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Jacques Sadoul - El gran arte de la alquimia

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Jacques Sadoul El gran arte de la alquimia
  • Libro:
    El gran arte de la alquimia
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1973
  • Índice:
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JACQUES SADOUL Agen 5 de marzo de 1934 - Astaffort 18 de enero de 2013 fue - photo 1

JACQUES SADOUL (Agen, 5 de marzo de 1934 - Astaffort, 18 de enero de 2013) fue un editor y escritor francés, autor de varias antologías de la historia de la ciencia ficción.

Sadoul era un reconocido fanático de la ciencia ficción y un gran coleccionista de revistas del tema. Fue uno de los primeros editores en lanzar libros de ciencia ficción en Francia. Trabajó primero en Editions Opta y luego en J’ai lu, donde creó la edición de publicaciones de ciencia ficción y editó las series de antologías «Les Meilleurs Recits» traducidas de las revistas pulp americanas. También fue el creador del premio Prix Apollo.

En 1973 publicó en París Hier, l’an 2000: L’illustration de science fiction des annees 30 (1973), traducida al inglés y publicada en los Estados Unidos en 1975 como 2000 A. D.: Illustrations From the Golden Age of Science Fiction Pulps, un libro acerca de la ciencia ficción estadounidense con ilustraciones, la mayoría en blanco y negro.

Su libro Histoire de la science fiction moderne, 1911-1971 (1973), un largo y entusiasta estudio del campo, aunque fue criticado por la falta de análisis profundos y por contener demasiadas generalizaciones y opiniones personales, fue un gran estímulo para el estudio académico de la ciencia ficción, particularmente entre las personas de Europa del este de su tiempo, ya que el libro fue visto como un trabajo serio y respetable, y además era un trabajo de la Europa continental, mientras que entonces, todo lo relacionado con la ciencia ficción era producido al otro lado del canal de La Mancha o del Atlántico.

Escribió una trilogía de novelas fantásticas, La Passion selon Satan (1960), Le Jardin de la licorne (1978) y Les hautes terres du reve.

También fue autor de trabajos sobre alquimia, fantastique y novela policíaca.

Entrevista con un amante de la ciencia

En la Edad Media, los alquimistas trataban de fabricar oro trasmutando un metal en otro; tal es el concepto más corriente acerca de esta ciencia tradicional. Pero ¿querían solo fabricar oro, y fue únicamente la Edad Media la que se benefició de sus actividades?

Contrariamente a la opinión generalizada, no esté excluido que la alquimia sea practicada en nuestra época y, entre otros, en Francia, tal como se hacía en tiempos de Alberto Magno, por ejemplo. Numerosos alquimistas conocidos laboran en el horno, y un número aún más elevado de ellos trabaja en secreto y a espaldas de todo el mundo. Existe incluso un colegio iniciático de alquimia, que se ampara en la doctrina rosacruz, el cual agrupa algunas decenas de miembros. Me ha parecido, pues, interesante, al comienzo de esta obra, y al objeto de entrar directamente en el meollo del asunto, entrevistar a uno de esos alquimistas modernos e interrogarlo sobre su arte. Señalemos que él no se definiría a sí mismo como alquimista, pues ya no trabaja actualmente en el laboratorio, sino como un «amante de la Ciencia», expresión que designa a una persona iniciada en ciertos arcanos de la alquimia, pero que no trabaja en la actualidad en la elaboración del magisterio filosofal; dicho de otra manera, de la Piedra.

Este hombre se llama Bernard Husson. De cuarenta años de edad, sus actividades profesionales no guardan ninguna relación con la ciencia de Hermes. Desconfía de los periodistas, pero ha leído mi ensayo anterior sobre este mismo tema, y ha aceptado responder a mis preguntas.

