Annotation
A comienzos de 1856, la Compañía de las Indias decide someter a la tutela británica a Lucknow, cuya belleza y riqueza legendarias le valen el sobrenombre de «la ciudad de oro y plata». Esta forzada anexión provoca una insurrección a cuyo frente se alza la begum Hazrat Mahal, cuarta esposa del rey. Junto con su fiel rajá, Jai Lal, y con el apoyo de los cipayos —los soldados indios del ejército británico—, dispuestos a todos los sacrificios por su causa, Hazrat Mahal, convertida en el alma de la revuelta, encarna durante dos años enteros la resistencia al invasor. Un memorable fresco histórico actúa como telón de fondo de la pasión entre Hazrat Mahal, la huérfana transformada en reina, y Jai Lal, el heroico y leal general: en definitiva, En la ciudad de oro y plata tiene el aliento épico de las grandes novelas.
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KENIZÉ MOURAD
EN LA CIUDAD
DE ORO Y PLATA
Traducción de
Paz Pruneda Gonzálvez
Edición de
Encarna Castejón
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A mi tía,
la begum Wajid Khan.
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«La begum de Awadh demuestra más sentido
estratégico y valor que todos sus generales juntos».
THE TIMES, 1858
«Las enseñanzas sobre la insurrección de 1857 son muy claras.
A nadie le gusta que otro pueblo venga a conquistar su territorio,
le prive de su tierra o le fuerce a adoptar mejores ideas bajo la
amenaza de las armas. Los británicos descubrieron en 1857 algo
que Estados Unidos todavía está aprendiendo: nada radicaliza
más a un pueblo ni desestabiliza tanto al islam moderado
como una intrusión agresiva».
WlLLIAM DALRYMPLE
Advertencia
Los hechos históricos y los héroes de este relato son reales.
Esta epopeya se desarrolla en Awadh, un reino del norte de la India equivalente en su momento de apogeo al Uttar Pradesh actual, tan grande como la mitad de Francia.
Al tratarse de una novela, y no de una biografía, nos hemos permitido algunas libertades, procurando, en todo caso, respetar las características de la sociedad de la época*.
Prólogo
E n 1856, la Compañía Inglesa de las Indias Orientales gobierna en la India.
En menos de un siglo, esta asociación de mercaderes, que, como las Compañías francesa, holandesa o portuguesa, había obtenido el derecho a comerciar a partir de pequeños puestos costeros, comienza a inmiscuirse en las disputas entre los soberanos indios que proclamaron su independencia en el crepúsculo de poder del Imperio mogol. Les ofrece sus buenos oficios y sus tropas armadas a cambio de ilimitados derechos de comercio y de enormes retribuciones y se permite intervenciones cada vez más brutales en la política de los estados que se supone que debe proteger.
Muy pronto termina por controlar, directa o indirectamente, todos los estados de la India. Entre 1756 y 1856, y en nombre de la Corona británica, la Compañía se anexiona casi un centenar, lo que se correspondería con dos tercios de la superficie del país y las tres cuartas partes de su población. Los estados restantes —en la creencia de que es más eficaz no anexionarlos, sino dejarlos en manos de sus rendidos soberanos, dóciles por necesidad— están, en realidad, también bajo su dominio.
Es en estos primeros días de enero de 1856 cuando tiene lugar el caso del reino de Awadh el más rico del norte de la India.
1
—¡S i hasta se ha atrevido a insultar al rey!
Malika Kishwar recorre furiosa su habitación, rodeada por su asustado séquito. Habitualmente dueña de sí misma, apenas consigue hablar, la indignación la ahoga. Cómo odia a esos ingresesrevelando su generosa figura, y una pequeña sirvienta se apresura a recogerlo. ¿Qué puede hacer? Ha tratado infinidad de veces de persuadir al rey para que se oponga a las exigencias cada vez mayores de sus «amigos y protectores», pero Wajid Alí Shah, pese a ser tan dulce, ha terminado por irritarse:
—Os ruego que no insistáis más sobre ese tema, mi muy honorable madre. La Compañía está tratando de encontrar cualquier pretexto para confiscar el estado; nosotros no debemos entregárselo, sino, por el contrario, comportarnos como aliados leales.
