© 2011 by Gerardo Castillo
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Alcalá, 290 - 28027 Madrid
Realización ePub: produccioneditorial.com
ISBN: 978-84-321-3895-9
Depósito legal: M-21582-2011
Impreso en Gráficas Rógar, S. A., Navalcarnero (Madrid)
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Agradecimiento
A D. Ricardo Rovira Reich,
que me propuso escribir este libro,
me sugirió algunos de los personajes históricos incluidos
y me apoyó a lo largo de su elaboración.
G. C.
PRÓLOGO
Existen muchos libros sobre la vida individual de personajes extraordinarios, pero muy pocos sobre la vida compartida de ese tipo de personajes en el ámbito del matrimonio.
Se ha dicho que detrás de un hombre importante, hay una mujer importante (y viceversa). Aunque eso es ya un tópico, con bastante frecuencia es una gran verdad. Por otra parte, me parece prácticamente imposible hacer una buena biografía de una persona casada sin tener en cuenta cómo fue la relación con su cónyuge, sobre todo cuando esa relación se mantuvo con fidelidad a lo largo de muchos años, hasta el final de su vida.
Es muy significativa, en este sentido, la historia de hombres famosos y de mucha categoría, que deben gran parte de su éxito a la ayuda oculta y abnegada de sus esposas. En este libro hay varios ejemplos: Pierre Curie, G. K. Chesterton, Jacques Maritain, Carlos de Austria, Ronald Tolkien, Juan Ramón Jiménez, Miguel Delibes, Balduino I de Bélgica.
El libro es el resultado de una investigación sobre la historia de una serie de personajes extraordinarios ligada a la de un cónyuge también extraordinario. Han sido elegidos en función de dos criterios: ser protagonistas de una época histórica y haber vivido una bella y meritoria historia de amor conyugal. Hay nueve matrimonios de reyes y siete de escritores. A ellos se añade un caso de cada una de estas actividades: artesanía, historia, política, música y ciencia.
La mayoría se casaron por amor. Cuatro fueron matrimonios políticos o de conveniencia y luego se transformaron en matrimonios de amor. Así, Luis IX de Francia y Margarita de Provenza se casaron sin haberse conocido, o Isabel de Hungría y Luis de Turingia como consecuencia de un pacto entre los padres de ambos. En los dos casos nació un amor que luego se mantuvo siempre vivo. Está claro que el proceso seguido en ambos casos no es ortodoxo ni recomendable, pero nos proporciona una enseñanza: la buena voluntad por parte de ambos cónyuges siempre es positiva y, a veces, hace «milagros».
En el libro hay también casos de amor a contracorriente, que sobrevive a la tragedia de la guerra o que supera diferencias de edad y de forma de ser, como el de Nicolás II de Rusia, Alfonso XII o Antonio Machado.
Pienso que el conocimiento de esa constante histórica de matrimonios unidos, fieles y felices en medio de grandes dificultades, puede ser una referencia valiosa para el debate actual sobre la institución matrimonial. Además, los testimonios recogidos abarcan un marco temporal muy amplio: desde el año 40 después de Cristo hasta 1960. En la relación de matrimonios que figura en el índice del libro, junto a un «titular» sobre cada uno, consta el año de la boda.
Confío en que la descripción de estos testimonios contribuya a recuperar la narrativa del éxito amoroso en el matrimonio, así como la confianza en esta institución de origen natural, frente al actual monopolio de descripciones de fracaso conyugal.
G. C.
1. AQUILA Y PRISCILA (40 D.C.)
E L SERVICIO A LA COMUNIDAD CRISTIANA ENRIQUECIÓ
SU RELACIÓN CONYUGAL Y FAMILIAR
Un matrimonio evangelizador en el origen de la Iglesia
Lo poco que se sabe de los esposos Aquila y Priscila procede de la Sagrada Escritura. De los dos se hace mención conjunta con grandes alabanzas tres veces en el libro de los Hechos de los Apóstoles (18, 2-3) y otras tres en las Cartas de San Pablo (Corintios 1, 16; Romanos 16, 3-5; Timoteo 4, 19).
