Umberto Eco nos ilumina acerca del difícil arte de la traducción en un libro ameno, didáctico, que conserva el tono de las conferencias —dictadas en Toronto, Oxford y Bolonia— que lo inspiraron. Además de prestigioso semiólogo, veterano polemista, prolífico ensayista y convencido humanista, Umberto Eco es uno de los novelistas que más éxito ha cosechado en el mundo entero. La experiencia de ver traducida su vasta obra a tantas lenguas le ha dado la privilegiada oportunidad de acercarse a los problemas concretos de la traducción y extraer una serie de conclusiones reveladoras, útiles, muy persuasivas. La cuestión central radica en la pregunta ¿qué quiere decir traducir?, y en la respuesta que Eco ofrece y explica: decir casi lo mismo. A primera vista, podría parecer que todo el esfuerzo se centra en definir o acotar ese «casi», pero enseguida surgen dudas en torno al propio «decir» e incluso en ese «lo mismo». De la pregunta a la respuesta, este libro constituye una de las aportaciones más brillantes y diáfanas a la eterna discusión sobre las traiciones de los traductores.
«Decir casi lo mismo me parece un libro imprescindible.»
GERMÁN GULLÓN, El Cultural
Umberto Eco
Decir casi lo mismo
ePub r1.0
Meddle & orhi 20.02.16
Título original: Dire quasi la stessa cosa
Umberto Eco, 2003
Traducción: Helena Lozano Miralles
Editor digital: Meddle & orhi
ePub base r1.2
Notas
[1] Justamente, Genette (1982) coloca la traducción en la categoría del palimpsesto: un pergamino cuya primera inscripción fue «raspada» para trazar otra, pero la antigua aún se puede leer al trasluz debajo de la nueva. Por lo que respecta al «casi», Susan Petrilli (2001) tituló una recopilación de ensayos sobre la traducción Lo stesso altro, cuyo equivalente podría ser El mismo otro.
[2] Véase Eco (1991, 1992a, 1993a, 1995a, 1995b).
[3] Quisiera recordar aquí que, aunque llevaba décadas haciendo experiencias de traducción, mis intereses teóricos al respecto fueron estimulados por las dos memorias, de licenciatura y de doctorado, de Siri Nergaard y, naturalmente, por la preparación, en 1993 y 1995, de los dos volúmenes antológicos que recopiló para una colección que yo dirijo.
[4]Mouse or Rat? Translation as Negotiation, Londres, Weidenfeld-Orion, 2003.
[5] La amplitud de mis ejemplos no se debe sólo a preocupaciones didácticas. Es indispensable para pasar de un pensamiento general sobre la traducción (o incluso de una serie de reflexiones normativas) a análisis locales, conforme a la convicción de que las traducciones conciernen a textos y que cada texto presenta problemas distintos. Al respecto, véase Calabrese (2000).
[6] A propósito de los últimos tres problemas, remito a Demaria et al. (2001) y a Demaria (1999 y 2003).
[7] Al tratar de las relaciones entre un original y su traducción, los teóricos usan varias expresiones: en inglés se ha difundido la distinción entre source y target, y si el primer término puede verterse perfectamente con fuente, el segundo corre el riesgo de transformarse impropiamente en una diana. Suele usarse bastante a menudo texto de salida y texto de llegada o texto meta. Yo usaré casi siempre la expresión texto fuente porque (véase el final del capítulo 7) me permite una serie de inferencias metafóricas. Para el segundo término, usaré según los casos tanto llegada como meta.
[8] Véase Basso (2000:215). Petrilli (2000: 12) usa una expresión feliz cuando dice que «la traducción es un discurso indirecto disfrazado de discurso directo». En efecto, la fórmula metalíngüística implícita con la que todo texto traducido empieza es: «El Autor Fulanito ha dicho en su lengua lo que sigue». Claramente, este aviso metalingüístico implica una deontología del traductor.
[9] Barcelona, Seix Barral, 1965.
