José Javier Esparza - Moros y cristianos
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- Libro:Moros y cristianos
- Autor:
- Editor:ePubLibre
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- Año:2011
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Moros y cristianos: resumen, descripción y anotación
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ste libro es una síntesis de tres siglos de historia. Tres siglos, por otra parte, abundantemente examinados por la historiografía. Por tanto, sus páginas beben en multitud de fuentes que sería ímprobo citar de manera exhaustiva. Ofrecer aquí una selección sería marginar injustamente a buena parte de los autores. No obstante, y para quien quiera saber más, es oportuno mencionar las más relevantes de esas fuentes. Allá van.
A modo de guía general, proponemos al lector dos obras fundamentales: la Historia de España antigua y media de Luis Suárez Fernández (Rialp, Madrid, 1976) y la Historia de España de la Edad Media coordinada por Vicente A. Álvarez Palenzuela (Ariel, Barcelona, 2002). Por citar un clásico imprescindible, sigue siendo obligatorio leer La España del Cid de Ramón Menéndez Pidal (Espasa-Calpe, sexta edición en 1967), por más que lleve siendo criticado desde su aparición en 1929.Y para la España mora, otro clásico: la Historia de la España musulmana de Ángel González Palencia (la edición más reciente es la de Maxtor, Valladolid, 2005). Una guía preciosa para ver la evolución de Al-Ándalus en este periodo es el volumen de María Jesús Viguera Los Reinos de Taifas y las invasiones magrebíes (RBA, Barcelona, 2007). Como herramienta complementaria, y para orientarse en la selva cronológica, siempre es de gran utilidad el Atlas Histórico de España (Istmo, Madrid, 2000), en este caso el primer volumen, coordinado por Enrique Martínez Ruiz y Consuelo Maqueda.
Por reinos, en el caso de Castilla y de León es muy recomendable el volumen de Francisco García Fitz Relaciones políticas y guerra: la experiencia castellano-leonesa frente al islam (Universidad de Sevilla, 2002). Del mismo modo, y en lo que concierne a Aragón, es imprescindible la Historia de Aragón de Antonio Ubieto Arteta (Anubar, Zaragoza, 1981). Otro clásico, ahora para Navarra: la Historia política del reino de Navarra de José María Lacarra (ed. Caja de Ahorros de Navarra, Pamplona, 1972).Y en cuanto a Galicia, es muy interesante leer Galicia feudal, de Victoria Armesto (Galaxia, Vigo, 1969). Insistimos en que se trata de recomendaciones entre otras posibles.
Para examinar aspectos concretos o épocas determinadas de este lapso histórico, señalamos a continuación algunas de las obras empleadas. Para un personaje decisivo como Sancho el Mayor, puede consultarse con provecho la obra de Gonzalo Martínez Díez Sancho III el Mayor: rey de Pamplona, Rex Ibericus (Marcial Pons, Madrid, 2007). José María Mínguez ha examinado el León medieval en Alfonso VI: poder, expansión y reorganización interior (Nerea, Hondarribia, 2000). Para la Castilla de entre los siglos XII y XIII, sigue siendo una fuente inagotable el volumen coordinado por julio González El Reino de Castilla en la época de Alfonso VIII (CSIC, Madrid, 1960).Y sobre este mismo rey, véase Gonzalo Martínez Díez: Alfonso VIII (La Olmeda, Burgos, 1995).
Este libro se ha nutrido además de numerosísimos estudios universitarios de ámbito parcial, algunos integrados luego en volúmenes generales, otros no. Citamos algunos de ellos. Para la represión almorávide, es muy interesante leer el estudio de Delfina Serrano «Dos fatwas sobre la expulsión de mozárabes al Magreb en 1126» (en Anaquel de Estudios Árabes, 1991, vol. 2, Universidad Complutense, pp. 163-182). Para el espíritu cruzado que se adueñó del Aragón inicial, hay que acudir al estudio de Ángel Canelas López «Las cruzadas de Aragón en el siglo XII» (en Argensola, Revista de Ciencias Sociales del Instituto de Estudios Altoaragoneses, 7, 1951, pp. 217-228). Sin salir de Aragón, hay un bonito estudio sobre «La batalla de Cutanda» en pluma de Alberto Cañada Juste en la revista Xiloca, 20, 1997, pp. 37-47.Y para una figura tan sugestiva como la del Rey Lobo, véase el estudio de Ignacio González Cavero «Una revisión de la figura de Ibn Mardanish. Su alianza con el Reino de Castilla y la oposición a los almohades», en Miscelánea Medieval Marciana, XXXI, 2007, pp. 95-110. Por cierto que sobre Ibn Mardanish hay una novela, aunque discutible, muy estimulante: Rey Lobo, de Juan Eslava (Planeta, Barcelona, 2010).
