Luis Racionero - Raimon, la alquimia de la locura
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- Libro:Raimon, la alquimia de la locura
- Autor:
- Editor:Laia
- Genre:
- Año:1985
- Índice:4 / 5
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Raimon, la alquimia de la locura: resumen, descripción y anotación
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Sinopsis
La figura de Ramón Llull (Raimundo Lulio) (1235-1315), a medio camino entre la santidad y la herejía, entre los manuales pietistas y la afi¬ción por la alquimia, en el centro de tres cultu¬ras (musulmana, judía y cristiana), constituye el paradigma de una época.Su obra es como un retablo de ese turbulento medioevo, que él recorre en un itinerario que une París y Montpellier con Túnez y Sicilia, pa¬sando por Barcelona, Zaragoza y Mallorca. Na¬cido junto al mar, navega e introduce las metá¬foras marinas entre sus obsesiones místicas. Convertido, literariamente, por aquellos a quie¬nes quiere convertir en lo religioso, imita a los sufíes en el arte de las máximas que narran la aventura apasionante del amor místico. Aunque Llull ha sido y es un personaje univer¬sal, nadie se había atrevido a novelar su novelesca aventura humana. Sólo Lluís Racionero, pro¬fundo conocedor del lenguaje y de las claves de la ciencia, fascinado por la proyección universal de esta figura, se ha atrevido a convertir en rela¬to intenso la vida de Ramón Llull.Cincuenta y un capítulos breves llevan al lector, de forma casi imperceptible, a la comunión con un personaje difícil, inimitable, capaz de morir “en pélag d’amor”. Los océanos del turbulento amor luliano desembocando en el misterio de lo mágico y de lo fantástico.
Luis Racionero
RAIMON LA ALQUIMIA DE LA LOCURA
La edición original catalana fue publicada por Editorial Laia, S. A., con el título: Raimon o el seny fantástic.
Diseño y realización de la cubierta Raúl O, Pane Ilustración de cubierta: Fragmento de «La extracción de la piedra de la locura», El Bosco.
© Lluis Racionero i Grau, 1985 Traducción de Basilio Losada Primera edición: diciembre, 1985 Segunda edición: junio, 1986
Propiedad de esta edición (incluida la traducción y el diseño de la cubierta): Editorial Laia, S. A., Guitard, 43,08014 Barcelona ISBN: 84-7222-186-5
Depósito legal: B. 19.013-1986
Impreso en Romanyá/Valls, Verdaguer, 1, Capellades (Barcelona) Printed in Spain
A los ermitaños de Gracia Francesa y Sebastia, que guardan las palomas y la fuente donde se abrevó el solitario de Randa
Mi corazón se ha convertido en receptáculo de toda forma: pastizal de gacelas y convento de monjes cristianos, templo para ídolos y Kaaba de peregrinos, las tablas de la Tora y el libro del Corán. Yo sigo la religión del amor: cualquiera sea el camino que los camellos del amor tomen, ésta es mi religión y mi fe.
Mohidín Ibn Arabí, Tarjumán
Delirio y duermevela
Las losas de la nave resonaron, cuarteadas por el metal. Las mujeres que oían misa volvieron los ojos despavoridas pensando que una reja o candelabro había caído de los altares laterales y rebotaba en el suelo. Al sacrílego, seco, inesperado estruendo se añadió una visión aún más sobrecogedora: un caballero, montado, galopaba por la nave persiguiendo a una mujer. El oficiante se quedó paralizado con las vinajeras en la mano; las mujeres, pegadas a los reclinatorios, siguieron el avance del desenfrenado caballero, que acorraló a la dama en un ábside lateral.
Dona Ambròsia de Castellò se volvió, porque sabía cómo detener al caballero. Lo esperó desafiante mientras descabalgaba y, cuando lo tuvo muy cerca, abrió violentamente su corpiño mostrando, con ojos fieramente llorosos, el cáncer descamado que, cual mustia hiedra violácea, carcomía su pecho. Raimon se aproximó y, tomándole la mano, la miró a los ojos fijamente, se arrodilló ante ella y salió confundido del ábside llevando su caballo de la brida. Ambròsia se sentó entre las mujeres, mientras el celebrante, rehecho ya, se volvió mascullando: «Fax vobiscum».
