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Ricardo de la Cierva - La masonería en España: La logia de Príncipe, 12

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Ricardo de la Cierva La masonería en España: La logia de Príncipe, 12
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    La masonería en España: La logia de Príncipe, 12
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    ePubLibre
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    2015
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La masonería en España: La logia de Príncipe, 12: resumen, descripción y anotación

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En 1988 cuando el financiero Mario Conde se encontraba en el apogeo del poder - photo 1

«En 1988, cuando el financiero Mario Conde se encontraba en el apogeo del poder y la gloria, los innumerables españoles que le admiraban y los innumerables jóvenes que le tenían por ídolo se quedaron de una pieza al saber, por el libro de Jesús Cacho Asalto al poder, aparecido en ese mismo año, que Conde era masón, y más todavía, al oír las palabras que Cacho pone en su boca para explicar su iniciación y proselitismo.

Pero ni las andanzas de Mario Conde, ni el siguiente capítulo de la historia de la Masonería, ni su confrontación con la Iglesia católica en el mundo de hoy, son todavía historia. Entretanto el lector tiene en este libro las que son, a mi entender, las líneas maestras de la historia masónica, sin ira ni obsesión, sólo con serena pasión por la verdad».

Ricardo de la Cierva La masonería en España La logia de Príncipe 12 Episodios - photo 2

Ricardo de la Cierva

La masonería en España:
La logia de Príncipe, 12

Episodios históricos de España - 6

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Titivillus 01.02.15

Título original:La masonería en España: La logia de Príncipe, 12

Ricardo de la Cierva, 1996

Editor digital: Titivillus

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Para Mercedes 64 La iniciación masónica de Manuel Azaña en 1932 El miércoles 2 - photo 3

Para Mercedes 64

La iniciación masónica
de Manuel Azaña en 1932

El miércoles 2 de marzo de 1932 el presidente del gobierno de la República, don Manuel Azaña, salía en su coche oficial del ministerio de la Guerra, el palacio de Buenavista, sobre la Cibeles, a las diez menos cuarto de la noche. Iba solo, con el chófer Antonio Ávila Izquierdo, que dejó ante el portal número 12 de la calle del Príncipe, en el centro de Madrid, donde tenía su templo la Logia Matritense, adscrita a la obediencia del Gran Oriente Español, cuyo Gran Maestre era el miembro del partido radical, don Diego Martínez Barrio, que había sido ministro de Comunicaciones en el primer gobierno de la República. El jefe de ese partido era don Alejandro Lerroux, ministro de Estado en aquel primer gobierno. Cuando don Manuel Azaña fue designado para la jefatura del gobierno el 14 de octubre de 1931, por dimisión de don Niceto Alcalá Zamora (disconforme con el tono anticlerical de la Constitución que se estaba discutiendo), conservó en el gobierno provisional a los dos ministros radicales, pero prescindió de ellos el 16 de diciembre cuando asumió la jefatura del primer gobierno constitucional, y también don Niceto volvió, tragándose sus escrúpulos de conciencia, a la presidencia de la República, Desde aquel momento, entre don Manuel Azaña y don Alejandro Lerroux se abrió una enemistad profunda que nunca se cerró.

