Este escrito, como la mayor parte de los que han salido de mi pluma en Europa, desde abril de 1858, debe su primera aparición a los estímulos generosos, a la ilustrada y desinteresada protección que le han dado, como propietarios y redactores de «El Comercio», usted y nuestro noble y malogrado amigo DON ALEJANDRO VILLOTA. Es «El Comercio» el que primero ha dado a luz las paginas incorrectas y frecuentemente improvisadas de este libro. Por lo mismo, a nadie mejor que a los perseverantes directores de ese diario —que defiende la libertad y difunde la semilla de la civilización en el suelo hispano-colombiano— les corresponde el modesto homenaje de esta obra. Acéptelo usted, mi fino y respetable amigo, en su nombre y en el de nuestro lamentado amigo VILLOTA, como un testimonio de alta consideración y gratitud profunda. Cada cual da de lo que tiene: hombre de corazón y escritor, lo mejor que puedo ofrecer a usted es mi cordial afecto y el humilde fruto de algunas de mis labores
JOSÉ M. SAMPER. París, febrero 7 de 1862
ADVERTENCIA
La narración de mis Viajes comprenderá cuatro series, contenidas en cuatro volúmenes. La primera, que publico ahora, se refiere a la región del río Magdalena, en los Estados Unidos de Colombia (antes «Nueva Granada»), mi punto de partida, a la travesía del Atlántico, una parte de Inglaterra, muchos departamentos de Francia, y sobre todo España. La segunda, que va a entrar en prensa, comprenderá la descripción de Suiza, la Alemania del Rin, Bélgica y varios departamentos de Francia. La tercera abrazará las narraciones relativas a otra parte de Francia (la del Nordeste), y a Wurtemberg, Baviera, Austria, Hungría, Bohemia, Sajonia, Prusia, Hamburgo, Hanover, Hesse-Gasel y Holanda. La cuarta comprenderá la Gran Bretaña, Italia, y un estudio social comparativo de París y Londres y de la civilización europea.
Cada volumen irá provisto, como el presente, de un sencillo mapa indicativo de los itinerarios. Si, por algún inconveniente insuperable, no alcanzare a terminar mi publicación en París, la terminaré precisamente en Bogotá, en 1863. No debe olvidarse que el texto de este volumen ha sido escrito y publicado en 1859-60, y que por tanto es a esa época que se refieren todas las observaciones estadísticas, y otras de carácter más o menos transitorio
EL AUTOR
DOS PALABRAS AL LECTOR
No sé el grado de estimación que puedan merecer de parte de muchos lectores las reflexiones de un viajero que, desconocido fuera de su patria, emprende su peregrinación desde el corazón de las selvas colombianas hasta el centro de estas viejas sociedades europeas, repletas de recuerdos, grandiosos monumentos y amargos desengaños. Amante de contrastes y siempre solicitando la verdad, he dejado mi dulce patria de libertad y de esperanzas, la tierra de las montañas colosales, de los valles espléndidos, de las cataratas, las selvas, los espumantes ríos, las altas cimas coronadas de nieve, los perfumes, los ecos misteriosos, las soledades, los tesoros de luz y de armonía y la pompa inagotable de esa naturaleza que resume en su seno toda la poesía y todas las maravillas de la creación! Todo eso se queda atrás: todo eso es Colombia, escondida bajo el manto de conchas y coral, de luz y de misterio que le extienden el Atlántico y el Pacífico... ¿Y por qué dejar tan lejos todo ese mundo que se adora? Es que el demócrata de Colombia necesita nutrir su espíritu con la luz de la vieja civilización y fortalecer su corazón republicano con las severas enseñanzas de una sociedad ulcerada profundamente por la opresión y el privilegio. Es que la verdad no se adquiere completa sino por comparación, y el espíritu debe abrazar la vida de los dos continentes que trabajan de distinto modo en la obra de la civilización. Es preciso asistir a este torbellino que conmueve al mundo europeo, en busca de la luz, de la ciencia, del refinamiento del arte, de las maravillas de la industria, y de todo este conjunto de esfuerzos admirables que constituye la obra del progreso. Es preciso contemplar el espectáculo de esta sociedad en recomposición, que bulle, que se agita y se preocupa, empeñada por resolver el problema del bienestar, luchando entre las tradiciones del absolutismo y las aspiraciones hacia la libertad.
El contraste es grandioso y merece un estudio bien esmerado. En Colombia, las sencillas escenas de la democracia, el misterio solemne, la soledad y el espectáculo sublime de la naturaleza en todo el esplendor de su pompa y su grandeza. En Europa, las intrigas de las aristocracias, la luz de la ciencia, la población exuberante, y el arte levantado hasta las más prodigiosas proporciones. Si Colombia es la tierra del porvenir, de la esperanza y de la idea; Europa es el mundo de lo pasado, de los recuerdos y de los hechos. Comparar esos dos mundos, analizando el organismo y la fisonomía de la civilización en cada uno de ellos, tal es la tarea del viajero. Por mal que desempeñe mi parte de labor ¿no he de esperar, pues, que algunos de los lectores del Nuevo Mundo se asocien a la investigación que uno de sus hermanos viene a hacer sobre el terreno de donde partió, con los horrores de la conquista, la civilización semi-feudal que se nos infiltró? ¡Feliz el viajero que, animado del más profundo sentimiento de amor hacia su familia predilecta de las regiones de Colombia, pudiera encontrar en su peregrinación tesoros de verdad que ofrecer a sus hermanos! Asistir día por día, hora por hora, a este flujo y reflujo de las instituciones y de las costumbres, de la literatura, de la ciencia y de la industria, que se revela en admirables monumentos, en suntuosos museos y ricas bibliotecas, en los ferrocarriles y telégrafos, en las fábricas de enorme o de ingeniosa producción, en las academias y universidades, en las exposiciones y los congresos internacionales, en las imprentas y los gabinetes artísticos, en las escuelas populares, en los institutos de beneficencia y de penalidad, en la administración de la justicia bajo diferentes formas, en los puertos, los diques y canales, en los teatros de todo género, en los lugares públicos destinados al servicio de la ciencia y del buen gusto, en los Bancos, las Bolsas y las asociaciones, y en todo lo que puede representar un progreso, una tradición, una organización social o un hecho característico; asistir a este movimiento, repito, es contemplar de bulto la obra de la civilización, es alimentar simultáneamente los sentidos y el alma. Ensayaré, pues, haciendo un esfuerzo por llenar esa tarea que será la historia de mi peregrinación