Raimon se recluyó en su cámara, mandó salir al escudero Baillet y cubrió todos los vanos con cortinas, como si fuera de noche. No quería ver el día. Se lanzó sobre el bancal del lecho y quiso dormir. El cáncer fluía buboso, impregnando su alma en un deliquio donde carne y sangre se confundían en pútrida secreción viscosa. En vano se levantó para ahuyentar la telaraña angustiosa del sueño: era dentro de él donde se aferraba la congoja, el asco, la desesperación contra la inútil crueldad del mundo, destructora de la vida y la belleza.
Se detuvo en el hueco de la ventana y se sentó, desnudo, en la bancada: el frescor seco de la piedra temperó la humedad viscosa que sentía por dentro; fue un contacto animal, instintivo, que no dejó de percibir con sensual complacencia y, como era natural en él hasta en la mayor turbación, preguntóse interiormente por qué. Este inesperado distanciamiento intelectual le hizo pensar en un posible remedio para conjurar la pesadilla: tomó pluma y pergamino, escribió unos versos y llamó a Baillet para dictarle la tonada:
Quan par Vestela en Valbor e s’aparéllon tuit li flor que él sol multiplic lur color
d’esperanza, mi vest alegranga d’ una dougor: confianza que hai en la Dona d’amor. [1]
Baillet tomó la música y la ensayó en su instrumento: el canto, artificiosamente alegre, aumentó la angustia de Raimon. El juglar le instó a salir, pero sin mucha convicción/ pues conocía la sensibilidad de su amo y sabía hasta qué punto detestaba el mediodía, cuando todo es claro y son cortas las sombras. Raimon no quiso salir para no comprobar el contraste desesperante entre la imperturbable ecuanimidad de la naturaleza y la vehemencia de su corazón angustiado, perplejo, febril y airado, que clamaba al cielo ante la inaceptable contradicción de la belleza corroída por la putrefacción. Conocía al demonio meridiano, devastador, inasequible, calcinador del espíritu, y se lanzó sobre el lecho, dejando al juglar con la canción en los labios.
Cuando uno se siente asqueado por dentro y contempla la belleza de un día claro, ¡cómo aumenta la impotencia, la soledad, la intensidad del desconsuelo! Raimon no quiso verlo. Hasta entonces él había gozado de la emoción nítida y clara de que disfrutan los trovadores en el solaz de la naturaleza; ahora, todo se derrumbaba bruscamente para él; la destrucción y la muerte aparecían con el resplandor siniestro de lo irresistible, y su ánimo convulso, desquiciado, entregado a la angustia, se descomponía mentalmente en un fluido emotivo de humores viscosos, glaucamente iridiscentes y mórbidos, cual resplandores mortecinos de la angustia, la contrariedad y la impotencia.
Isabel d'Erill entró en la cámara; Baillet había delatado a la señora la conmoción de su hijo. La cara angulosa, abierta y fuerte de la señora de Erill se había endurecido al oír las vergonzosas noticias; además le contrariaba la presencia en su casa del hijo ya casado. Ella, que soportaba con pesar la vida en las islas, lejos de su valle pirenaico recóndito y autosuficiente, encajó la fechoría de aquel hijo único, tan deseado y tardío, como una previsible consecuencia del ambiente de las islas: abiertas, mezcladas, pobladas aún por judíos y moros que conservaban sus lenguajes y sus ritos; lugar de paso para comerciantes y marineros que introducían costumbres, vestimentas e ideas foráneas.
—Tu lugar, Raimon, está en tu casa, no aquí. Tu mujer se sentirá agraviada y perpleja. Yo tengo el deber de entenderte, pero no quiero hacerlo. Esta vez has ido demasiado lejos.
—Soy yo quien está desconcertado y hundido, madre —gimió él, abandonándose como un niño en el regazo de aquella mujer madura, rubia y potente, que lo había criado y que ahora formaba parte de aquella indiferencia imparcial de la naturaleza, cuyo lado siniestro empezaba a vislumbrar.
—No te revuelques en la angustia, porque eso no es sino continuar tu capricho; compórtate como un hombre, y deja de llorar: ya no eres un niño.
Los Llull gozaban de gran consideración en la isla, pues el padre había combatido durante la conquista junto al rey Jaime. Eran propietarios y nobles, Raimon era compañero de los príncipes Pedro y Jaime, y el rey lo había nombrado senescal de palacio. Aquel es— cándalo repugnaba profundamente a la madre, aunque estuviera habituada ya a las locuras de Raimon y sus amigos.
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