JOSE MARIA IRABURU - Infidelidades en la Iglesia
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- Libro:Infidelidades en la Iglesia
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- Año:2015
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Infidelidades en la Iglesia: resumen, descripción y anotación
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Autor: JOSE MARIA IRABURU
Colección: https://www.ebookscatolicos.com
ISBN: 5705547533428
Generado con: QualityEbook v0.72
La Providencia divina me ha dado, en más de treinta años de vida pastoral como profesor de teología, escritor y predicador, conversar en distintos países sobre la situación de la Iglesia con muchas personas fieles y experimentadas, Obispos y sacerdotes, religiosos y laicos, monjes y religiosas contemplativas. Personas con las que muchas veces, es cierto, tengo especial afinidad. Por eso puedo asegurar con fundamento in re que los pensamientos que expongo en esta obra -al menos en sus líneas fundamentales-, aunque hoy raras veces son escritos y publicados, no son solamente míos, sino que expresan el sentir de muchos católicos, que están entre los hijos más fieles de la Iglesia. En adelante, pues, al escribir este libro lo haré en plural. Es uno quien escribe esta obra -alguien tiene que hacerlo-, pero son muchos los que en estas páginas expresan sus pensamientos y sus esperanzas.
En este escrito afrontamos problemas que son especialmente graves en la Iglesia Católica de los países descristianizados, es decir, de aquellos pueblos de filiación cristiana más antigua y hoy de mayor riqueza económica. Pero son cuestiones que interesan y afectan, obviamente, a toda la Iglesia.
En la refutación de ciertos errores hemos prestado especial atención al magisterio de Pablo VI, que tiene un valor histórico especial, ya que es el primero en denunciarlos -al menos en su expresión actual- y rechazarlos. Pero las mismas enseñanzas y refutaciones son dadas posteriormente en numerosos documentos por Juan Pablo II con gran fuerza y claridad.
A lo largo de la obra, en muchas ocasiones, los subrayados en cursiva de las citas hechas son nuestros. No lo avisamos en cada caso.
Para algunos esta obra puede resultar bastante enojosa. No es, por supuesto, nuestra intención molestar a nadie. Pero cuando está en juego la gloria de Dios y la salvación eterna de muchas personas -incluida la de aquellas que puedan molestarse con nosotros-ha de hacerse lo que se juzgue más conveniente. Los cristianos, como Cristo, hemos sido enviados a este mundo «para dar testimonio de la verdad» (Jn 18,37), y éste es un deber urgente de conciencia, que ha de ser cumplido con humildad y caridad, prudencia y fortaleza. Sólo de la verdad viene la salvación. Y salus animarum, suprema lex.
La previsión de que ciertas personas de la Iglesia puedan sentirse enojosamente aludidas por nuestras consideraciones nos da pena, sin duda; pero, bien mirado el asunto, no tiene mayor importancia.
En unos pocos días más, Obispos, presbíteros, laicos, religiosos, «todos hemos de comparecer ante el tribunal de Dios… y cada uno dará a Dios cuenta de sí mismo» (Rm 14,10.12). Eso sí que tiene importancia.
Recuérdese también que la misma ley universal de la Iglesia establece que
«los fieles tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en razón de su propio conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar a los Pastores sagrados su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia», etc. (canon 212,3).
Hay otras obras recientes, todas publicadas en la Fundación GRATIS DATE, en las que trata con mayor amplitud los temas que en la obra presente ha considerado en síntesis. Concretamente, en la presente obra, el autor ha tomado en varias ocasiones textos de estos escritos:
-Caminos laicales de perfección, 1996, 51 p.
-El matrimonio en Cristo, 1996, 144 p.
-Sacralidad y secularización, 1996, 80 p.
-Causas de la escasez de vocaciones, 1997, 51 p.
-De Cristo o del mundo, 1997, 233 p.
-Evangelio y utopía, 1998, 164 p.
-Elogio del pudor, 2000, 46 p.
-Oraciones de la Iglesia en tiempos de aflicción, 2001, 67 p.
-El martirio de Cristo y de los cristianos, 2003, 156 p.
EL BEATO Juan XXIII (papa 1958-63), en el Discurso inaugural del Concilio Vaticano II (1962-65), afirma que éste dará «un magisterio de carácter prevalentemente pastoral». Sin embargo,
la Iglesia quiere que el Concilio «transmita la doctrina pura e íntegra, sin atenuaciones, que durante veinte siglos» ha mantenido firme entre tantas tormentas. Los errores nunca han faltado. Y «siempre se opuso la Iglesia a estos errores. Frecuentemente los condenó con la mayor severidad. En nuestro tiempo, sin embargo, la Esposa de Cristo prefiere usar de la medicina de la misericordia más que de la severidad. Piensa que hay que remediar a los necesitados mostrándoles la validez de su doctrina sagrada más que condenándolos» (n.14-15; 11-XI-1962).
Una enseñanza, que se relaciona con la anteriormente subrayada, la hallamos en la Declaración conciliar Dignitatis humanæ, sobre la libertad religiosa:
«…la verdad no se impone de otra manera que por la fuerza de la misma verdad, que penetra suave y a la vez fuertemente en las almas» (DH 1).
Juan Pablo II considera que éste es un «principio de oro dictado por el Concilio» (1994, cta. apost. Tertio Millenio adveniente 35).
Y ciertamente el papa Pablo VI (1963-1978) se atiene a ella a lo largo de todo su pontificado. En efecto, así como en la enseñanza de la verdad y en la refutación de los errores muestra admirablemente su Autoridad apostólica docente, cohibe ésta en buena parte a la hora de frenar a los causantes de errores y abusos. Quizá, probablemente, esperaba que en años más serenos, pasadas las crisis postconciliares, se darían circunstancias favorables para ejercitar con más fuerza la potestad apostólica de corregir y sancionar.
En los años que siguen al Concilio, sin embargo, la situación de la Iglesia se va haciendo gravemente alarmante. Los errores doctrinales y los abusos disciplinares proliferan en esos años y van creciendo hasta producir conflictos muy fuertes.
Un caso de grave resistencia a muchas verdades y normas de la Iglesia se produce, por ejemplo, en el Catecismo Holandés y en el Concilio pastoral de Holanda (1967-1969).
Las propuestas doctrinales y disciplinares de éste le dejan a Pablo VI «perplejo» y le parece que «merecen serias reservas» (Cta. al Card. Alfrink y a los Obispos de Holanda, «L’Osservatore Romano» 13-I-1970).
El Cardenal croata Franjo Seper, en 1972, siendo Prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe, escribía estas palabras al padre Mikvlich:
«Me causa gran gozo que esté usted empeñado en el buen combate de la ortodoxia en materia de educación religiosa. No hay duda de que […] se han traspasado todos los límites de lo tolerable. Hace poco tuve en las manos un “Catecismo” holandés, que no tenía nada que ver con la religión cristiana. […]
«Soy incapaz de adivinar cuánto tiempo durará entre los católicos la locura actual. Por el momento, abunda la literatura sobre el ecumenismo; pero, en realidad, la crisis doctrinal católica es, al presente, un terrible obstáculo para el ecumenismo. El año pasado, en el día de Sábado Santo, tenía a mi mesa a un pastor protestante de Holanda, que me aseguraba que sus feligreses holandeses, protestantes, no tenían idea alguna de los interlocutores con quienes pudieran dialogar, pues no pueden discernir quién representa la doctrina católica. Y recientemente, si no me equivoco, un profesor ortodoxo griego se expresaba exactamente en el mismo sentido en un artículo publicado en un boletín del patriarcado serbio.
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