J. S.— ¿Existen aún alquimistas en mil novecientos setenta y cinco?

B. H.— ¡Desde luego! Conocerá usted, por supuesto, los ejemplos de Eugene Canseliet y Armand Barbault, cuyas obras, por varias razones, son sumamente interesantes y de auténtico valor. Conozco algunos otros alquimistas, que me agradecerán que no los nombre, como aquel ingeniero comercial que interrumpió deliberadamente, poco después de cumplir los cuarenta años, una carrera brillante para ir a instalarse en un retiro campestre donde tiene intención de consagrar el resto de su existencia a la practica de la alquimia, tras haber estudiado a fondo los textos durante diez años. Este caso, evidentemente, es extremo, pero recuerdo también a ese padre de una familia numerosa, metido en actividades comerciales múltiples y que, no obstante, las suspende periódicamente para entregarse a prolongados trabajos que continúa un año tras otro. He conocido también a un ingeniero químico que trabajo largo tiempo en países musulmanes, en donde se relacionó con alquimistas. Siguiendo sus enseñanzas, había «fabricado oro, muy poco, ciertamente, pero el suficiente a sus expertos ojos de químico como para convencerlo de la realidad positiva de ciertas operaciones alquímicas».

J. S.— Con relación a los siglos anteriores, ¿cree usted que ahora hay más o menos alquimistas practicantes?

B. H.— Me parece que cada vez hay más contemporáneos, en el sentido literal de la palabra, es decir, de adultos, dedicados, por otra parte, a actividades de la vida moderna, que consagran una parte importante de su tiempo y de sus medios a la práctica de la alquimia. Hay aquí, creo, un hecho nuevo con relación a lo que ocurría a fines del siglo XIX, y antes de la guerra del catorce, cuando era una nota de distinción, entre las gentes adineradas, poseer una hermosa biblioteca y un laboratorio alquímicos, aunque uno y otra estaban destinados, sobre todo, a ser mostrados a los amigos y conocidos.

J. S.— ¿Qué opina usted de las asociaciones «secretas» que se amparan en el nombre de la Rosa-Cruz o en el de alguna otra sociedad de los siglos pasados, y que pretenden dar una iniciación alquímica?

B. H.— Veo que usted ya se da cuenta de la contradicción interna existente en su pregunta. Si la organización «secreta» en cuestión es válida, permanece secreta. Efectivamente, en el siglo XVIII existieron semejantes asociaciones en Europa. Pero no he tratado de descubrir si existen o no hoy en día; prefiero allegarme por mí mismo a las fuentes de información escritas, cuyo acceso es perfectamente libre en las bibliotecas universitarias.

J. S.— ¿Cómo llegó usted a interesarse por la alquimia?

B. H.— En lo que a mí concierne, ignoraba todo lo relativo a este arte hasta los veinticuatro años. Siendo muy joven, me había interesado por la química y la historia de las ciencias, pero luego el objeto de mis estudios fueron, sobre todo, las religiones comparadas y la Metafísica. Al llegar a la edad en que uno se plantea la cuestión del futuro, busqué una vía tradicional de realización espiritual. Precisamente en ese momento fue cuando hallé individualidades calificadas en el conocimiento teórico y práctico de la alquimia, las cuales me hicieron descubrir las obras de Fulcanelli y de Canseliet. Dediqué varios años al estudio critico de esos textos, así como de las obras de los siglos precedentes, respecto a las cuales me mostraba sumamente escéptico al comienzo pero, tras haber recibido gradualmente revelaciones orales, fui capaz de comprobar por mí mismo la veracidad del contenido de algunas de tales enseñanzas.

J. S.— Le fueron hechas, por tanto, revelaciones; ¿cabe aquí hablar de iniciación?

B. H.— En el sentido en que corrientemente se entiende la palabra «iniciación», por ejemplo la del tipo masónico, no recibí ninguna. Pero me beneficié de revelaciones progresivas que me introdujeron a un nuevo modo conceptual de conocimiento. Concretaré que tales enseñanzas apenas habrán tenido algún valor para mí si no hubieran sido precedidas por varios años de búsquedas a investigaciones. Al margen de las revelaciones directas que me fueron hechas por parte de otros alquimistas tuve, frecuentemente, con ocasión de largas entrevistas celebradas con algunos de ellos, la posibilidad de comprender, a través del puro razonamiento, ciertas enseñanzas cuyo carácter simbólico se me había escapado anteriormente.

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