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PRÓLOGO
Jane Wilde Hawking, dijo: “Cuando luchamos contra el destino, solo las cuestiones universales —vida, supervivencia y muerte— tienen importancia”. La pregunta que debemos responder con mayor urgencia es si al enfrentar su autodestrucción, la especie humana será lo suficientemente sabia para modificar su destino y renunciar al ruinoso paradigma actual en el que se trata de consolidar un imperio mundial y los conflictos políticos se resuelven a través de la guerra, o si sustituirá dicho paradigma con un ejemplo moral que al mismo tiempo sea la inspiración de la imaginación y la esperanza del Hombre.
Hablo del ejemplo de grandes visionarios como el cardenal Nicolás de Cusa, Leonardo da Vinci, Johannes Kepler, Gottfried Wilhelm Leibniz, Simón Bolívar “el Libertador”, el presidente Benito Juárez García o Gandhi; personajes que inspiraron a la población con su legado, ejemplos de la cualidad imperecedera de logro que va más allá de la muerte del sujeto. Si el liderazgo es moral, la población desarrollará de inmediato conciencia suficiente para rechazar el mal y tratar de alcanzar su propia perfección y la de todo lo demás.
No será fácil ejercer este cambio. No es sencillo, si lo fuera, todos lo harían. ¡Pero es nuestro mundo! No debemos permitir que el estado actual de los asuntos mundiales deprima a la humanidad de manera colectiva. No podemos permitir que esto nos destruya. Hagamos una promesa solemne: preparémonos mejor para enfrentar los cataclismos globales con dignidad, determinación inquebrantable y fortaleza.
¡Debemos hacer una declaración de principios! ¡Esto es lo que somos! ¡Esto es lo que representamos! Defenderemos hasta el final nuestro presente y nuestro futuro, nuestro hogar planetario, el futuro de nuestros hijos y nietos. Defenderemos el derecho a vivir en paz, a sentirnos protegidos en nuestros hogares, en las calles, las ciudades y en nuestros respectivos países. Defenderemos el derecho a educar a nuestros niños y a fundamentar esa educación con ejemplos de héroes, no de pedófilos, asesinos, traficantes de drogas, degenerados y sádicos. Necesitamos creer en algo. Anhelar algo mejor. Necesitamos trabajar con libertad e inspiración para mejorar la vida de todos, en cada kilómetro cuadrado de espacio que haya en la naturaleza. Si no actuamos con sabiduría, si no tenemos una ideología, si carecemos de conocimiento científico y técnico, no podremos construir un mundo mejor.
Necesitamos restaurar la noción de que, como humanidad, pertenecemos al vasto universo que nos rodea; necesitamos restaurar la misión humana y dirigirla hacia una existencia mejor y más fraternal que asuma su responsabilidad por el resto de las especies. Debemos trabajar incansable y resolutamente en la construcción del futuro de la humanidad, incluso si morimos mucho antes de cumplir nuestra misión.
La naturaleza humana es sinónimo de la búsqueda de la excelencia. Los humanos queremos dejar algo para la próxima generación o la que le siga, algo para probar que existimos, para mostrar lo que hicimos con nuestro tiempo en el planeta Tierra. Con este mismo impulso se construyeron las catedrales, las pirámides, la Gran Muralla China y muchas otras cosas que hemos creado como humanidad a lo largo de nuestra existencia.
Solo cuando hacemos las cosas por la más verdadera de las razones, por las razones que benefician a la humanidad, podemos tener los logros más significativos. El verdadero motivo por el que elegimos ir a la Luna, como dijo John F. Kennedy, no fue porque sería sencillo, sino porque sería difícil.
Por último, me gustaría decir que somos el futuro. Lo sé porque la chispa divina de la razón nos hace únicos. Los miembros de la oligarquía podrán poseer una riqueza multimillonaria, pero jamás serán inmortales porque actúan contra los intereses de la humanidad. Nosotros, en cambio, podemos lograr la inmortalidad haciendo algo extraordinario: pensar y trabajar en nombre del bien común.
Dicen que ningún hombre es mejor de lo que su conversación deja entrever, que ningún político es capaz de superar sus discursos. No obstante, hemos llegado a un momento en que la incongruencia está poniendo en peligro el destino de la humanidad. La idea, la palabra y la acción son unidades indispensables de las sociedades con un pensamiento progresivo, y son algo que debemos preservar si es que deseamos superar la fugaz existencia individual y pensar en “el terreno colectivo de la palabra nosotros”, como escribió Enrique González Rojo.
A pesar de que a nuestro alrededor se están formando nubes densas y oscuras, yo miro al futuro y veo razones para tener esperanza. “Estar cerca de una montaña majestuosa es una bendición mezclada —señaló Edward Said—. Uno percibe a la vez la magnanimidad de sus pasturas y la abundancia de sus pendientes”, y sin embargo, nunca se puede ver dónde se está sentado: ¿a la sombra de cuál grandeza?, ¿en el acogedor confort de cuál certeza? Pero sí, hay esperanza.
INTRODUCCIÓN
Treinta y uno de diciembre de 2019. La noche anterior al año nuevo. Momento de grandes expectativas, de grandes cambios y grandes incertidumbres. Pocos podían sospechar que estábamos ante los cambios más grandes de los últimos 350 años. A mediados de marzo de 2020, se hizo evidente que estábamos ante un momento clave de la historia del mundo. Con la pandemia de COVID -19 la diplomacia se terminó, y la realidad y los riesgos de una crisis sistémica mundial se situaron en el centro de atención inmediato e inevitable de un mundo que ha elegido, en su mayoría, no saber lo que está en juego.
Por ahora, esta guerra no se librará con balas y bombas. Es una guerra económica, una guerra de recursos humanos, una guerra entre naciones y sus sucedáneos, una guerra entre sociedades secretas y la humanidad. Nosotros contra ellos. Casi 8 000 millones de personas contra un puñado de individuos, los más poderosos y despiadados del mundo.
Mientras tanto, nuestra civilización ha llegado a un punto de no retorno. Y al cruzar esas puertas, la pandemia de COVID -19 conjuntamente con el descalabro económico, político y social ha creado la tormenta perfecta, cuyos estragos son visibles hasta en el último rincón del planeta.
***
Lo que estamos viendo en los Estados Unidos y lo que ya hemos visto en todos los rincones del planeta Tierra no es el fin de una fase delirante. Ni siquiera es el principio. Es la antesala del principio. El mundo ha entrado en una recesión de proporciones inimaginables desde marzo del 2020, y muchos de los cincuenta y ocho millones de estadounidenses que perdieron su empleo como consecuencia de la COVID -19 nunca recuperarán sus puestos. Lo que hemos visto en estos meses en las grandes ciudades de Estados Unidos —incendios, destrozos—, pronto va a multiplicarse y a convertirse en tierra arrasada cuando la gente no tenga ni para comer ni para vivir. Cero ingresos significa miseria, enfermedad y eventualmente millones de personas muriendo por el uso descontrolado de drogas, alcohol; suicidios, depresión. Cuando desapareció la Unión Soviética, 25 millones de sus ciudadanos murieron por las causas mencionadas arriba.