ANÓNIMO
EL AMOR DE MAGDALENA
Traducción de
C LAUDIA B ERDEJA
Epílogo de
J AVIER M ELLONI
Herder
Título original: L’amour de Madeleine
Traducción: Claudia Berdeja Alarcón
Diseño de la cubierta: PURPLEPRINT Creative
Edición digital: José Toribio Barba
© 2017, Herder Editorial, S.L., Barcelona
ISBN DIGITAL: 978-84-254-3913-1
1.ª edición digital, 2017
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Índice
Sobre el sermón
A principios del siglo XX , el abad Joseph Bonnet descubrió el sermón El amor de Magdalena , escrito en el siglo XVII y de autor anónimo, en el manuscrito q 1, 14 de la Biblioteca de San Petersburgo. En el Prefacio de la edición original, fechada el 24 de marzo de 1909, Bonnet plantea el problema de la autoría del texto:
Si no he mencionado ningún nombre al principio de esta maravilla, no es porque no se me hubiese ocurrido ninguno. Quien esté familiarizado con Bossuet creerá, tal vez con razón, reconocer aquí ya lo sublime de su pensamiento, ya lo ardiente de sus imágenes, ya la seguridad de su progreso por los senderos más resbaladizos, ya la inagotable sucesión, la infinita variedad y la sorprendente prontitud de sus movimientos oratorios. Pero quien quiera que sea el autor, nadie le recriminará el haber elegido un sujeto tal o haberlo realzado con colores tan vivos. El Espíritu Santo en el Cantar de los Cantares nos ha dado un ejemplo que le ha permitido al genio, guiado por la fe, imitarlo con discreción.
Sin embargo, más allá de quién fue el autor de este sermón, lo cierto es que su difusión se dio gracias a Rilke, quien, en 1911, descubrió el texto por azar en la vitrina de un anticuario en la Rue du Bac en París, y lo rescató del olvido. El poeta quedó absolutamente fascinado por el contenido de su hallazgo y decidió traducirlo al alemán. El texto fue iluminador para Rilke, tocaba el corazón de sus inquietudes espirituales y de su sensibilidad. En una carta a la princesa Marie von Thurn und Taxis le dijo que le enviaría un ejemplar de la traducción de «un sermón extraordinario, luminoso, de una verdadera actualidad espiritual: L’amour de Madeleine ». Y fue este entusiasmo del poeta lo que propició que el texto recobrara interés en el mundo místico y espiritual hasta nuestros días. Rilke no se equivocó cuando vio en este texto «un sermón de sublime grandeza».
La imagen de la cubierta de este libro es un detalle de la obra Magdalena en éxtasis . Este óleo sobre lienzo pertenece a la pintora italiana Artemisia Gentileschi (1593-1653), una de las pocas mujeres que en el siglo XVII logró ser reconocida y valorada por su arte.
Jacques Bénigne Bossuet (1627-1704) fue un destacado clérigo, predicador e intelectual francés, conocido sobre todo por la lucidez de sus sermones y discursos en honor a los santos.
Princesa del Imperio Austrohúngaro, fue fiel amiga y mentora de Rilke. En su castillo de Duino a orillas del Adriático, el poeta empezó a escribir, durante una de sus estancias en 1912, lo que sería su obra capital Las elegías de Duino . Estas elegías están dedicadas a la princesa.
E L AMOR DE M AGDALENA
M agdalena, la santa amante de Jesús, lo amó en sus tres estados. Lo amó vivo, lo amó muerto, lo amó resucitado. Mostró la ternura de su amor por Jesucristo presente y vivo; la constancia de su amor por Jesucristo muerto y sepultado; las impaciencias y los arrebatos, las pasiones, las debilidades y los excesos de su amor desamparado por Jesucristo resucitado y subido a los cielos.
