Tibaire González - La historia de Andor
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- Libro:La historia de Andor
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- Año:2016
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La historia de Andor: resumen, descripción y anotación
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La Historia de Andor
Por Tibaire González
Derechos de autor reservados © Tibaire González 2011
Edición: Natty López
Contacto:
Blog: tibairegonzalez.blogspot.com
Correo:
A mi hija Camila,
la luz de mi vida
y siempre al Amor
Prólogo
Este es un relato escrito en tres tiempos distintos, tres etapas de una misma vida que representan el camino al crecimiento individual, a la valoración del colectivo y al reconocimiento universal. Una vida vista a través de los ojos de diversos personajes que desarrollan en si mismos su propia historia y que convergen como piezas fabuladas de la historia común de su autora, una escritora dual, que explora con igual facilidad el mundo real y susceptible al análisis científico y el mundo del arte, esencialmente recreado por la libertad del espíritu.
La Historia de Andor es el relato de un niño que se ve en la necesidad de crecer, de hacerse preguntas a las cuales sus mayores no encuentran respuestas adecuadas, a mirarse de pronto distinto en un mundo homogéneo y ordenado. …¿Quién soy padre?... ¿Por qué en las noches, cuando todos duermen, surge en mí una nostalgia que me envuelve como las nubes que trae la estrella azul?...
La narración además se llena de imágenes coloridas y sensaciones que sorprenden al lector en la vuelta de cada página
Era el tiempo de las pequeñas azules, las diminutas mariposas que poblaban la selva de enjambres de pétalos en alegre movimiento, anunciando la proximidad de las nubes…
Y de sabiduría milenaria
Cuando preguntas, las respuestas ya están dentro de ti, es sólo que tenemos la mala costumbre de evadir lo que sentimos para pensar e inventarnos bonitos razonamientos. Así evitamos sentir, evitamos ver lo obvio, reconocer lo que intuimos y otra infinidad de alternativas para demorar la experiencia…
Todo el texto se escribe, además, dentro de un contexto en el que el paisaje cumple una función de protagonista de primer orden y representa en su más sutil expresión las dificultades que han de aparecer inevitablemente durante el camino de la vida, acompañado por personajes que dan colorido a cada ambiente y lo diferencian entre sí. Es entonces cuando el lector se encuentra sumergido en un mundo de formas múltiples, colores divergentes, sonidos entrelazados con imágenes fabuladas que dan al contexto una apariencia de mitología real y verdaderamente explicativa tanto del proceder humano como del desarrollo de un conocimiento original del cual emanan en forma habitual y múltiple las diversas manifestaciones de las culturas ancestrales.
La sutileza del lenguaje, el ardid de la música hecha palabra, el color en diversas formas de imagen y dimensión demuestran el carácter narrativo con el que la autora orienta al lector a través de los diferentes mundos que conforman la Historia de Andor y como telón de fondo la vida misma de su creadora. Y no podía ser de otra manera ya que en esta autora coinciden de manera natural dos mundos; el mundo del estudio analítico de las personalidades y su desarrollo y el mundo de la creación y la libertad del alma que se expresa en las obras del arte.
María Iholanda Rondón
En el horizonte la oscuridad apenas comenzaba a ceder ante el violeta profundo que anunciaba el fin de la noche. Andor esperaba pacientemente, aferrado a la protección que ofrecía el risco contra el frío viento de Arcanes, envuelto en la calidez del manto de piel que el Viejo había confeccionado para él cuando llegó a las Tierras Altas. Su inmovilidad lo fundía en el pétreo paisaje, sólo su mirada escapaba del refugio explorando el agreste territorio que se extendía a sus pies, amenazante en la oscura soledad.
Su memoria vagaba por el tiempo a la manera de las luciérnagas, iluminando al ritmo misterioso del alma, un instante de vida tan cercano como su aliento o tan lejano que se confundía con las estrellas. Las titilantes imágenes de su memoria continuaron fluyendo hasta detenerse suavemente en la selva de Hathem, su más remoto recuerdo.
