Pocos personajes de la historia reciente han tenido el impacto de Hugo Rafael Chávez Frías (1954-2013). Presidente de Venezuela desde 1999 hasta 2013, su mensaje de las realizaciones de la Revolución Bolivariana inició un movimiento en América Latina que abrió el camino para dirigentes nuevos, de origen sindical, militante social, militar o hasta guerrillero: Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Rousseff en Brasil, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador, Néstor Kirchner y Cristina Fernández en Argentina, Tabaré Vázquez y José «Pepe» Mujica en Uruguay, y tantos otros. En este revelador libro, fruto de cinco años de trabajo y más de doscientas horas de conversaciones con Chávez, Ignacio Ramonet logra retratar al dirigente venezolano a través de sus propias palabras.
¿Quién era Chávez antes de convertirse en una personalidad pública universalmente conocida? ¿Cómo fue su infancia? ¿Cómo se formó? ¿Cuándo se inició en la política? ¿Cuáles fueron sus lecturas? ¿Qué influencias recibió? ¿Cuál era su visión geopolítica? ¿Qué corriente ideológica reclamaba? Estas memorias dialogadas, centradas en la primera etapa de la vida del presidente venezolano, clave y explicación de su posterior trayectoria, son una obra de historia insoslayable para quien quiera entender el arranque del siglo en América Latina y el mundo.
Ignacio Ramonet
Hugo Chávez
Mi primera vida: Conversaciones con Ignacio Ramonet
ePub r1.0
Titivillus 10.10.15
Título original: Hugo Chávez
Ignacio Ramonet, 2013
Diseño de cubierta: Nora Grosse
Fotografía de cubierta: Jose Goitia
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
DEDICATORIA
A Maximilien Arvelaiz
IGNACIO RAMONET nació en España en 1943. Es doctor en semiología y profesor emérito de teoría de comunicación en la Universidad de París. Además es director del periódico independiente Le Monde diplomatique, en español, y fundador y presidente de honor del movimiento internacional ATTAC (Asociación por la Tasación de las Transacciones financieras y por la Acción Ciudadana). Preside la red internacional de observatorios de medios Media Watch Global, y es uno de los creadores del Foro Social Mundial, del que propuso el lema: «Otro mundo es posible».
Entre sus libros destacan La golosina visual; Marcos, la dignidad rebelde (conversaciones con el subcomandante Marcos); La tiranía de la comunicación; Un mundo sin rumbo; Guerras del siglo XXI; Abecedario de la globalización (con Ramón Chao); Irak, historia de un desastre; Fidel Castro: biografía a dos voces; La catástrofe perfecta y La explosión del periodismo.
NOTA DEL EDITOR
Este libro es fruto de años de trabajo, y solo ha sido posible gracias en última instancia al esfuerzo y el talento de Ignacio Ramonet y la generosidad del presidente Chávez y su equipo. A nivel editorial, sin embargo, es obligado destacar y agradecer tanto a Teresa Aquino de Vadell como a Manuel Vadell y al resto de sus colaboradores la cooperación y la ayuda prestada por la editorial Vadell, de Caracas, cuya participación y profesionalidad han sido fundamentales para poder llevar a buen puerto este proyecto.
INTRODUCCIÓN
CIEN HORAS CON CHÁVEZ
Habíamos llegado la víspera, al centro de los infinitos Llanos venezolanos, a un lugar cuyo nombre desconocía. Eran las nueve de la mañana y hacía ya un calor de horno. Prestada por un amigo, la casa donde nos hospedábamos era sencilla, rústica, de planta baja y techo de tejas, al estilo llanero. Poseía en fachada una gran veranda abierta, amueblada con mesas bajas de hierro forjado, mecedoras de mimbre y decenas de macetas verdes. Alrededor, agrietada y endurecida, la tierra estaba salpicada de matas de color, espléndidos árboles gigantes y frutales en flor. Un vientecillo tenaz levantaba un polvo dorado y aportaba olores de matorrales perfumados. Castigada por las bocanadas de brisa ardiente, la vegetación ofrecía, en todo el alrededor, un semblante agobiado y exhausto.
En el jardín, a la sombra, nos habían instalado una mesita con libros y documentos para la entrevista. Mientras esperaba a Hugo Chávez, me senté en el madero de una empalizada que cercaba la estancia, el «hato» dicen allí. Reinaba el silencio, apenas roto por trinos de pájaros, algún canto de gallo y el run-rún lejano de un grupo electrógeno. No se divisaba ninguna edificación a la redonda, ni se percibía ajetreo alguno de tránsito. Un retiro ideal. Tampoco había wi-fi . Ni siquiera conexión para los celulares. Sólo funcionaban, vía canales militares, unos teléfonos satelitales usados por los escoltas y el propio Presidente.
El día anterior, por la tarde, a bordo de una avioneta Falcon, habíamos aterrizado en el pequeño aeopuerto de Barinas. Antes de comenzar nuestras conversaciones para este libro, Chávez deseaba mostrarme el territorio de su infancia y las raíces de su destino. El «escenario de mis circunstancias», dijo él.
Llegó casi de incógnito para evitar protocolos y ceremonias. Vestido con sencillez: zapatillas deportivas, pantalón vaquero negro, camiseta blanca y ligera chaqueta azul de apariencia militar. Sólo le acompañaba uno de sus principales asesores, Maximilien Arvelaiz, joven y brillante consejero de asuntos internacionales, además de varios escoltas con uniforme verde olivo. Al pie de la aeronave, nos esperaban unos calores saharianos y dos discretos 4 × 4 negros. Chávez se puso al volante del primero de ellos. Maximilien y yo subimos con él. Los escoltas en el de atrás. La noche comenzaba a caer. Enseguida pusimos rumbo al centro histórico.
Ciudad horizontal y achatada, Barinas ofrecía en aquel momento una atmósfera «de frontera». Abundaban sufridas furgonetas de tipo pick up y rutilantes 4 × 4 de nuevos ricos. Se veían hombres con sombrero llanero calzados con botas de media caña. El Llano es tierra de vaqueros, de contrabando, de gestas y de inacabables espacios abiertos. También de corridos y joropos, canciones llaneras, música «country» local. Visto desde Caracas, aquello es en verdad el «lejano Oeste», y el meollo identitario de la venezolanidad.
Capital del Estado homónimo, la ciudad había crecido en exceso en los últimos años. Se notaba una briosa actividad. Edificios en construcción, grúas, calles en obras, tránsito denso… En su destartalada periferia, como en el de tantas localidades, el feísmo arquitectónico había cometido espantosos estragos. Pero a medida que nos íbamos acercando al viejo núcleo urbano reaparecían la armonía geométrica colonial y alguna edificación de noble estampa.
Con su tranquila y bella voz de barítono, Chávez me iba contando la historia de esta ciudad: me indicó por dónde pasó Simón Bolívar, el Libertador; por dónde cruzaron los llaneros del «Centauro» Páez; por dónde estuvo Ezequiel Zamora —el «general de hombres libres»— cuando liberó Barinas, proclamó la Federación y salió para la decisiva batalla de Santa Inés el 10 de diciembre de 1859 «la patria es el hombre». Debemos conectar el presente con el pasado. Nuestra historia es nuestra identidad. El que la ignora no sabe quién es. Sólo la historia le da a un pueblo la entera «conciencia de sí mismo».