María Elvira Samper Nieto - 1989 (Spanish Edition)

© María Elvira Samper, 2019

© Editorial Planeta Colombiana S. A., 2019

Calle 73 N.° 7-60, Bogotá

www.planetadelibros.com

Diseño de cubierta:

Departamento de Diseño Grupo Planeta

Fotografía de cubierta:

© El Espectador

Primera edición: abril de 2019

ISBN 13: 978-958-42-7658-2

ISBN 10: 958-42-7657-3

Impreso por: xxxxxx

Impreso en Colombia – Printed in Colombia

Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el previo permiso escrito del editor. Todos los derechos reservados.

Para Lucía, mi pequeña guerrera, con la esperanza de que pueda crecer en un país respetuoso de las diferencias.

CONTENIDO

___________Agradecimientos

A todos aquellos periodistas que, sin saberlo, me permitieron con sus crónicas, artículos, investigaciones y reportajes, reconstruir mes tras mes los hechos de violencia que marcaron el tortuoso año de 1989.

A mis compañeros de trabajo en RCN Radio, que soportaron mi estrés durante los meses de escritura del libro.

A mi hijo Andrés por su estímulo permanente para no desfallecer en el intento.

A Iván que respetó mis ausencias.

A Editorial Planeta que consideró mi nombre para poner la primera piedra de su nuevo proyecto editorial, y a su editor Édgar Téllez que me asistió en el proceso y asumió la tarea de acompañarme a las entrevistas.

A Gustavo Reyes por la información que aportó sobre las acciones de la guerrilla y la vida del Mexicano.

Al profesor Francisco Gutiérrez Sanín que muy generosamente aceptó escribir el Prólogo de este libro, que no pretende ser más que un recuento periodístico contextualizado de un año crítico de la historia de Colombia.

PRÓLOGO

La frase atribuida a Arnold Toynbee “Un maldito hecho detrás de otro”, es una de las mejores definiciones que conozco de lo que es, o debería ser, la historia. Ateniéndonos a ella, el libro que nos presenta María Elvira Samper es historia en su forma más destilada: una sucesión de asesinatos, masacres y otros ataques criminales (no solo “malditos hechos” sino también “hechos malditos”) que hicieron de 1989 el “año más violento”. Hasta entonces, valga la pena decirlo, porque a partir de ahí y durante diez años largos la situación en lo que respecta a violencia no hizo sino empeorar. El texto igual hubiera podido llamarse “Crónica del descenso a los infiernos”: la narración de un proceso dantesco en su sentido más literal. La autora complementa su dura narrativa con entrevistas a algunos de los protagonistas de la época.

El tener este foco de atención puede, por supuesto, ponerse en cuestión desde varios puntos de vista. Se han regado litros de tinta sobre los problemas que implica erigir a la violencia (en este caso la pública) como un objeto de atención autónomo, separado de otras dinámicas sociales y políticas (metiendo además en un mismo saco eventos que tienen características muy diferentes). Hago la precisión de “violencia pública”, porque para muchos autores no ha estado claro hasta qué punto ella es separable de la privada; por eso se habla en nuestro medio de “cultura de la violencia”. De manera análoga, aunque un poco diferente, aquí como en otras latitudes se ha abierto un debate interesante, que tiene tanto de largo como de ancho, contra las “visiones catastrofistas”. ¿Tiene sentido reducir el año 1989 a un maldito hecho violento tras de otro, mientras que, por ejemplo, la sociedad y el régimen político estaban en trance de abrirse? Tales problematizaciones pueden tener muchos o pocos méritos, dependiendo de la forma en que se enuncien; obviamente este no es el lugar para evaluarlos. Pero no creo que puedan debilitar la honda impresión que causan las páginas de este libro. Hay algo de pura fuerza bruta en la narrativa que presenta Samper, de efecto acumulativo de los eventos que se van desplegando ante los ojos aterrados del lector, que hace que los potenciales atenuantes palidezcan y suenen como retórica vacía. Y es esa misma brutalidad la que permite a la autora ilustrar con poderosa simplicidad lo que pasa cuando un país entra en una espiral de estas. O cuando –para usar una expresión colombiana que me gusta muchísimo– “se calienta el parche”.