[10] Es interesante notar que la firma Alessi, que produce el objeto de Starck, puso en circulación una «Special Anniversary Edition 2000, gold plated aluminium» de 9.999 ejemplares numerados con una advertencia que dice: «Juicy Salif Gold es un objeto de colección. No debe usarse como exprimidor: de entrar en contacto con sustancias ácidas, el dorado podría deteriorarse».
[11] No conviene exagerar nunca con el optimismo: he probado y obtenido lo siguiente tanto en italiano como en español: «John, un bachelor che ha studiato a Oxford, seguito un programma di PhD nelle scienze naturali a Berlino ed ha scritto una dissertazione di laurea sui bachelors del palo del nord»; «Juan, soltero que estudió en Oxford, seguido un programa de PhD en ciencias naturales en Berlín y escribió una disertación doctoral en los solteros de Polo Norte».
[12] Y un último paso en español: «En el dios, que comenzaron, colocado el cielo y la masa y la masa estaba sin forma y hace vacío; y la oscuridad estaba en la cara del profundo. Y los alcoholes blancos del dios cambiaron de puesto en la cara del agua. Allí y el dios dijo, dejándole, para ser luz: y había luz. Y el dios vio la luz, que, que era bueno: y el dios dividió la luz de la oscuridad. Y el dios señaló el día leve y la oscuridad, que la señalaron a la noche. Y la tarde y la mañana eran el primer día y el dios dichos, la deja en los medios del agua esté firmament, y a la izquierda él divide el waessert del agua. Y el dios hizo el firmament y dividió el agua, que el firmament debajo del agua era, que estaban en el firmament. Y era como ése».
[13] Sin encomendarnos a experimentos mentales, un caso muy interesante lo ofrece el presunto desciframiento de los jeroglíficos en el siglo XVII por parte de Athanasius Kircher. Como más tarde demostrará Champollion, el «manual de traducción» predispuesto por Kircher era completamente estrafalario, y los textos que descifró querían decir cosas completamente distintas. Sin embargo, un falso manual le permitió a Kircher obtener traducciones coherentes, que para él estaban llenas de sentido. Véase, al respecto, el capítulo 7 de mi obra La búsqueda de la lengua perfecta (1993b).
[14] El diagrama que presento nunca fue formulado de esta manera por Hjelmslev. Se trata de una interpretación mía, tal y como aparece en Eco (1984:52, trad. cast.: 72).
[15] Krupa (1968: 56) distingue, por ejemplo, entre lenguas distintas por estructura y cultura, como el esquimal y el ruso, lenguas afines por estructura pero distintas por cultura (checo y eslovaco), lenguas afines por estructura y cultura (ruso y ucraniano).
[16] Véase al respecto, Menin (1996: § 11, 2.4).
[17] Al lingüista el texto le «interesa como fuente de testimonio sobre la estructura de la lengua, y no sobre la información contenida en el mensaje» (Lotman, 1964).
[18] Se podría sustituir la pareja sistema/texto con la saussureana de lengua/habla y las cosas no cambiarían.
[19] Véase, al respecto, la figura 2 que proponía y comentaba en Eco (1975).
[20] Véanse Greimas (1966) y Eco (1979: cap. 5).
[21] Véanse Greimas (1966, trad. cast.: 263, y 1973).
[22] Remitiéndonos a Jakobson (1935), y en general a la tradición de los formalistas rusos, podríamos decir que el traductor debe decidir cuál es la dominante de un texto. El problema reside en que la noción de «dominante», revisitada ahora a distancia de tiempo, es más vaga de lo que parece: a veces la dominante es una técnica (por ejemplo, metro, verso, rima), otras veces es un arte que representa el modelo de todas las demás en una determinada época (las artes visuales en el Renacimiento), otras la función principal (estética, emotiva u otras) de un texto. Por lo tanto, no considero que pueda ser un concepto resolutorio para el problema de la traducción, sino más bien una sugerencia: «Busca cuál es para ti la