Juan Antonio Monroy
En un cruce de caminos
© 2011 Juan Antonio Monroy
1ª Edición 2010
2ª Edición 2011
Publicado en Nashville, Tennessee, Estados Unidos de América.
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ISBN: 978-84-92726-69-1
Impreso en Estados Unidos de América
Índice
Estamos viviendo una época de mucho ir y venir de ideas y sistemas que producen corrientes superficiales y contrarias. Para muchos adultos, lo nuevo no merece la pena de ser considerado. Viven en el recuerdo y la nostalgia. Estiman que sólo lo viejo es verdadero y bueno. De ideas fijas, no se sienten afectados por los cambios ocurridos en la sociedad que les rodea.
Pero aquí están los jóvenes del siglo XXI. Son mil quinientos millones de hombres y mujeres entre quince y veinticinco años. Aquí están, con una energía que quiere arrasarlo todo. Tienen prisa por ocupar los primeros planos en la sociedad, una sociedad poco amable, que en lugar de abrir caminos levanta muros para que las nuevas generaciones no rompan y desborden sus esquemas.
Esto es malo. Pero peor aún es no querer ver a una nueva generación de jóvenes que desea abrirse paso, que crece más sola que nunca en el camino de la vida, que se siente profundamente insegura y desconfiada. Chicos y chicas con una tremenda necesidad de ser amados y escuchados. Jóvenes que se enfrentan a un futuro incierto, en un mercado de trabajo con salarios mínimos, empleos precarios, viviendas a precios inalcanzables.
Son motivos suficientes para que en edades más adultas aparezcan serios problemas. Según Javier Elzo, catedrático de Sociología de la Universidad de Deusto, en el País Vasco, ha aumentado el número de jóvenes que a partir de los veinte años acude a su Centro de Salud con cuadros de ansiedad, estrés y depresión por sus inseguridades, porque no ven futuro en su trabajo o porque siguen viviendo en casa de sus padres. “Les hemos enseñado –dice Elzo- que ser joven significa consumir, gastar, disfrutar y no molestar a los adultos. La sociedad adulta no les ofrece nada, pero tampoco les exige”.
En el plano espiritual existe una disminución considerable de la práctica religiosa. La rebelión juvenil en este principio de siglo ha llegado también a las religiones. Cuando los jóvenes hablan, discuten y objetan sobre religión se refieren casi siempre a una religión concreta; raras veces entienden por religión el comportamiento humano en relación con Dios.
Jóvenes que han crecido en las Escuelas Dominicales de las iglesias evangélicas abandonan la fe apenas cruzada la adolescencia. Adoptan una actitud de disconformidad cuya primera impresión es antipatía hacia el culto dominical. Se establecen dos frentes en las congregaciones. Por una parte el pastor, que defiende a la iglesia y sus creencias y por otra parte los jóvenes disconformes, que se defienden o atacan.
El motivo de este rechazo puede ser doble: o niegan todo hecho religioso, por lo que niegan la vida de iglesia, o bien conciben el hecho religioso de tal forma que se vuelven inútiles o molestos en las congregaciones locales.
La lucha que mantienen los pastores con los jóvenes de sus iglesias es hacerles comprender la gran diferencia que existe entre creencia y experiencia. Creer, creen –no todos-, pero no dan señales de una vida transformada por Cristo. Sin haber llegado a lo segundo, lo primero vale poco. Seguir a Cristo y practicar sus enseñanzas es antes que la pertenencia nominal a una iglesia determinada.
En 1974 publiqué un libro sobre temas juveniles al que titulé Inquieta Juventud. Circuló ampliamente en España y en Hispanoamérica. Regreso ahora con una nueva obra de parecida temática.
En un cruce de caminos es el título del primer capítulo, que le da nombre al libro. En él trato una amplia gama de asuntos relacionados con el mundo de los jóvenes: la sociedad hostil en la que viven; su presente y su futuro; el ideal; el testimonio cristiano; el uso del tiempo; la felicidad, los padres, la familia; los grandes peligros de la droga; el joven y Cristo; y el cultivo de la vida espiritual.
Mi trabajo aquí no intenta ser exhaustivo. Es una aproximación a un tema que preocupa por igual a la iglesia de nuestros días y a la sociedad. Me ha permitido adentrarme por determinados caminos y exponer una serie de ideas que pueden constituir pistas para orientarnos en la difícil tarea de encender un semáforo rojo a jóvenes en peligro, otro semáforo ámbar a ritmo intermitente para alertar a nuestros jóvenes cristianos de los riesgos que supone cruzar la línea entre la iglesia y el resto de la sociedad y, al fin, prender la luz verde de la libertad y la esperanza para aquellos que circulan confiados por los senderos de la fe en Cristo Jesús.
Juan Antonio Monroy,
San Fernando de Henares (Madrid),
Primavera de 2009.
I
EN UN CRUCE DE CAMINOS
Existe la juventud como un estado de espíritu, como pretensión, como un hecho social. Pero la juventud siempre ha sido una edad.
Es una de las cuatro estaciones en la vida del ser humano: ocurre después la infancia y antes de la edad adulta y la vejez. Al mismo tiempo, también se divide en etapas: la pubertad, hasta los trece años y la adolescencia, de catorce a dieciséis. Los norteamericanos definen la adolescencia desde los diez a los diecinueve años. Es la edad de los teenagers, de la decena. Antes, en España a los chicos de diecisiete a veinte años se les llamaba mozos o mozas. Pero actualmente para los jóvenes no hay una edad definida. En términos sociológicos, el joven es el que está entre los veinte y los veinticinco años, aunque algunos lo amplían hasta los treinta.
Según un informe de la UNESCO, el mundo de hoy tiene siete mil millones de habitantes. De estos, mil quinientos son jóvenes comprendidos entre los quince y veinticinco años.
EN LA ENCRUCIJADA
¿Qué es un cruce de caminos, una encrucijada? Cuando los jóvenes no tienen ideas claras sobre qué camino han de seguir.
Dos jóvenes se encuentran en la calle. Uno pregunta: “¿Adónde vas?”. “A ninguna parte”, responde el otro. Y el primero responde: “Pues entonces voy contigo”.
Este diálogo, que pone de manifiesto el drama de una juventud sin futuro, es estremecedor. Cuando los jóvenes no saben adónde ir, se quedan estancados en el pantano de la vida. Cuando no hay un sol que ilumina el camino y señala los pasos hacia el futuro, el panorama es desolador.
La vida hay que vivirla con significado, con propósitos definidos. Mirando hacia adelante.
Tolstoi nos cuenta la historia de un vagabundo que solía dormir en cualquier cruce de caminos. A la mañana siguiente sacaba el pañuelo y tomaba el camino que le indicaba la dirección del viento. Vivir en un cruce de caminos es no saber qué rumbo seguir en la vida.
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