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José Javier Esparza - Santiago y cierra, España

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José Javier Esparza Santiago y cierra, España
  • Libro:
    Santiago y cierra, España
  • Autor:
  • Editor:
    LA ESFERA DE LOS LIBROS, S.L.
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  • Año:
    2013
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Santiago y cierra, España: resumen, descripción y anotación

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José Javier Esparza

¡Santiago y cierra, España!

El nacimiento de una nación

Santiago y cierra España - image 1

Para Aurora, Alfredo, Yago , Ramiro, Juan, Clara y Arturo

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Introducción. Un lejano día del año 1212...

Hubo una vez algo que se llamó España. No fue en 1812 ni en 1492; fue mucho antes. Hispania nació como realidad histórica bajo las águilas de Roma. Fue el imperio romano el que creó Hispania, España, como una entidad singular. Después, esa Hispania se hizo cristiana. Más tarde, mediado el siglo v, el imperio romano estalló en mil pedazos. Entonces una elite política y guerrera venida del mundo germánico —los visigodos— heredó el poder de estas tierras. Con los godos, España sobrevivió al hundimiento de Roma y lo hizo como realidad histórica singular. Vinieron años difíciles y no siempre transparentes, pero sabemos lo que pasó: el reino godo de Toledo configuró una España independiente y promovió la unificación social, jurídica y religiosa del país. Al amanecer del siglo viii, España era el único país de Europa que conservaba la fisonomía heredada de Roma, y no solo la fisonomía, sino también el nombre: Hispania, España.

Todo eso cambió en el año 711. La elite goda que dominaba el reino entró en una de sus frecuentes guerras civiles. Uno de los bandos llamó en su socorro a un enigmático vecino que había alcanzado gran poder en el sur: los musulmanes del califato omeya de Damasco. Estos acudieron a la cita y decidieron la lucha en la batalla de Guadalete. No era la primera vez que una fuerza extranjera venía a echar una mano a alguno de los bandos godos. En esta ocasión, sin embargo, pasó algo inusual: una vez concluido el trabajo, los contratados no volvieron a su casa, sino que se quedaron aquí y se adueñaron del campo. Así empezó la dominación musulmana en España.

Las fuentes originales son bastante escuetas, pero es perfectamente posible reconstruir el camino de la conquista mora. La facción goda vencedora en aquella guerra civil no podía ver a los musulmanes como enemigos, sino que los consideraba sus aliados. ¿Acaso no lo eran? Pero, en el caos de la posguerra, los nuevos amos aprovechan para ocupar ciudades esenciales: Sevilla, Mérida, Zaragoza, Toledo... los grandes centros de la vieja Hispania. En unos lugares pactan con los poderes locales. El valle del Ebro, por ejemplo, queda bajo el control de una familia de la tierra, los Casio, islamizados como Banu Qasi; lo mismo ocurre en Levante, donde el potentado Teodomiro se islamiza como Tudmir. En otros sitios, como las grandes ciudades hispanorromanas, el pacto permitió mantener ciertas libertades formales.

El procedimiento era sencillo: si te conviertes al islam y reconoces la soberanía del califa, conservarás tu poder y tus propiedades. Es difícil saber cuántos oligarcas de la España goda siguieron ese camino, pero debieron de ser muchísimos a juzgar por la frecuencia con la que después encontraremos poderosas familias musulmanas de origen cristiano. En cuanto al pueblo llano, ¿qué novedad había? Aparentemente, ninguna. Después de todo, lo mismo habían hecho antes los propios godos. Podemos imaginar que para la población autóctona aquello no fue una gran novedad: sencillamente, una elite sustituía a otra en el poder.

Ahora bien, esta nueva elite mora no era como las anteriores. Antes, con los godos, la mayor parte de la población pudo continuar su vida como siempre había sido. Pero ahora, con los musulmanes, las cosas cambiaban: aquella gente traía otro idioma, otra religión, otras leyes. Quien no entrara por el aro quedaba convertido en ciudadano de segunda. Los que se convertían al islam —los muladíes— podían prosperar. Pero los que querían seguir siendo cristianos —los mozárabes— quedaban obligados a pagar un impuesto suplementario para mantener su fe. A medida que el islam se hacía más rígido, con la entrada de la escuela malikí, andando el siglo viii , la vieja Hispania empezó a cambiar rápidamente de piel. Lo que iba naciendo, Al-Ándalus, ya no se reconocía en los cimientos romanos y cristianos de estas tierras. La España histórica estuvo a punto de desaparecer.