Cuando miro a Magdalena a los pies de Jesús, me parece que veo al amor extraviado que lamenta sus yerros y busca la recta senda a los pies de Aquel que es la senda misma. ¿Acaso la apremia el amor? Sus besos ardientes lo demuestran; las palabras de Jesucristo lo confirman. Pero ¿qué tipo de amor es el amor de Magdalena? El amor todo lo puede; el amor se anima a todo; el amor no es solo libre y familiar, sino también osado y atrevido, pero veo que Magdalena permanece detrás, que no se atreve a alzar los ojos ni a mirar el rostro de Jesús, se siente afortunada solo de acercarse a sus pies. Veo que suspira y no habla, que llora y no se atreve a esperar consuelo. Veo que lo da todo, que se entrega toda ella e incluso así no se atreve a pedir su gracia. Si es el amor el que te incita, Magdalena, ¿a qué le temes? Atrévete a todo, inténtalo todo. El amor no conoce límites, sus deseos son su regla; sus pasiones, su ley; sus excesos, su medida. Solo teme el temer; y su razón para poseer es la osadía de pretenderlo todo y la libertad de intentarlo todo.
Es cierto: tales son los derechos del amor, siempre que vaya por la recta senda. Pero de encontrarse extraviado, debe volver dando largos rodeos, debe temblar, debe alejarse, debe lamentar sus extravíos y reparar las faltas cometidas a causa de su confusión. ¡Oh, amor! ¿Para qué estás hecho? Para lo bello y lo bueno, para la unidad y el todo, para la verdad y el ser, para la fuente del ser: y todo eso es Dios mismo. Sí, si has caminado siempre por la recta senda de Dios, te atreverías a todo con Jesucristo, lo intentarías todo por Él. El Dios hecho hombre para ser del hombre se hubiese abandonado todo él a tus brazos, tan castos como libres, tan sosegados y dulces como fervientes e insaciables. Lo pretenderías todo sin temor y lo poseerías todo sin reservas. Pero, amor, te has perdido entre objetos desconocidos, para los que no has sido hecho. Vuelve, vuelve, pobre vagabundo, pero vuelve con temor a un justo castigo por haber dejado errar a tu libertad; vuelve, oprimido por el dolor, a fin de cargar la pena de tus desahogos disolutos; vuelve, humillado y abatido, a fin de mostrar que, muy atrevidamente, te has sacudido el yugo y has olvidado a tu Soberano.
El amor une, el pecado distancia y el amor penitente participa de ambos. Magdalena corre hacia Jesús: eso es amor. Magdalena no se atreve a acercarse a Jesús: eso es pecado. Entra decidida: eso es amor; se acerca temerosa y confundida: eso es pecado. Perfuma los pies de Jesús: eso es amor; los moja con sus lágrimas: eso es pecado; esparce y prodiga sus cabellos: eso es amor; enjuga con ellos los pies de Jesús: eso es pecado. Es ávida e insaciable: eso es amor; no se atreve a pedir nada: eso es pecado. Pero Magdalena llora, suspira, mira, se calla: es a la vez el amor y el pecado. ¡Qué amable es el amor penitente en sus sumisas insolencias, en sus libertades reprimidas, en sus licencias temblorosas! Y otra vez, ¡qué amable es, porque ama, porque honra, porque practica la justicia y la renuncia a los derechos que le pertenecen por el nombre y la calidad del amor, para que, con sentimientos de penitencia, reine la justicia!
Oigamos, pues, hablar al amor en el Cantar de los Cantares. Él solo aspira a la unión de los castos besos, a los íntimos abrazos del Esposo. Ardiente e impetuoso como es, comienza así: «Bésame con los besos de tu boca». El amor penitente sin duda querría abandonarse desde el principio a este amable exceso, pero, turbado por sus confusiones, no se atreve a hablar con esta noble pasión, y en lugar de cantar con la Esposa: «Bésame con los besos de tu boca», ¡ay!, se consideraría más feliz si lo dejaran decir: «Que me permitan tan solo besar sus pies». Ese es el cantar del amor penitente, aquel que canta María Magdalena con sus lágrimas, con sus sollozos, con su silencio melodioso.