E L HEREDERO
DE T ARTESSOS
Arturo Gonzalo Aizpiri
P RÓLOGO DE UN LECTOR ASOMBRADO
Tal vez no resulte razonable, ni cortés, comenzar el prólogo de una novela histórica diciendo que no soy lector habitual de este género literario, tan pujante en nuestro país. Pero así es. Por mi condición profesional de arqueólogo e historiador paso la mayor parte de mi tiempo trabajando en estudios históricos, así que suelo emplear mis ratos libres en otras lecturas de ficción.
Siendo así, el lector se preguntará el porqué de este prólogo e, incluso, por los méritos de este prologuista. Debo señalar que son numerosas las afinidades que me unen al autor, y, singularmente, una de ellas es el interés por el medio ambiente. En efecto, Arturo Gonzalo Aizpiri ha sido uno de nuestros más comprometidos y eficaces gestores, tanto en la Comunidad de Madrid como en el gobierno español, de los asuntos medioambientales. Ambos hemos tenido ocasión de colaborar en proyectos como la defensa del valle del Lozoya frente al intento, finalmente frustrado, de atravesarlo en superficie por la línea férrea del AVE Madrid-Valladolid.
Por eso no me llamó la atención que quisiera visitar las excavaciones arqueo-paleontológicas que, junto a los catedráticos Juan Luis Arsuaga y Alfredo Pérez-González, dirijo en Pinilla del Valle, en la sierra madrileña. Fue en el curso de esa visita cuando descubrimos nuestro común interés por los pueblos celtibéricos, y cuando Arturo me explicó el proyecto de su novela y recabó mi opinión. Debo decir que Arturo también se interesó por conocer a Dionisio Álvarez, un magnífico ilustrador, habitual colaborador mío, que tristemente murió pocas semanas después. Me congratula que la portada de este libro incluya un homenaje a Dionisio.
Inicié la lectura más atento al gazapo histórico o arqueológico que a la propia trama, pues pensé que se requería de mí más como supervisor arqueológico que como crítico literario, y pronto me vi sorprendido por la abundante documentación histórica y las fuentes clásicas que Arturo Gonzalo Aizpiri ha tenido que manejar para encajar los sucesos en la Iberia prerromana. Los hechos históricos, el paisaje natural y antropizado, las costumbres de nuestros antepasados, todo está perfectamente aquilatado y no hay errores en la reconstrucción de las diferentes escenas. Visto con los ojos de un arqueólogo, esto resulta muy llamativo y meritorio.
Reconstruir el pasado de una forma veraz es el objetivo principal de los historiadores. Los arqueólogos nos centramos en la vida cotidiana de los humanos, con especial énfasis en su evolución tecnológica. La llamada nueva arqueología y también la arqueología postprocesual se centran en la reconstrucción de la vida humana intentando descifrar algo que no fosiliza, pero sí deja huella, como son los sentimiento de las personas.
Me viene a la memoria mi primera colaboración en un yacimiento paleolítico, en la cueva de Tito Bustillo (Ribadesella, Asturias, 1977). El director de aquella excavación, el catedrático Alfonso Moure, me decía, mientras excavábamos un hogar magdaleniense, que nuestro objetivo no era tanto saber cómo era aquel hogar, sino qué pasó en él, para así poder reconstruir la vida diaria de un magdaleniense. No puedo estar más de acuerdo con aquella idea. Descubrir los sentimientos y aun los sueños de nuestros antepasados es la utopía de cualquier arqueólogo. Pero no es fácil. A veces el temor a la crítica nos lleva a ser excesivamente cautos e incluso pusilánimes. Solo algunos más valientes, a veces temerarios, se atreven a emitir propuestas no demostradas con evidencias científicas pero que nos abren nuevos caminos para la investigación. Y en ocasiones son aficionados o literatos quienes, sin temor a la crítica disciplinar, nos proponen alternativas no exploradas.
Esto es lo que me ha sucedido con la novela que tienes entre las manos, amable lector. Como he dicho, las primeras páginas las leí con ojos de arqueólogo, pero esa actitud tornó a las pocas páginas. Rápidamente los personajes, sus relaciones, sentimientos y sueños me atrajeron mucho más que los aspectos formales. La novela está muy bien escrita, pero lo que me cautivaba era la fuerza de las escenas. Y por mis trabajos en los yacimientos celtibéricos de Numancia y Tiermes en Soria, y el Llano de la Horca en la localidad madrileña de Santorcaz, he tenido la ocasión de recrear numerosas escenas de este mundo prerromano.