¿Por qué no desapareció? La leyenda y la historia, entremezcladas, nos han legado un relato: la resistencia de un puñado de astures e hispanogodos en las ásperas montañas de los Picos de Europa, el momento cumbre de Covadonga, el caudillaje de Pelayo, el nacimiento del reino de Asturias... Los musulmanes se retiran de la cornisa cantábrica. Acto seguido, las pertinaces disputas entre árabes y bereberes, que nunca iban a cesar en la España mora, provocan el abandono de las posiciones islámicas al norte del Duero. Los monarcas asturianos aprovechan la situación para consolidar un reino que se extiende desde Galicia hasta las montañas vascongadas. Al mismo tiempo, en los Pirineos, el emperador franco Carlomagno establece una barrera natural para defenderse de los musulmanes: es la Marca Hispánica, en cuya estela nacen sucesivamente el reino de Navarra, los condados catalanes y el condado de Aragón. Un siglo después de la conquista mora, en el norte de España existe una Hispania cristiana que lucha desesperadamente por sobrevivir.

El paisaje de esos siglos, entre 711 y 910, es estremecedor. La España cristiana era el mundo pobre, encajonado en una geografía cerrada y con recursos muy limitados; por el contrario, la España mora se extendía sobre las áreas más ricas y fértiles de la península. Con la tenacidad de la desesperación —y desesperación es la palabra adecuada para definir estos siglos—, los cristianos del norte pugnan por arañar territorios al otro lado de las montañas, lo mismo en el Cantábrico que en el Pirineo. Las crónicas nos han dejado conocer algunas historias asombrosas: la de Lebato y Muniadona, los primeros colonos de Castilla, y sus hijos Vítulo y Ervigio; la del valeroso Purello en León, la de los colonos de Brañosera —el primer municipio de la historia de España— o la de los campesinos asesinados y emparedados en la aragonesa cueva de la Foradada. En realidad fue esa gente, campesinos armados, la que hizo brotar la Reconquista.

Pero no bastaba con que unos hombres lucharan desesperadamente por sobrevivir. Además era preciso que esa lucha cobrara sentido histórico, que se inscribiera de manera consciente y expresa en un linaje histórico y en una identidad. Esa fue la obra de Alfonso III el Magno, el rey con el que la corona asturiana se convierte en reino de León. La Crónica de Alfonso III formula de manera consciente lo que hasta ese momento solo era una convicción latente, a saber: la España cristiana de Asturias es la heredera directa del reino godo de Toledo y, por tanto, le corresponde el derecho a reconquistar toda la península para devolverla de nuevo a la cruz. La historia nunca se mueve si no la impulsa el motor de las ideas, y esa idea, la de la Reconquista de la España perdida, dio un sentido concreto y transparente a la lucha de los cristianos españoles por su supervivencia. Gracias a esa idea, la vieja Hispania romana, cristiana y goda no desapareció. Esa es la prodigiosa epopeya que hemos contado en La gran aventura del Reino de Asturias (La Esfera de los Libros, 2009).

Lo que pasó después lo hemos narrado en un segundo volumen también publicado por La Esfera de los Libros: Moros y Cristianos. La gran aventura de la España medieval , y puede resumirse de esta manera: en la España cristiana, pobre pero pujante, nacen cinco reinos que luchan por asentarse. De la vieja matriz asturiana nacen León, Portugal y Castilla. En el Pirineo, Navarra desaparece para volver a aparecer, mientras, en Aragón, la corona se funde con el condado de Barcelona —y eso será la Corona de Aragón—. Estos cinco reinos encarnan intereses propios y singulares, y con frecuencia los veremos envueltos en conflictos interminables, pero, en el plano histórico, hay algo que los une a todos incluso por encima de su voluntad: la afirmación de la cultura cristiana frente al enemigo africano. Porque en la España mora, en ese mismo lapso de tiempo, se ha producido un hecho fundamental: el califato de Córdoba estalla y dos invasiones africanas sucesivas —almorávides y almohades— intentan perpetuar el poder islámico bajo un impulso que ya no es el de la España andalusí, sino el de la África musulmana.

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