En pocos años la semilla del Evangelio se había extendido por muchas regiones del Imperio Romano. En Roma fue acogida por algunos judíos, entre ellos Aquila y Priscila, que se convirtieron al cristianismo en los años cuarenta, después de haberlo predicado San Pedro y antes de conocer a San Pablo. Ambos fueron discípulos y colaboradores de este último, a partir del año 50 d.C., desempeñando un papel evangelizador muy activo en los orígenes de la Iglesia.
Aquila era oriundo del Ponto. El nombre lo tomó del latín, probablemente para ocultar su origen judío. Era un tejedor de tiendas de campaña para uso doméstico que se había establecido en la ciudad de Roma, de la que fue expulsado junto con su esposa por el edicto del Emperador Claudio, promulgado en el año 49 y que alcanzaba tanto a judíos como a cristianos. El historiador Suetonio alude al decreto de forma muy sintética: «Expulsó de Roma a los judíos, pues provocaban desórdenes a causa de Cresto» —de Cristo—. Se trataba de discordias dentro de la comunidad judía en torno a la cuestión de si Jesús era el Cristo.
El nombre de Priscila es el diminutivo de Prisca (Anciana), utilizado por San Pablo cuando la menciona en sus Cartas y Epístolas. Era ciudadana romana. Una larga tradición sostiene que estaba emparentada con el senador Cayo Mario Corneliano, que hospedaba a San Pedro en su casa, en el Viminale. Existen pinturas en las que San Pedro está administrando el Bautismo a una joven llamada Prisca.
Priscila acompañó a su esposo en muchos viajes. Su celo en difundir el Evangelio la hizo destacar al lado de Aquila. Se la menciona siete veces por su nombre y no por el de su marido, y en cuatro de ellas, en primer lugar. Esto es señal de que era muy conocida en su actividad pastoral. Era, además, una mujer muy instruida, pues contribuyó a enseñar la doctrina cristiana al hebreo Apolo, un hombre muy culto.
Obligados a dejar Roma, Aquila y Priscila se trasladaron a Corinto, la capital de Acaya, situada entre los mares Adriático y Egeo. Por su estratégica posición, entre oriente y occidente, fue una de las grandes metrópolis del Imperio Romano. Era centro religioso, portuario y comercial.
Allí los jóvenes emigrantes tuvieron que ganarse la vida, entre griegos, romanos, africanos, judíos, etc., con tradiciones y mentalidades muy diferentes. Corinto era núcleo de la industria de la púrpura y del tejido. Por ello, no tardaron en instalar su propio taller de fabricantes de tiendas, y llegaron a contar con muchos empleados a sus órdenes.
Alojan a San Pablo en su casa
A los pocos meses de llegar a aquella gran ciudad cosmopolita, al inicio de los años cincuenta, fueron visitados por un viajero procedente de Atenas que les pidió asilo en su casa. Era Pablo de Tarso, que llegaba abatido por la incomprensión hacia su trabajo apostólico por parte de los atenienses, con quienes parece que no tuvo éxito. Años después lo recordaba así: «Me he presentado ante vosotros débil, con temor y mucho temblor». Pablo venía a Corinto con el propósito de iniciar allí una comunidad cristiana.
Aquila y Priscila sintonizaron desde el primer momento con Pablo, ya que compartían, además de la fe cristiana, la misma profesión. Lo acogieron con alegría en su propio hogar y le dieron trabajo en su taller. El matrimonio trabajó intensamente junto a San Pablo en la propagación de la fe, y reunieron en su casa a los conversos, llegando a constituir una pequeña Iglesia. Se inició así la Iglesia de Corinto, con un equipo misionero compuesto por el apóstol y por un matrimonio.