DEL FAR WEST A LA NBA
¿Qué tienen en común personajes como Winston Churchill, Buffalo Bill, Mozart, John Wayne, Garibaldi, Voltaire, Antonio Machado, el presidente venezolano Hugo Chávez y la estrella de la NBA Scottie Pippen? En principio, poco o nada. Sin embargo, a todos ellos les une haber pertenecido a la masonería, una sociedad, orden secreta o hermandad que actualmente reúne alrededor de seis millones de miembros en todo el mundo y de la que han formado parte importantes figuras de la historia. Por ello ha estado, por uno u otro motivo, presente en la práctica totalidad de los grandes episodios de la humanidad en los últimos trescientos años, desde la Revolución francesa a la conquista del espacio, pasando por el descubrimiento de la penicilina, la abolición de la esclavitud, e incluso el jazz, el cine y la industria del automóvil. También ha sido objeto de persecución. La Inquisición, el Vaticano, Franco, el nazismo, Stalin y, más recientemente, el laborismo británico han acosado a los masones.
Para comprender la importancia de la masonería en los últimos tres siglos es necesario conocer sus orígenes y quiénes han pertenecido o pertenecen a ella. A veces actúa como lobby a través de la ayuda mutua que se prestan los masones entre sí. Otras, como una sociedad secreta cuyos miembros se reconocen por todo el mundo mediante signos que sólo los masones conocen y que pasan desapercibidos para el resto de las personas. La masonería también protagoniza acciones de beneficencia. En las logias o talleres, que son los lugares donde tienen lugar las reuniones secretas, se estudia y se habla de casi todo, salvo de política y religión, lo que no ha impedido que en ciertos momentos la política de un país haya pasado por los templos masónicos. En España pasó durante la Segunda República. La independencia de Estados Unidos y del resto de países americanos no se entendería sin la activa participación de las logias, y en Francia, el presidente François Mitterrand basó la política de relación con las antiguas colonias de África en los lazos masónicos de su ministro de Exteriores Guy Penne con los líderes de aquellos países. Mitterrand, que no era masón, utilizó la masonería de igual modo que lo había hecho antes Napoleón, que tampoco lo era pero que la controlaba a través de sus hermanos, que sí pertenecían a la orden.
Pero para entender la masonería y su importancia en el mundo es también necesario despejar las numerosas dudas, imprecisiones y falsedades que rodean la historia de esta institución desde sus orígenes, sus prácticas secretas y falsos miembros. La historia de la masonería está repleta de mentiras propagadas por charlatanes. Se trata en muchos casos de invenciones fantásticas sobre los orígenes de la sociedad lanzadas no sólo por seudohistoriadores de lo mítico y esotérico, sino avaladas también a menudo por la propia institución masónica. Muchos dirigentes masónicos no dudan en afirmar un origen de la hermandad muy lejos de la realidad histórica. Así, templarios, cátaros, Pitágoras, los romanos o los constructores del bíblico templo de Salomón se sitúan a menudo en el origen de la masonería, y cualquier figura histórica de renombre es inmediatamente confirmada como masón sin ninguna prueba de que lo sea. Incluso algunos miembros adoptan sus nombres como simbólicos, así como algunas logias. Es el caso de Newton, Dantón, Robespierre, Abraham Lincoln o Neil Armstrong, el primer hombre en pisar la Luna. Ninguno de ellos, entre otros muchos, fue masón ni procede de templarios ni de los pitagóricos.
LOS CONSTRUCTORES DE CATEDRALES
El verdadero e históricamente probado origen de la masonería son los gremios medievales de constructores de catedrales. Mason, en inglés, y maçon, en francés, significan «albañil». Los masones medievales eran, pues, albañiles, trabajadores altamente cualificados que tallaban piedras y construían edificios por encargo de reyes, nobles o la Iglesia, que eran los únicos que podían costear edificaciones de piedra. A causa de esto, los masones gozaban de privilegios que no tenían otros artesanos, como la libertad o franquicia de trasladarse de un lugar a otro para realizar su trabajo. Por eso se les llamaba también francmasones.
