertinos. El único inconveniente es que tiene que vivir con su tío Will, un hombre obsesionado con las fuerzas ocultas. La mayor preocupación de Evie es que alguien descubra su secreto: un extraño don que no le ha traído más que problemas. Sin embargo, cuando la policía encuentra a una chica asesinada marcada con un símbolo críptico y llaman a Will para ayudar, Evie se da cuenta de que su habilidad podría atrapar a un asesino.
Libba Bray
LOS ADIVINOS
FB2 Enhancer
Título original inglés: The Diviners
© Martha E. Bray, 2012.
© Traducción: Ana Isabel Sánchez, 2014.
© Edición digital: RBA Libros, S.A., 2104.
ISBN: 9788427207493
Para mi madre, nancy bray,
que me enseñó a amar la lectura con su ejemplo
¿Y qué bestia escabrosa, llegada al fin su hora, se arrastra hacia Belén para nacer? «La segunda venida», WILLIAM BUTLER YEATS
UNA NOCHE DE FINALES DE VERANO
En una mansión de una zona en boga en el Upper East Side de Manhattan, refulgen todas y cada una de las lámparas. Se está celebrando una fiesta, la última del verano. Fuera, en la terraza con vistas a las siluetas incandescentes de Manhattan, la orquesta disfruta de un muy merecido descanso. Son las diez y media. La fiesta lleva en marcha desde las ocho, y los invitados ya están aburridos. Las debutantes, vestidas a la moda con sus vestidos de gala de seda, languidecen hundidas en pequeños sillones de cuero, como petits fours glaseados que se derriten bajo el sol de julio. Un engreído estudiante de segundo año en Princeton quiere que sus amigos se acerquen con él al Greenwich Village, a un tugurio del que oyó hablar al amigo de un amigo.
La anfitriona, una jovencita hermosa y mimada, percibe la impaciencia de sus invitados con cierta sensación de alarma. Es su decimoctavo cumpleaños y, si no hace nada para que la fiesta se anime hasta que los muertos se levanten de sus tumbas, la comidilla de los próximos días será que su celebración fue tan aburrida como un festejo de la iglesia.
«Que los muertos se levanten de sus tumbas».
El fin de semana anterior la habían obligado a ir con su madre a comprar antigüedades al norte del estado, una actividad absolutamente odiosa hasta que se toparon con una vieja tabla de güija. Las tablas de güija están a la última; los médiums aseguran que reciben mensajes y advertencias provenientes del otro mundo utilizando la «tabla parlante» del señor Fuld. El vendedor de antigüedades le soltó a su madre una milonga acerca de que la tabla había llegado a sus manos en circunstancias misteriosas.
—Dicen que aún está poseída por espíritus traviesos. Pero tal vez usted y su hermana sean capaces de dominarla —le había dicho lisonjeándola en exceso; naturalmente, su madre había quedado encantada, por lo que terminó pagando demasiado por el objeto. Bueno, ella haría que el error de su madre la compensara en aquel momento.
La anfitriona se dirige a toda prisa hacia el armario del vestíbulo y le hace un gesto a la doncella.
—Sé buena y bájame eso.
La doncella coge la tabla al tiempo que sacude la cabeza.
—No debería juguetear con esta tabla, señorita.
—No seas tonta. Eso es una simpleza.
Con un veloz giro digno de una actriz del cine mudo, la anfitriona irrumpe en el salón de las grandes ocasiones con la tabla de güija entre las manos.
—¿Quién quiere comunicarse con los espíritus?
Suelta una risita para mostrar que no se lo toma en serio. Al fin y al cabo, es una chica absolutamente moderna... una flapper de los pies a la cabeza.
Las chicas languidecientes se levantan de un salto de sus sillones de cuero.
—¿Qué tienes ahí? ¿Es una tabla de espiritismo? —pregunta una de ellas.
