Annotation
Biografía de Hernán Cortés (1485-1547), uno de los personajes más importantes de la Conquista de América, «pilar de hispanidad», practicante de las armas y de las letras, cuyas hazañas parecen aventuras quijotescas y cuya personalidad aparece reflejada con minuciosidad gracias a su mejor biógrafo: Salvador de Madariaga, uno de los más grandes historiadores españoles de la primera mitad del siglo xx.
Salvador De Madariaga
HERNÁN CORTÉS
FB2 Enhancer
© Salvador de Madariaga, 1941
© Espasa Calpe, S.A., 2008
Diseño de cubierta: Rodesindo de la Fuente
Ilustración de cubierta: Entrada triunfante de Cortés y su Ejército en Tlaxcala , anónimo, Museo de América, Madrid. Archivo Oronoz
Depósito legal: M. 37.109-2008
ISBN: 978-84-670-2916-1
A Don Adolfo Prieto,
español de Méjico y mejicano de España,
dedica este retrato de su antecesor en espíritu
EL AUTOR
La verdadera pulida e agraciado componer es decir verdad.
BERNAL DIAZ DEL CASTILLO
PRÓLOGO
EL RETORNO DE QUETZALCOATL
En el año 4 de Casas de la Octava Gavilla de la era mejicana, el Emperador Moteczuma el Chico se llevó un gran susto. Correspondía aquel año mejicano al 1509 de nuestra era. Los mejicanos computaban el tiempo en gavillas de cincuenta y dos años, y a fin de rehuir todo error o ambigüedad, habían adoptado un ingenioso sistema que equivale a numerar los años como cartas de la baraja: uno de espadas, dos de bastos, tres de oros, cuatro de copas, cinco de espadas, seis de bastos, y así sucesivamente (con las malillas) hasta cincuenta y dos, cuando, ya agotada la «baraja», se cerraba la «gavilla» de los años, y volvía a empezar la numeración. Los cuatro «palos» del calendario azteca eran conejos, cañas, pedernales y casas.
Moteczuma era Uei Tlatoani de México, es decir, Señor, o literalmente, el que habla, y como tal, era objeto de universal respeto, aun del más alto dignatario del Imperio, que ostentaba ufano el título de Civacoatl o Mujer-Serpiente (combinación, en verdad, formidable). Dondequiera que fuese Moteczuma, se barrían las calles antes de que pasase, aunque jamás las tocaba con la planta de su imperial persona, pues iba siempre en litera y si por ventura condescendía a andar, lo hacía sobre tapices que protegían sus pies de todo contacto con la tierra. Los magnates más poderosos cubrían sus ricas vestiduras con mantas pobres y raídas antes de comparecer ante su augusta presencia. A nadie le estaba permitido mirarle a la cara. Si tan poderoso señor se llevaba un susto, solo podía venirle de causas sobrenaturales.
Era Moteczuma observador puntual del culto de su nación, y, cuando, al morir el Emperador Ahuitzotl, los doce electores le habían escogido entre dieciséis candidatos posibles, aunque no pasaba del sexto lugar en la línea de sucesión de su padre el Emperador Axayacatl.
Parece ser que en esta elección, que había tenido lugar el año 10 de Conejos, había tomado parte influyente el Rey de Tetzcuco, Nezahualpilli, uno de los magnates más poderosos del Imperio en él, que es esfuerzo para los caminos, oregeras y bezoleras de oro, y una manta de red azul, como una toca delgada con mucha pedrería muy menuda y rica, y pañetes muy costosos, unas cótaras azules delgadas y la corona del señorío. Acabado esto, le sahumaron con el incensario: luego le saludaron los dos reyes nombrándole emperador de México Tenuchtitlán.»
No se trataba de ninguna sinecura, como los dos reyes pasaron a explicarle sin tardanza. «Es cargo —le dijeron— para no dormir, ver, entender cómo ha de servido, adorado, reverenciado en loores y sacrificios el Tetzahuitl Huitzilopochtli [...] con los viejos y viejas mucho amor, dándoles para el sustento humano [...] tener especial cuidado de levantaros a media noche [...] y al alborada, que llaman tlahuizcalpan teuctli , os habéis de bañar y hacer sacrificio: embijaros de negro, y luego habéis de hacer penitencia de punzaros y sacaros sangre de las orejas, molledos y piernas, tomar luego el incensario, y antes que le echéis el sahumerio del copal, mirar hacia el noveno cielo y sahumar [...] que estén los caminos usados limpios, barridos, en especial adonde se han de hacer los sacrificios de penitencia de sangre, que los sacerdotes hacen cada día».