˜
El sol púrpura del atardecer teñía de rojizas sombras la extensa maraña de vegetación, mientras el sonido cantarín de las voces de los Kudys llamaba a la reunión de la tribu, antes que la noche se adueñara de la selva. Su memoria dibujaba con nitidez el recuerdo de los Kudys, los pequeños habitantes del alto follaje de la selva, saltando con sorprendente agilidad para sus robustos cuerpos. La piel cobriza estaba cubierta por un largo vello lacio y rojizo que los hacía desaparecer de la vista de otros seres, cuando permanecían inmóviles, su única defensa contra los feroces cazadores Targons, que merodeaban entre las oscuras raíces de los árboles de follaje púrpura. Su padre le había dicho que muchas razas se habían unido en la corriente de vida que dio origen a la tribu y por eso el brillo del sol danzaba en sus ojos y la tierra había coloreado sus pieles.
Era un pueblo feliz, su lenguaje parecía imitar el de las aves multicolores con las que compartían los abundantes frutos de la selva. De carácter gregario y afectuoso, era difícil ver a un Kudy solitario; generalmente se desplazaban en pequeños grupos jugando o recolectando frutos y raíces comestibles. Siempre había un toque entre sus pieles para transmitir el afecto que los unía, mano sobre mano, brazos y risas mantenían el calor y la seguridad de la familia selvática.
Ellos le habían salvado de los Targons, los temibles cazadores de la noche. Nadie sabía como había llegado el extraño bebé a las tierras de Hathem, pero le habían acogido como un regalo que la selva hacía a la tribu. El niño no se parecía a ningún otro ser que hubieran visto antes, su piel carecía del largo vello de los Kudys y era tan blanca como las nubes sagradas que cada año cubrían la selva inundándola de nueva vida. Las nubes siempre llegaban cuando aparecía en el oeste la estrella azul de Andor y así decidieron llamar al niño. Los ojos de Andor eran de un verde intenso y tan expresivos que no eran necesarias las palabras para conocer sus sentimientos. Su cabello ondulado y suave era de un tenue azulado, en verdad parecía un hijo de la estrella azul.
Los Kudys no poseían un jefe a la manera de las demás tribus, sino un guía, cargo que asumía por acuerdo tácito el más sabio de la tribu. No hacía falta un nombramiento, ni una elección; simplemente la tribu seguía a la autoridad por naturaleza. Nadie habría osado imponerse, no tenía sentido el dominio de otros cuando no hay posesiones ni privilegios que desear. Los Kudys nada poseían, nada llevaban en sus manos, de sus ancestros sólo habían heredado un oscuro temor a los objetos; sabían que el deseo de posesión de las cosas había dominado a los que vivieron al principio, cuando el mundo era distinto y los había conducido a un horror que nadie había conocido, pero que quedó grabado en brumosa memoria de la especie.
Para el tiempo en que Andor llegó a la selva el líder era Banthok. Hacía mucho que conducía a la tribu, pues era reconocido como el más sabio y amoroso del pueblo nómada del Alto Follaje. Sin embargo, a la llegada del niño con piel de nube, decidió ceder la jefatura para encargarse del cuidado de Andor.
Banthok le había enseñado a trepar a las ramas más altas de los Hathems, los gigantescos árboles que regían con su altura la selva, y le había entrenado en el arte de permanecer inmóvil durante las interminables horas de la oscuridad, fundiéndose con las sombras. En las noches claras de luna, le contaba las tradiciones de su pueblo, llenas de ingenua belleza y sabiduría. Había una en particular que fascinaba a Andor, aquella que narraba el origen de los Kudys. Banthok contaba la historia de la misma manera que había sido narrada de generación en generación, sentado en cuclillas sobre una gruesa rama, con un rítmico cabecear y la voz en un tono sostenido y monótono, casi hipnótica:
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