Don Diego Martínez Barrio era grado 33, supremo en la masonería de rito escocés que adoptaba el Gran Oriente, del cual, como acabo de indicar, era Gran Maestre. El señor Lerroux era también masón de antiguo, pero no había pasado del tercer grado, Maestro masón, y además se hallaba en situación de durmiente, es decir, que no participaba en la vida masónica activa; pero los durmientes siguen siendo íntegramente masones y pueden regresar a la situación de actividad cuando lo soliciten y se les autorice. Don Manuel Azaña no era masón. Sinceramente católico en su infancia, su confesión religiosa era entonces (y debería ser hoy, pero ésa es, como veremos, otra historia) absolutamente incompatible con la obediencia masónica; poco antes de la República, el señor Azaña había contraído matrimonio católico con doña Dolores Rivas Cherif, que era católica practicante, en la iglesia de san Jerónimo el Real de Madrid y, aunque no era practicante nunca, ni entonces ni después abjuró de su religión. Aquella noche del 2 de marzo de 1932 había accedido, por fin, a los insistentes megos de sus amigos que le pedían, desde muchos años antes, que ingresara en la masonería. Éste es uno de los muchos episodios de la vida de don Manuel Azaña al que nunca se refiere su extraño discípulo de nuestro tiempo, don José María Aznar. Dedicamos un libro completo de esta serie al Azaña que no conoce Aznar (cuya situación es tan alta que su ejemplo resulta desorientador y peligroso) pero anticipamos ahora un epígrafe fundamental, la iniciación masónica del señor Azaña y la descripción de su contexto.

Durante su estancia como observador de la Primera Guerra Mundial en Francia, de la que surgió el libro sobre política militar que le llevó, trece años después, al ministerio de la Guerra, don Manuel Azaña había frecuentado la amistad de varios miembros de la masonería francesa, que durante la última década del siglo XIX y la primera del XX había mantenido un combate a muerte, de signo jacobino, contra la Iglesia católica, a la que pretendía expulsar de la enseñanza y arrancarle todo su vasto e intenso influjo social. La amistad con esos masones era tan grande que el señor Azaña pasaba generalmente por masón en los ambientes franceses. De vuelta a España se reincorporó a las actividades del Partido Reformista, un fallido intento de equilibrio centrista también plagado de masones, que abundaban igualmente entre los republicanos, a quienes se sumó Azaña durante la dictadura de Primo de Rivera y también figuraban entre los socialistas. Ahora dirigía, en la República, un nuevo partido llamado Acción Republicana que adoptó durante los debates constitucionales una actitud anticlerical semejante, aunque algo menos exaltada, que otros partidos republicanos de mayor influjo masónico, como los radicales, los radical-socialistas y los propios socialistas, que contaban con numerosa militancia masónica en sus filas. Gracias en buena parte a los trabajos de don Alejandro Lerroux, muy interesado siempre en la actividad proselitista entre el estamento militar, la masonería se había extendido mucho, durante la época monárquica, entre los militares destinados en África, muchos de los cuales aceptaron con entusiasmo a la República y se mostraron decididos partidarios de don Manuel Azaña, el reformador militar de la República. Es casi seguro que la masonería buscó el contacto con el general Francisco Franco, que poseía la carrera más brillante del Ejército, pero es completamente seguro que Franco nunca fue iniciado en la Orden —como ella suele llamarse— por su fe católica practicante, que cultivó toda su vida, antes y después del 18 de julio de 1936. En cambio dos hermanos de Franco —su hermano menor Ramón, el famoso aviador, y su hermano mayor Nicolás, ingeniero de Armas Navales— pertenecieron a la masonería, así como el padre de los tres, el intendente de la Armada don Nicolás Franco.

A principios de 1932, cuando Manuel Azaña se decidió por fin a solicitar el ingreso en la masonería, ya estaba en la cumbre de su poder y de su gloria. La mayoría de los candidatos dan ese paso cuando no son conocidos y piensan que la Orden les puede facilitar el camino, como suele hacer con sus adeptos. Una minoría, casi siempre seleccionados y tentados tiempo antes por la propia masonería, ingresan para conservar sus posiciones de poder o de influencia en cualquier campo de actividad. No descarto, por supuesto, que algunos postulantes se muevan por tradición familiar o incluso por idealismo ilustrado y otras formas de comunicación con el horizonte masónico, del que luego hablaremos. Pero la masonería no cultiva entre sus virtudes la abnegación cristiana y sus candidatos pretenden casi siempre ventajas tangibles al decidirse a ingresar. En el caso de los políticos, la masonería les confiere unas señas de identidad, una red vastísima de relaciones internacionales y, en definitiva, un apoyo para sus ambiciones personales.

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