Como para probar al punto que estaba dispuesto a todo, Moteczuma, «acabado de hacer su parlamento [...] pidió le trajesen dos punzas, una de hueso de tigre y otra de león, muy agudas, y se punzó otra vez las puntas de las orejas, molledos y espinillas, en el asiento de la lumbrera, adonde estaba la chimenea. Tomó luego codornices, les cortó las cabezas, y con la sangre salpicó la lumbre y sahumó la hoguera. Luego fue y se subió al templo de Huitzilopochtli, habiendo besado la tierra con el dedo de su mano, a los pies de el ídolo comenzó otra vez a punzarse las orejas, brazos y espinillas. Luego tomó codornices, las degolló, y con la sangre salpicó el templo del ídolo. Después tomó el incensario y sahumó al ídolo Huitzilopochtli: luego a todas cuatro partes del templo; y hecha reverencia se bajó para los reales palacios y con él todos los reyes y principales mexicanos que le acompañaban. Acabado de comer, volvieron a subir al templo, sin llegar a las cuatro gradas más altas donde estaba el gran ídolo, sino solo a la piedra redonda que llaman cuauhxicalli , brasero y caño de sangre. Como estaba agugereada la piedra calaba mucha sangre, y entraban por el agujero muchos corazones humanos, y allí hizo otra vez sacrificio y degolló codornices» .
*
«Era —dice Cervantes de Salazar en su crónica escrita poco después de la conquista— hombre de mediana disposición, acompañada con cierta gravedad y majestad real, que parecía bien quien era aun a los que no le conocían. Era delgado, de pocas carnes, la color baza, como de loro, de la manera que todos los de su nación; traía el cabello largo, muy negro y reluciente, casi hasta los hombros; tenía la barba muy rara, con pocos pelos negros y casi tan largos como un jeme; los ojos negros, el mirar grave, y en todo el rostro una cierta afabilidad, acompañada con majestad real, que mirándole convidaba a amarle y reverenciarle. Era hombre de buenas fuerzas, suelto y ligero; tiraba bien el arco, nadaba y hacía bien todos los ejercicios de guerra; era bien acondicionado, aunque muy justiciero, y esto hacía por ser amado y temido, ca así de lo que sus pasados le habían dicho, como de la experiencia que él tenía, sabía que eran de tal condición sus vasallos que no podían ser bien gobernados y mantenidos en justicia sino con rigor y gravedad [...].
»Era bien hablado y gracioso cuando se ofrecía tiempo para ello; pero, junto con esto, muy cuerdo; era muy dado a mujeres y tomaba cosas con que se hacer más potente; tratábalas bien; regocijábase con ellas bien en secreto; era dado a fiestas y placeres, aunque por su gravedad lo usaba pocas veces. En la religión y adoración de sus vanos dioses era muy cuidadoso y devoto; en los sacrificios, muy solícito; mandaba que con gran rigor se guardasen las leyes y estatutos tocantes a la religión; ninguna cosa menos perdonaba que la ofensa, por liviana que fuese que se hacía contra el culto divino. En el castigar los hurtos y adulterios, a que especialmente veía ser los suyos inclinados, era tan severo que no bastaba privanza ni suplicación para que dejase de ejecutar la ley. Tenía con los suyos, por grandes señores que fuesen, tanta majestad que no los dejaba sentar delante dél, ni traer zapatos, ni mirarle a la cara, si no era con cuál y cuál, y este había de ser gran señor y de sangre real.
»Andaba siempre muy polido, y a su modo ricamente vestido; era lim pio a maravilla, porque cada día se bañaba dos veces; salía pocas veces de la cámara, si no era a comer; no se dejaba visitar de muchos; los más negocios se trataban con los de su consejo, y ellos o alguno dellos venía a cierto tiempo a comunicarlos con él, y esto por dos o tres intérpretes, por quien él respondía, aunque toda era una lengua. Iba por su casa a los sacrificios que se hacían en el templo mayor de Uchilobos, donde apartado de todos los grandes de su reino, mostraba gran devoción; salía, la cabeza baja, pensativo, sin hablar con nadie...».
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