—Sí, querida. Me la compró mi madre. Se supone que está encantada —contesta la anfitriona, y se echa a reír—. Bueno, yo no me lo creo, por supuesto. —La anfitriona coloca el puntero con forma de corazón en medio de la tabla—. Invoquemos un poco de diversión, ¿qué os parece?
Todo el mundo se reúne a su alrededor. George se sitúa justo a su lado. Es alumno de Yale, y de tercero. Muchas noches, la joven ha permanecido despierta en su habitación imaginando un futuro con él.
—¿Quién quiere comenzar? —pregunta, y coloca sus dedos cerca de los de George.
—Yo lo haré —anuncia un chico que luce un ridículo fez. La joven no se acuerda de su nombre, pero ha oído que tiene la costumbre de invitar a las chicas al asiento trasero de su coche para darse un buen banquete de arrumacos. El chico cierra los ojos y pone los dedos sobre el puntero—. Una pregunta para la eternidad: ¿está locamente enamorada de mí la dama que tengo a la derecha?
Las chicas sueltan grititos y los chicos ríen mientras el puntero forma con lentitud la palabra «S-Í».
—¡Mentiroso! —reprende la dama en cuestión al puntero en forma de corazón y con un oráculo de cristal transparente.
—No te resistas, querida. Podría ser tuyo a precio de ganga —afirma el chico.
Ahora se han levantado los ánimos, las preguntas se tornan cada vez más osadas. Están ebrios de ginebra, y de buenos ratos, y del estúpido entretenimiento de la adivinación.
—Venga, conjuremos a un espíritu de verdad —desafía George.
A la anfitriona se le forma un nudo de emoción e inquietud en el estómago. El vendedor de antigüedades la había prevenido precisamente contra aquello. Le advirtió que a los espíritus invocados también hay que devolverlos a su descanso rompiendo la conexión, despidiéndose de ellos. Pero el hombre buscaba sacarse un dinero con aquella historia y, además, estamos en 1926... ¿quién cree en hechizos y duendes cuando existen automóviles, y aviones, y el Cotton Club, y hombres como Jake Marlowe, que están llevando a Estados Unidos a lo más alto de la industria?
—No me digas que tienes miedo.
George esboza una sonrisa desdeñosa. Tiene una boca cruel que tan solo consigue hacerlo más deseable.
—¿Miedo de qué?
—¡De que nos quedemos sin ginebra! —exclama en broma el chico del fez, y todo el mundo rompe a reír.
George le susurra al oído con voz grave:
—Yo te mantendré a salvo.
Y le pone una mano sobre la espalda.
«¡Oh, sin duda esta es la noche más gloriosa de mi existencia!».
—¡Ahora invocamos al espíritu de esta güija para que atienda nuestra llamada y nos revele nuestra verdadera fortuna! —dice la anfitriona con una maravillosa entonación interrumpida por sus propias risitas—. ¡Debes obedecer, espíritu!
Se produce una pausa momentánea, y entonces el puntero comienza su lenta andadura para formar una palabra por el negro alfabeto gótico de la tabla rayada.
H-O-L-A.
—Ese es el espíritu —se burla alguien.
—¿Cómo te llamas, oh, gran espíritu? —insiste la anfitriona.
El puntero se mueve a toda prisa.
J-O-H-N-E-L-T-R-A-V-I-E-S-O.
George enarca una ceja con malicia.
—Eh, me gusta cómo suena eso. ¿Qué es lo que te hace tan travieso, viejo amigo?
Y-A-L-O-V-E-R-Á-S.
—¿Qué veré? ¿Qué estás tramando, oh, travieso?
Silencio.
—¡Quiero bailar! Vayamos a la parte alta, al Moonglow —farfulla una de las chicas, borracha y malhumorada—. ¿Cuándo vuelve a tocar la orquesta?
—Dentro de un minuto. No te pongas así —le dice la anfitriona con una sonrisa y una carcajada, pero ambas teñidas de advertencia—. Probemos con otra pregunta. ¿Tienes alguna profecía para nosotros, John el Travieso? ¿Alguna predicción?