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Mario Livio - Errores geniales que cambiaron el mundo

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Mario Livio Errores geniales que cambiaron el mundo
  • Libro:
    Errores geniales que cambiaron el mundo
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2013
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Errores geniales que cambiaron el mundo: resumen, descripción y anotación

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Todos nos equivocamos. Nadie es perfecto. Y eso incluye también a cinco de los más grandes genios de la historia de la ciencia: Charles Darwin, William Thompson, Linus Pauling, Fred Hoyle y Albert Eisntein. Sin embargo, sus meteduras de pata fueron fundamentales en su investigación científica y condujeron hacia algunos de los más importantes hallazgos científicos de la historia de la humanidad. Es más, según Mario Livio, la ciencia se basa en el error. Se avanza conforme se desmontan falsas ideas. Cuando era joven, Albert Einstein trató con insistencia de concebir una forma de describir la evolución del universo basado en la teoría general de la relatividad. No obstante, fue víctima de una noción errónea de simplicidad estética. Fred Hoyle era un eminente astrofísico que ridiculizó una teoría emergente sobre el origen del universo a la que peyorativamente catalogó de «Big Bang». Ambos, junto a Darwin y su teoría de la selección natural, Kelvin y su cálculo erróneo de la edad de la Tierra y Pauling y su modelo fallido de la estructura del ADN, fueron todos ellos hombres geniales y fascinantes. Sus meteduras de pata fueron esenciales en el progreso científico y ayudaron a profundizar en el conocimiento de la evolución de la Tierra, la vida y el universo.

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Pero ¿de quién es el ADN?

Las calamidades son de dos tipos: las desgracias nuestras y la buena fortuna de los otros.

Ambrose Bierce

Watson no llegó a la conclusión de que el modelo de Pauling fuese incorrecto solo porque tuviera tres hebras. La molécula de ácido nucleico de Pauling sencillamente no era un ácido. Es decir, no podía liberar átomos de hidrógeno de carga positiva al disolverse en el agua, que es la definición de ácido. En su modelo, los átomos de hidrógeno estaban enlazados firmemente a los grupos fosfato, haciendo que estos fuesen eléctricamente neutros, mientras que cualquier libro básico de química (¡incluido el de Pauling!) decía que los fosfatos tenían que tener carga negativa (el ácido está altamente ionizado en solución acuosa). Además, no había manera de extraer esos átomos de hidrógeno, pues eran los enlaces fundamentales que mantenían juntas las tres hebras por medio de enlaces de hidrógeno.

A Watson y Crick les costaba aceptar la enormidad de aquel error. El mejor químico del mundo había construido un modelo completamente defectuoso, y no por alguna sutil característica biológica sino por una tremenda pifia de la química más elemental. Todavía incrédulo, Watson corrió a ver al químico de Cambridge Roy Markham y a visitar el laboratorio de química orgánica para contrastar con ellos que no había ninguna duda de que el ADN, tal como se presenta en la naturaleza, era efectivamente la sal de un ácido. Para satisfacción de Watson, todos le confirmaron lo impensable: Pauling había preparado una chapuza química.

Solo quedaban dos cosas por hacer aquel día. Primero, Crick corrió a ver a Perutz y Kendrew para convencerlos de que la urgencia era extrema. Si él y Watson no se ponían de inmediato a modelar, argumentó, no pasaría mucho tiempo antes de que Pauling descubriese su error y revisase su modelo. Crick calculó que no debían tener más de unas seis semanas para desarrollar un modelo correcto. La segunda acción de Watson y Crick fue igualmente obvia para los dos jóvenes: fueron a celebrarlo al pub Eagle en Bene’t Street. Watson recordaría más tarde: «Como la excitación de las últimas horas había hecho que fuera imposible trabajar más aquel día, Francis y yo nos fuimos al Eagle. En cuanto abrió sus puertas aquella noche, allí estábamos para beber y brindar por el fracaso de Pauling».

¿Cómo pudo producirse un error de tal magnitud? ¿Por qué la forma de modelar de Pauling había tenido un éxito tan espectacular con la hélice alfa y en cambio había sido un absoluto desastre con la triple hélice?

Anatomía de un error

Intentemos analizar, una a una, las causas del fallo de Pauling. Para empezar está la cuestión de cuánto tiempo y cuánto esfuerzo había dedicado realmente a pensar en el problema del ADN. Pauling comenzó a reflexionar sobre algunos aspectos de la estructura del ADN a raíz del artículo de Ronwin de noviembre de 1951. Sin embargo, no fue hasta noviembre de 1952, todo un año más tarde, cuando se puso a trabajar en serio en el problema. Aun así, a finales de diciembre de 1952, tras apenas un mes de trabajo, ¡ya había enviado un artículo para su publicación! Esto contrasta con los esfuerzos que dedicó a la estructura del polipéptido, que le mantuvo ocupado durante unos trece años y que no publicó hasta sentirse bastante seguro de su modelo. Así pues, aunque solo sea en términos del tiempo dedicado a pensar en el ADN, no hay manera de eludir la conclusión de que su modelo del ADN fue un trabajo que hizo deprisa y corriendo. Maurice Wilkins desde luego así lo creía. En una entrevista sobre la historia del descubrimiento de la estructura del ADN, señaló: «Pauling ni siquiera lo intentó. No es posible que él mismo le haya dedicado más de cinco minutos al problema». Volveremos a ocuparnos más adelante de las posibles razones de esa prisa y de su aparente falta de concentración.

