Esteban Mira Caballos - Hernán Cortés

Tras el descubrimiento de América se ampliaron hasta límites insospechados los horizontes mentales, algo de lo que fueron conscientes sus propios protagonistas. La misma denominación de Nuevo Mundo incitaba a la admiración y al gozo de lo desconocido porque desde ese instante, decía Pedro Mártir de Anglería, se estaban viendo «acontecimientos maravillosos nunca vistos».

Pero este progreso, con ser cierto, en ningún caso puede justificar ni ocultar la barbarie originaria. Una supremacía que no solo ha generado grandes desigualdades económicas entre el colonizador y el colonizado, sino que extendió plagas epidémicas que diezmaron poblaciones que en muchos casos no habían tenido contacto previo con esos gérmenes. Por tanto, quede claro que la expansión imperial y, posteriormente, los nacionalismos están en el origen de una buena parte de los males de la humanidad.

La mera idea de que Castilla ocupó aquellos territorios para civilizarlos y cristianizarlos permitía enmascarar y justificar todo tipo de violencia, tanto física como psicológica. Nadie puede negar que la gran América mestiza que hoy conocemos fue fruto de un dolorosísimo alumbramiento tras el derrumbe del variado y diverso mundo prehispánico. Todas las invasiones expansivas a lo largo de la historia han sido al mismo tiempo aterradoras, explotadoras y creadoras. Es importante no olvidar ni dejar de cuantificar la magnitud de esta barbarie, pero también es preciso señalar que tras la hecatombe surgió una nueva realidad, la de la América mestiza que hoy conocemos.

El caso de Hernán Cortés (Medellín, Badajoz, 1484-Castilleja de la Cuesta, Sevilla, 1547) es muy particular porque se ha escrito tanto y en un período tan largo de tiempo que no resulta fácil separar la historia de la leyenda, es decir, la realidad de la ficción. Además ocurre una curiosa paradoja; pese a la extensísima historiografía, siguen existiendo muchísimas sombras, infinidad de aspectos que nos son total o parcialmente desconocidos. Y ello debido a dos causas fundamentalmente.

Primera, a los silencios del propio interesado que, aunque escribió muchísimo, apenas se refirió a los aspectos más íntimos de su biografía y, menos aún, a sus orígenes en su Extremadura natal. De hecho, abundan los documentos oficiales o judiciales, pero no tanto los escritos personales, tales como cartas privadas, diarios o anotaciones. En los últimos años han aparecido un buen número de misivas de carácter personal, pero la mayoría están relacionadas con la gestión de sus intereses y siguen siendo escasas sus confesiones más afectivas e íntimas, aunque sabemos que las hubo. Por todo ello han quedado muchas incógnitas que la historiografía se ha encargado de completar, con más o menos coherencia. Y es que el género biográfico siempre se ha caracterizado por una intolerancia a los vacíos, que suelen cubrirse con imaginación o con altas dosis de invención.

Y segunda, a las argucias de unos y de otros que han tendido más a interpretar su figura que a investigarla. No en vano, abunda más la novela histórica que el trabajo científico. También están las versiones interesadas de muchos autores, de ambos lados del charco, ajenos a la ciencia histórica, que escriben según intereses personales, ideologías políticas o sentimientos patrios.

La historiografía cortesiana ha estado polarizada en dos extremos opuestos, los defensores y los detractores. Los primeros lo presentan como un héroe civilizador, un Moisés moderno, mientras que los segundos lo acusan de ser un precoz genocida del quinientos. Todavía en pleno siglo XXI hay autores muy influyentes de ambas tendencias, pues mientras el profesor Ramón Tamames alude a él como un gigante de la historia, Yuval N. Harari da por sentado el genocidio.

Los criollos novohispanos lo mostraron como un héroe mientras reforzó sus intereses clasistas, pero a raíz de la independencia pasó a convertirse en la diana de todas sus iras, reforzando así sus convicciones de romper los lazos con la metrópolis. Bien es cierto que a lo largo de toda la Edad Contemporánea una parte de la intelectualidad mexicana se ha mantenido fiel al caudillo extremeño y a su gesta, como Lucas Alamán, José María Luis Mora, Carlos María de Bustamante, José Vasconcelos, Joaquín García Icazbalceta, Carlos Pereyra y, más recientemente, José Luis Martínez y Juan Miralles, entre otros muchos. En cualquier caso, el hecho de que una parte de la historiografía haya respondido basándose en cuestiones partidistas ha provocado que la valoración del personaje fluctúe de un extremo a otro, en función de los intereses de la clase dominante.

Las biografías hagiográficas son mucho más numerosas, entre otras cosas porque nadie dedica varios años de su vida a investigar a un personaje al que no admira. Reiteradamente se han mostrado actuaciones comunes como hechos excepcionales y hasta sobrenaturales. Su figura ha sido fuente de inspiración de poetas, dramaturgos, novelistas, historiadores, teólogos, visionarios y patriotas. Y la verdad es que la conquista de la confederación mexica Y aunque desde entonces se ha paliado en buena medida esa carencia con la publicación de varios regestos documentales, aún siguen apareciendo en pleno siglo XXI documentos inéditos sobre el personaje.

Concretamente, de sus primeros treinta y cinco años de vida, los comprendidos entre 1484 y 1519, apenas disponemos de dos o tres referencias documentadas. Hacia 1940, escribió F. A. Kirkpatrick que de la conquista de México sabíamos mucho porque contábamos con centenares de testimonios de primera mano pero, en cambio, de su infancia y juventud apenas disponíamos de unos pocos datos. Es obvio, pues, que de su infancia y juventud en tierras hispanas, entre 1484 y 1504, median dos décadas de las que apenas disponemos de fuentes fiables. Asimismo, desde su primera llegada a La Española en 1504 hasta 1519 discurren otros tres lustros en los que tampoco hay datos certeros. Ante este vacío, los cronistas recurrieron a la erudición, perpetuando en el tiempo meras conjeturas que a base de repetirlas han llegado a nuestros días como verdades absolutas. En cambio, la conquista de México se conoce tan bien que casi se podrían secuenciar sus actuaciones día a día.