—¿Aliados leales? ¿Con esos traidores? —había estado a punto de replicar, pero la mirada del rey la había obligado a callar. Una mirada tan triste, tan desamparada que había comprendido que sería inútil, y sobre todo cruel, seguir insistiendo. Después de todo, ¿quién más, aparte de su hijo, está padeciendo la degradante situación a la que, durante años, le ha confinado el Residente, el representante de la poderosa Compañía Inglesa de las Indias Orientales y verdadero amo de un reino en el que él mismo no tiene de monarca más que el título? Una marioneta, en realidad, entre las manos de esa Compañía que, desde hace un siglo, se lleva apoderando, mediante presiones, amenazas y falsas promesas, de todos los estados soberanos, uno tras otro. Aún no logra entender cómo han podido llegar a esto.
El pesado cortinón de la entrada de su habitación se abre: un eunuco, vestido con un shalwar, tendrían que detestarse —en ese entorno cerrado, las luchas por el poder son despiadadas—, y, sin embargo, son amigas o, al menos, así lo dan a entender.
Malika Kishwar no se deja engañar. Admira la habilidad de su primera nuera: atarse a su rival demostrando un afecto solícito y exigente, sin dejarle un instante de libertad, prestarle sirvientes y eunucos que le informan hasta de sus palabras más nimias, persuadirla de que sus hijos no pueden vivir el uno sin el otro; en resumen, envolverla en la telaraña de su indefectible amor. ¿Qué mejor medida para impedirle conspirar? Frente a Alam Ara, la discreta Raunaq Ara no es rival. Sin embargo, como hija de un gran visir, ha sido durante mucho tiempo la favorita de Wajid Alí Shah; pero, poco a poco, él se ha ido cansando, como se ha cansado, una tras otra, de todas las bellezas que adornan su palacio.
Después de haberse inclinado en un respetuoso adab Alam Ara se yergue.
—¿Qué sucede, Houzour? Los eunucos me han informado de que los ingreses se han excedido en su insolencia e incluso han amenazado a Su Majestad. ¡Debemos hacer algo!
Sus ojos echan chispas. Insultar a su amo y señor es como insultarla a ella, y la primera esposa, que se enorgullece de descender de una de las familias más nobles de Delhi, sufre cruelmente con esas constantes humillaciones.
Malika Kishwar deja escapar una sonrisa irónica: conoce la vanidad de su nuera, pero también sabe que, para acceder algún día al envidiado estatus de reina madre, nunca se arriesgará a mostrar un mal gesto contra los odiados amos.
—Id pues a ver a mi hijo, está muy afectado, ya conocéis su sensibilidad. Atendedlo. Intentar hacerle olvidar esta penosa escena manifestándole vuestro respeto y admiración es lo único que podéis hacer.
Y, con un ademán, las despide. No está de humor para escuchar sus quejas o pasarse interminables horas tramando maquinaciones. El peligro se acerca, puede sentirlo; debe consultar a su astrólogo.
* * *
Un sirviente ha indicado a las dos esposas que el rey se encuentra en el
parikhana, la casa de las hadas, en el corazón del parque de Kaisarbagh.Kaisarbagh, el Jardín del Emperador, es un conjunto de palacios construidos en forma de cuadrilátero con un parque inmenso en el interior en el que se mezcla la exuberancia barroca de los estucos amarillo pálido o turquesa y los balcones festoneados con altos arcos encuadrados por pilastras, evocando a Versalles, mientras las cúpulas de estilo mogol recuerdan que estamos en Oriente. Wajid Alí Shah escogió ese eclecticismo cuando, como príncipe heredero, hizo construir para sus múltiples mujeres, favoritas y bailarinas este majestuoso conjunto, mayor que el palacio del Louvre y el de las Tullerías juntos.