En segundo lugar, existía una enorme diferencia entre la calidad de los datos sobre los que Pauling construyó su modelo de las proteínas y su modelo del ADN. En el caso de la hélice alfa, el colaborador de Pauling, Robert Corey, había producido un enorme arsenal de información estructural sobre tamaños, volúmenes y posiciones angulares de los aminoácidos y los péptidos simples. Para el ADN, en cambio, Pauling trabajaba casi en el vacío. Las únicas placas de rayos X de que disponía eran de poca calidad y se habían producido a partir de una mezcla de formas A y B (sin que él lo supiera), lo que las hacía casi inútiles. Y lo que es peor, Pauling no era consciente del elevado contenido en agua de las preparaciones utilizadas para obtener las fotos de difracción de rayos X. Al pasar por alto el hecho de que más de una tercera parte del material de las muestras de ADN era agua, Pauling obtuvo una densidad errónea que lo llevó a la conclusión equivocada de las tres hebras. Por último, a diferencia del amplísimo trabajo realizado por Corey sobre las piezas con que se construyen las proteínas, no se había producido un esfuerzo equivalente para describir las bases, las subunidades de los nucleótidos.

Luego están los dos sorprendentes lapsus de memoria: uno sobre los cocientes entre bases de Chargaff y el otro sobre el principio de complementariedad del propio Pauling. El hallazgo de Chargaff de que la cantidad de base A era igual a la de T, y la cantidad de C igual a la de G, llevaba a pensar que de algún modo las bases se apareaban y producían dos hebras, no tres. Pauling afirmaría más tarde que él había llegado a conocer estos cocientes pero los había olvidado. El propio Chargaff creyó que esta era la razón del error de Pauling cuando dijo: «En su modelo estructural del ADN, Pauling no tomó en consideración mis resultados. La consecuencia fue que su modelo no tenía ningún sentido a la luz de los datos de la química».

El segundo fallo de memoria de Pauling fue aún más increíble. Recordemos que Pauling había dicho en 1948 que si los genes estuvieran formados por dos partes que fuesen complementarias entre sí en su estructura, la replicación sería relativamente sencilla. En ese caso, cada una de las partes podía servir de molde para la producción de la otra, y el complejo constituido por las dos partes complementarias podía servir como molde para duplicarse a sí mismo. Claramente, este principio de autocomplementariedad sugiere fuertemente una arquitectura basada en dos hebras, y era marcadamente incongruente con una estructura de tres hebras. Sin embargo, Pauling parecía haber olvidado completamente este principio cuando construyó su modelo del ADN.

Cuando hablé con Alex Rich y Jack Dunitz, que por aquel tiempo eran posdoctorandos de Pauling, ambos estuvieron de acuerdo en que si Pauling hubiese visto la placa 51 de Rosalind Franklin de la forma B del ADN, habría comprendido de inmediato que la molécula poseía una simetría doble, lo que apuntaba a una estructura de dos hebras, no a una estructura de tres cadenas. Sin embargo, como ya hemos visto, Pauling no hizo ningún esfuerzo especial por ver las placas de Franklin.

En enero de 2011, le pregunté a James Watson cuánto se había sorprendido al ver el modelo erróneo de Pauling de la triple hélice. Watson se rio. «¿Sorprendido? Nadie habría podido escribir una novela de ficción en la que Linus hubiera cometido un error como ese. En el momento en que vi la estructura, pensé: "Esto es una locura"».

Un examen concienzudo de las muchas causas potenciales del calamitoso modelo de Pauling plantea una serie de preguntas a un nivel más profundo: ¿cómo podemos explicar la prisa, la aparente falta de esfuerzo, los olvidos y el descuido de algunas de las reglas básicas de la química?

A primera vista, la prisa es especialmente desconcertante si aceptamos el testimonio de Peter Pauling de que nunca hubo una «carrera» para resolver la estructura del ADN. En el mismo entretenido relato en el que observa que para su padre el ADN solo era una sustancia química interesante como tantas otras, Peter añade: «La historia del descubrimiento de la estructura del ADN se ha descrito en la prensa popular como "la carrera por la doble hélice". Nada puede estar más lejos de la realidad. La única persona que cabe imaginar en la carrera era Jim Watson». Peter explica además que «Maurice Wilkins nunca ha corrido contra nadie en ningún lugar», y que a Francis Crick tan solo le gustaba «desafiar a su cerebro con problemas difíciles». Le pregunté a Alex Rich y Jack Dunitz acerca de esto, y ninguno de los dos pensó que hubiera una carrera por lo que respecta a Pauling. ¿Por qué, entonces, corrió tanto a publicar? «Porque siempre fue competitivo», sugirió Rich. Eso sin duda es cierto, pero solo puede ser una parte de la explicación, puesto que Pauling había demostrado mucha más cautela y paciencia en el caso de la hélice alfa. Irónicamente, su triunfo con la hélice alfa sin duda contribuyó a su derrota con la triple hélice, pues Pauling suponía, basándose en su éxito con la primera, que podría repetir el éxito con la segunda. En este sentido, se trata de un caso clásico de

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