Conocer el comportamiento de los diferentes pueblos que habitan la meseta ibérica cuando llegan a ella cartagineses y romanos es uno de los temas más atractivos, en mi opinión, de la arqueología española. Desde que el historiador alemán Adolf Schulten recopilara las Fontes hispaniae antiquae (que continúan el trabajo previo de Miguel Cortés y López en su Diccionario geográfico-histórico de la España Antigua , publicado en 1835 y 1836), todos cuantos hemos bebido en ellas hemos precisado contrastarlas con la información arqueológica de los yacimientos. En los años sesenta combinábamos la lectura de La Península Ibérica en los comienzos de su historia , de García-Bellido, con Los pueblos de España , de Caro Baroja, para tener una visión de conjunto. A finales del siglo pasado muchos autores, como Almagro Gorbea, Bendala, Burillo, Arturo Ruiz o Ruiz-Zapatero, escriben síntesis que combinan y contrastan las fuentes escritas con las arqueológicas. Y cada cierto tiempo aparecen manuales que actualizan nuestros conocimientos. Me atrevo a recomendar el más reciente de ellos, De Iberia a Hispania , coordinado por Francisco Gracia Álamo y editado a finales del 2008, para completar la bibliografía que Gonzalo Aizpiri incluye al final de su novela.
En este, la narración está centrada en el enfrentamiento entre las tropas de Aníbal y los indígenas del interior de la península ibérica. Sobre estos, la denominación de celtíberos tal vez sea la más adecuada, pero dependiendo de a qué autores sigamos, la Celtiberia incluirá o no a grupos como ólcades y vettones (además, siempre, de arévacos, pelendones, belos, tittos y lusones), y las fronteras inestables entre ellos se situarán en un punto u otro.
La resistencia indígena frente al cartaginés invasor no solo es el telón de fondo del relato, sino algo, en mi opinión, mucho más importante: la expresión de los más nobles sentimientos. En una sociedad como la nuestra, en la que los llamados valores son tan poco valorados, cabe tomar esta novela como una invitación a compartir sentimientos como la amistad, la lealtad, la generosidad, el compromiso, la honradez, el respeto a la naturaleza.
Recibamos, pues, esta primera novela de Arturo Gonzalo Aizpiri como una invitación a reflexionar sobre la evolución de la condición humana y, si aún es tiempo, a recuperar lo mejor de nosotros mismos.
Enrique BAQUEDANO .
Arqueólogo.
Director del Museo Arqueológico Regional
de la Comunidad de Madrid.
A Ángela, por no dejar de inspirarme nuevos
sueños y recorrer media España conmigo tras los
pasos de Gerión y de Anglea. La vida a tu lado es
la aventura más hermosa que se pueda imaginar.
A GRADECIMIENTOS
Cuando uno tarda cuatro largos años en escribir su primera novela corre el riesgo de que quienes lo rodean acaben por perder la fe o la paciencia, o ambas cosas. Si no ha sido así es porque Ángela, mis hijos Lara y Víctor, mis padres y hermanos, y ese grupo de maravillosos canallas que tengo por amigos, son incondicionales en el amor y la indulgencia. A todos os estoy inmensamente agradecido por esto y, sobre todo, por todo lo demás.
Algunos de ellos, además, leyeron el manuscrito y me hicieron observaciones y comentarios muy valiosos. Gracias, por ello, a mi padre, Ángela y Lara, Jaime y Elena, Javier, Julio, Ángel y Maena, Gema y Juan, Aurora y Alejandro. Juan Pedro de Gaspar dedicó su inmenso talento y muchas horas de su tiempo a que esta novela tuviera un diseño gráfico que me parece insuperable; mi gratitud hacia él no tiene límite. Su portada incluye, a modo de homenaje, un pequeño fragmento de un trabajo de Dionisio Álvarez Cueto, uno de los grandes nombres de la ilustración histórica española, recientemente fallecido. Gracias también a Enrique Baquedano; es todo un honor haber contado con su sabiduría y amistad. Y, cómo no, a Alberto Santos, mi editor y amigo, a quien corresponde una gran parte del mérito de que este proyecto se haya convertido en realidad.
Página siguiente