Construir una catedral, un castillo o una abadía requería mucha mano de obra, tanto especializada como no. Y, por supuesto, organización. Ello obligaba a una jerarquizada y disciplinada distribución de los trabajos por categoría de especialización. Estaban los maestros de obra, los oficiales o compañeros y los aprendices. Junto a la obra había una choza llamada lodge («alojamiento» en inglés, y de la que procede la palabra logia con el significado de «agrupación de masones»), donde se guardaban las herramientas y tenían lugar las reuniones de trabajo.
También disponían de un código de obligaciones morales. Así, el masón debía creer en Dios y la doctrina de la Iglesia y rechazar las herejías. También debían respetar la soberanía del rey y obedecer sus leyes. Los aprendices debían respetar a sus maestros, no podían traicionar sus secretos. Tampoco podían seducir a su mujer, hija o ama de llaves, ni discutir nunca ni desobedecer a su maestro u otro masón. Tampoco debían cometer adulterio, frecuentar burdeles, ni salir después de las ocho de la noche.
Para proteger el oficio de intrusiones y mantener los privilegios del gremio, los masones controlaban férreamente el acceso a la profesión. Así, los aspirantes a masón debían iniciar un largo aprendizaje a través del cual les eran facilitados los conocimientos de la talla de piedra y de construcción necesarios para llegar a ser maestros. La protección era incluso interna. A los maestros, al alcanzar esta categoría, se les enseñaba unos signos secretos mediante los que reconocer a otros maestros. Esto impedía, por ejemplo, que un oficial o compañero diestro pudiera hacerse pasar por maestro en otra obra.
LOS MASONES ACEPTADOS
Durante el siglo XVII tuvo lugar el proceso de transición que llevó a los gremios de constructores a convertirse en la masonería tal y como la conocemos en la actualidad. Era habitual que caballeros influyentes, nobles e intelectuales fueran admitidos en los distintos gremios artesanales. Los masones no eran una excepción. También tenían derecho a ingresar los hijos de los miembros del gremio aunque no tuvieran el oficio. Este tipo de afiliados eran conocidos como masones aceptados. En la Inglaterra ya protestante, además, un aliciente atraía a los intelectuales a los talleres masónicos: la lectura de la Biblia, no en latín, sino en inglés. Los masones se sentían especialmente identificados con la narración de la construcción del templo de Salomón por parte del arquitecto Hiram, descrita con gran profusión de detalles en el Libro Primero de los Reyes.
La Biblia narra que Hiram, «hijo de una viuda de la tribu de Neftalí», fue asesinado por tres de sus discípulos, celosos de su saber, y con él murió el secreto del templo. Salomón mandó a tres masones en busca del cadáver para desenterrarlo y recuperar el secreto. La leyenda de Hiram y del templo de Salomón ha inspirado la estética y parte del ritual de la masonería moderna. Así, las logias actuales están decoradas siguiendo la descripción del templo de Jerusalén. Asimismo, la ceremonia de iniciación de un maestro masón recrea la búsqueda y descubrimiento del cadáver de Hiram. Además, los masones se autodenominan hijos de la viuda, en referencia al arquitecto de Salomón. La leyenda sobre el templo de Salomón condujo a las cruzadas y a los caballeros templarios. Muy pronto surgieron teorías sobre el origen templario de la masonería.
La entrada de intelectuales y miembros de la Royal Society en las logias inglesas coincidió con la decadencia del gótico, de modo que los masones aceptados no tardaron en ser más numerosos que constructores y canteros. Así, el gremio fue transformándose en una sociedad filosófica que seguía manteniendo buena parte de la simbología medieval, como el compás, la escuadra, el mandil y la plomada, entre otros. Uno de los más destacados masones aceptados de la época fue el anticuario y procurador londinense Elias Ashmole, cuya colección sirvió para crear el Ashmole Museum de Oxford. Se inició como masón en 1646 en una logia de la población inglesa de Warrington. En su diario relata haber asistido a una reunión en la sala de la Compañía de Masones de Londres. El diario se conserva en el museo que lleva su nombre, en la Beaumont Street de Oxford.