Y pedimos perdón a todos los autores cuyas páginas hemos consultado y no han quedado reflejados aquí.
ESPÍRITU DE RECONQUISTA
¿Y quién era este Ramiro II que acudía en socorro de la capital del Tajo? No era un rey cualquiera, Ramiro. Ojo a este caballero, porque va a ser el último gran rey de su estirpe y uno de los más señeros de la España cristiana. Pasará a la historia como El Grande, y con razón, por su energía y su talento estratégico. Sus enemigos musulmanes le llamarán «el Diablo» por su ferocidad en el combate. La Crónica de Sampiro dice de él que «no sabía descansar»: labori nescius cedere, casi las mismas palabras que las crónicas dedican a su padre, el rey Ordoño. El hecho es que con este incansable Ramiro, que reinará veinte años, León iba a conocer su momento de máximo esplendor. Pero ¿de dónde había salido Ramiro II?
Retrocedamos un poco. Vayamos al año 910. Es la fecha en la que el último gran rey de Asturias, Alfonso III el Magno, es obligado a abdicar por sus hijos. El reino, ya de León, se divide. Los hijos de Alfonso se reparten los territorios: García se queda con León; Ordoño, con Galicia y Portugal; Fruela, con Asturias. Nuestro Ramiro es hijo de Ordoño, el que se ha quedado con Galicia. En aquel momento es un mozalbete de doce años. En 914, García muere y Ordoño pasa a unificar de nuevo todos los territorios. Ordoño II, que asestó golpes decisivos a los musulmanes, reinará diez años. A su muerte estalla una guerra civil en Asturias: los hijos de Ordoño reclaman el trono, pero Fruela, el otro hermano del rey muerto, hace valer sus derechos y toma la corona. Y este Fruela, a su vez, muere de lepra al año siguiente —estamos ya en 925—, de manera que el conflicto se reproduce, ahora entre el hijo de Fruela —Alfonso Froilaz, el jorobado— y los hijos de Ordoño; entre ellos, Ramiro.
Fue un triste periodo para la corona leonesa. Ordoño había tenido seis hijos, de los cuales tres pelearán por la corona: Sancho, Alfonso y nuestro Ramiro. Cuando los hermanos Ordóñez —que así se les llamaba— consiguieron eliminar la oposición del hijo de Fruela, el paisaje quedó bastante despejado: Alfonso (IV) era coronado rey de León, lo cual incluía los territorios de Castilla y Asturias; Sancho ocupaba la corona de Galicia y a Ramiro le correspondía reinar en Portugal, entre los ríos Miño y Mondego. Los tres eran reyes, pero la primacía jerárquica correspondía al de León, es decir, a Alfonso.
Y esa partición en reinos, ¿no implicaba una fragmentación del territorio, un debilitamiento político de la corona? No. En León había empezado a ocurrir desde los tiempos de Alfonso III algo muy importante, y es que va tomando forma la idea imperial: varios reinos unidos bajo un solo imperium. El modelo es, evidentemente, el del viejo Imperio carolingio de los francos, proclamado a su vez heredero de Roma: el rey, convertido en emperador, reparte el territorio entre sus hijos, que actúan como reyes cada cual en su parcela. Para la ideología de la Reconquista significa un decisivo paso adelante. Desde finales del siglo VIII, Asturias había empezado a verse como heredera natural del viejo reino godo, lo cual la legitimaba para reclamar el primer puesto entre los reinos de Hispania. Ahora, la idea imperial completaba la teoría: Asturias, metamorfoseada en Reino de León, no sólo reclamaba la herencia goda y la primogenitura entre los reinos cristianos, sino que además podía reivindicar el liderazgo de todos los territorios hispanos y, ojo, eso incluía también a los territorios sometidos al islam. Ésa es la trascendencia de la idea imperial leonesa.
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