Por eso este libro, aparte de brutal, es extraordinariamente oportuno. En la Colombia de 2019, treinta años después, estamos asistiendo a un proceso de “calentamiento” que, por fortuna, no ha adquirido ni de lejos las proporciones del de 1989, pero que tiene con él algunas similitudes terribles. Un carro bomba aquí, una masacre allá… O piensen en la destrucción a sangre y fuego de la Unión Patriótica, el partido surgido del proceso de paz de Belisario Betancur con las Farc, a la que el libro inevitablemente se refiere. ¿No les recuerda esto el gota a gota actual del asesinato de líderes sociales o incluso de guerrilleros desmovilizados? Los hechos se van acumulando y normalizando de cara a la opinión (“banalizando”, dice Daniel Pécaut), y cuando la gente se despierta se encuentra con una historia de horror que ya no tiene reversa. Volver a las dinámicas vertiginosas que en 1989 nos empujaron a la catástrofe de pronto pueda ayudarnos a enunciar las preguntas de por qué y cómo pasan estas cosas, y de si pueden detenerse y cómo.

El libro de María Elvira también es valiente. Muestra sin tapujos que las múltiples violencias a las que se está refiriendo tenían muchas causas, pero que una de ellas (quizás no suficiente, pero sí necesaria para que se consumara el descenso a los infiernos) es que el Estado no solo fue débil sino también, en muchas ocasiones, cómplice. La misma caracterización se aplica a otros actores que podrían llamarse “intrasistémicos”: es decir actores que, aunque apoyaban o desplegaban acciones ilegales, podían actuar dentro de la legalidad como defensores del Estado. Lo dice explícitamente en su entrevista Rafael Pardo: “la –por lo menos– cómplice indiferencia o complicidad de algunos políticos, funcionarios, empresarios, terratenientes, fuerza pública, insurgentes y ciudadanos del común” con las violencias. Y aunque Pardo no lo haga, la narrativa sí muestra que esa complicidad fue diferencial en sus gradaciones, motivaciones e implicaciones. También muestra de una manera dura y dolorosa cuánto tiene –o por lo menos tenía en ese momento– de ficción el famoso control de los civiles sobre la fuerza pública en nuestro régimen político. Los pocos liderazgos que manifestaron algún interés en detener el paramilitarismo se sintieron amenazados no solo política sino también físicamente.

Por último, este es un libro altamente legible. No estamos frente a un recuento sentimental marcado por la autocompasión, cosa que legítimamente se podría temer dada la naturaleza de nuestro discurso público; tampoco siquiera por la indignación, o la pose de ella. Es una recopilación austera, con pocos adjetivos y en cambio mucha investigación periodística.

De hecho, ni siquiera le calza bien el adjetivo de “catastrofista”. Pues a la vez que muestra los desastres que ocurrieron, también destaca los esfuerzos que se hicieron, si no para prevenirlos, al menos para limitarlos: para volver a meter al genio en la lámpara. Ya sabemos que tales esfuerzos fracasaron (y que los genios rara vez retornan a las lámparas); pero los protagonistas del momento no podían, y de hecho no debían, pensar que eso pasaría. Y es claro también que tomaron muchas medidas que en retrospectiva parecen sensatas. En particular, el gobierno de Virgilio Barco –bajo cuyo mandato tuvieron lugar los hechos que se narran—no sale tan mal librado. Decidió enfrentarse con los narcotraficantes. Ilegalizó a los paramilitares, e hizo gestos que apuntaban a la necesidad de combatirlos. La verdad, no creo que haya pasado de los gestos; pero esto es mucho más de lo que hicieron los demás presidentes colombianos que tuvieron que lidiar con el problema. Tampoco se puede afirmar que fuera débil con las guerrillas. Aunque mantuvo procesos de paz, lo hizo bajo supuestos bastante diferentes a los de su antecesor. Barco planteó la política de tener la mano tendida, pero firme, lo que significaba que no quería incurrir en las debilidades que se atribuían a Belisario. Si hay un presidente nuestro que haya abrazado con sinceridad el programa de “ley y orden” (o “cultura de la legalidad”, para usar la edulcorada fórmula hoy de moda), ese fue Barco. Y combinó esto con una capacidad genuina de promover transformaciones reales, pues fue él quien, en vista de la crisis que sacudía al país, se decidió a convocar, un poco contra viento y marea, la Asamblea Nacional Constituyente.